Celular en el aula: la delgada línea entre el uso escolar y la dispersión

Fotografía: Ricardo Pristupluk (Archivo)

La disyuntiva de esta época, que no tiene un itinerario unívoco o cerrado, es: cómo construimos ciudadanía digital con los adolescentes, haciendo equilibrio entre el uso escolar de los dispositivos y su función recreativa.

Artículo publicado originalmente en Equitat Digital (Cataluña), el 3 de noviembre de 2023.

Clara Soto es profesora de matemática en una escuela secundaria de Avellaneda, provincia de Buenos Aires. Uno de los momentos críticos en lo que al uso de la tecnología respecta es cuando los estudiantes tienen que realizar una cuenta en sus calculadoras y abren el celular. “Al solo tocar la pantalla para hacer una operación se escucha desde mi escritorio las notificaciones de las apps”. “Es muy molesto pero también lo entiendo como algo irresistible”, comenta Clara.  

En el aula de Clara se permiten las pantallas por más que sus colegas renieguen de esto. Así lo definió desde el primer día de clase cuando elaboró un contrato de palabra con el estudiantado para el uso administrado de los dispositivos. En sala de profesores, la que levanta la voz con cierta preocupación es la profesora de literatura Maite Lorenzi. Clara y “Chuli” -como le dicen a Lorenzi- vieron la transición de las pantallas ingresando en el aula, desde los primeros teléfonos móviles, las computadoras del programa Conectar Igualdad, al universo de las plataformas. Mientras Clara sostiene que “la vida virtual es la segunda realidad de los chicos”, Lorenzi fantasea con la prohibición del uso del teléfono, situación que no está normada en la Argentina aunque en un cuarto de los países del mundo es ley. Lorenzi insiste con que la resolución a este problema es con una orden clara, apelando a la autoridad docente. Si bien no lo realiza formalmente, suele indicar a sus estudiantes que guarden los aparatos no sin aclarar que podría haber sanciones si alguno de los estudiantes desoye la consigna. No lo prohíbe de hecho, pero presenta las condiciones para ello.

Entre las dos profesoras sobrevuela una disyuntiva que es de época, y que no tiene un itinerario univoco o cerrado: cómo construimos ciudadanía digital con los adolescentes, haciendo equilibrio entre el uso escolar de los dispositivos y su función social, recreativa y dispersiva. En un informe reciente de la UNESCO sobre tecnología y educación se observa una relación negativa entre un uso excesivo de las TIC y los resultados académicos de los estudiantes. Sobre este punto, tomando las alertas del caso, es importante dimensionar que la entrada de los dispositivos (todos) a las escuelas tiene como principio la integración paulatina de las TIC al sistema educativo. Las políticas de integración se despliegan para democratizar la participación y dotar de herramientas de jerarquización de la información, actividad donde los celulares tienen un lugar preponderante, dado su acceso masivo. Construir, entonces, ciudadanía digital es mejorar los procesos de enseñanza y de aprendizaje y también de poner a disposición de los estudiantes el acceso a conocimientos que, de no trabajarse en el aula, se distribuyen sin control alguno de modo mercantilizado entre las juventudes. La transformación cultural que comprende esto, incluye el celular abierto con sus múltiples funciones conectando a los estudiantes con el entorno y el conocimiento. 

Maite Lorenzi reconoce que “la prohibición genera una ansiedad terrible en los estudiantes y de alguna manera favorece que se use a escondidas, lo cual resulta un problema”. Si bien entiende las contradicciones del caso, siente que le faltan elementos para administrar el uso de los dispositivos en sus clases de literatura, por lo que brega por anularlos.

Las aplicaciones, como sabemos, están diseñadas para captar la atención humana y así pausar cualquier otra actividad que se esté realizando. Si bien son la fuente distractiva por excelencia entre los estudiantes, no compiten con los contenidos educativos. Lo que sí es plausible de destacar, es que el celular condiciona el tiempo de producción y ocio de los adolescentes durante su vida diaria escolar. No se trata solo de mirar stories y videos de Tik Tok, o de seguir un chat grupal: un celular es el cruce de diversos mundos y herramientas que, al igual que a los adultos, nos acerca y nos aleja, nos facilita la vida o nos empuja a la dispersión.

A modo de conclusión, se puede pensar que, lejos de ocultarlo, es recomendable construir un espacio administrado para el celular. Establecer momentos, más o menos regulares, de uso productivo donde los estudiantes se sientan validados en lo que hacen. Que al final de una actividad puedan googlear un concepto o buscar la bio de un autor en Wikipedia, con la mirada atenta del docente para que optimicen los patrones de búsqueda, sean críticos, compartan las fuentes, y para que puedan iniciar un intercambio sobre lo encontrado.

Publicada el 5 de noviembre de 2023


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Iván Stoikoff@SuburbioPedago

Nació en abril de 1985 en Buenos Aires. Es maestro. Trabajó en comunicación muchos años. Editor por deformación profesional y escritor a la deriva. Ex jugador juvenil de San Lorenzo de Almagro. Escribe sobre pedagogía y políticas educativas en distintos medios digitales y gráficos. En Twitter es: @SuburbioPedago.

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