El triunfo de la ultraderecha en Argentina abre un escenario incierto. La educación argentina tiene deudas que entraron en la elección: hay caminos de salida pero vienen años de refugio.
El triunfo de Javier Milei abre un horizonte de profundas incertidumbres para toda la sociedad argentina, incluida una buena masa de sus votantes. Parecen claras algunas dimensiones de la victoria: una inflación galopante y un aumento de los niveles de pobreza respecto del inicio del mandato son razones necesarias y suficientes para que más de la mitad del electorado decida cambiar la orientación del gobierno. Para quien escribe las razones “culturales” -la incidencia de discursos inclusivos de minorías, la “importación de agendas” (tan antigua como el capitalismo moderno)- son más bien subsidiarias de la dura materialidad del bolsillo, aunque su combinación pueda resultar, tal vez, perniciosa (y hasta ahí: en definitiva el electorado femenino se volcó mayormente en contra de Milei). Pero en toda lectura de un emergente histórico no alcanza con buscar estas razones tan determinantes en el mediano plazo. Y este post, en definitiva, busca pensar qué parte de lo educativo puede haber influido en esta decisión.
Todos los docentes vemos a alumnos y alumnas con serios problemas de lectura y escritura y dificultades para organizar el pensamiento abstracto cotidianamente en la escuela. Esto es un dato de la realidad refrendado además por las evaluaciones estandarizadas. Se me ocurren muchas razones por las cuales tiene lugar este fenómeno, donde la cultura digital tiene un protagonismo central pero no excluyente: el consumo de imágenes, combinado con formatos más “flexibles” e intensos del uso del lenguaje escrito es una trompada frontal a las prácticas tradicionales. No es excluyente porque la cultura digital está presente en muchos otros países donde, aparentemente, este problema no tiene la ¿gravedad? o la generalización que tiene en Argentina.
La inclusión educativa, asociada a la gratuidad, es una bandera de la educación argentina. Pero ya no es suficiente no sólo para satisfacer las demandas de una sociedad cada vez más resultadista (resultados atados a las evaluaciones estandarizadas), sino para hacer de nuestros alumnos y alumnas personas con una base sólida de conocimientos para desarrollarse con autonomía en la sociedad y en el mundo laboral. Y la no resolución del problema de la calidad resuena, y mucho, en los discursos más corrientes sobre lo educativo. Y la respuesta a esa demanda con “pero tenemos un sistema educativo inclusivo” ya no alcanza. Tampoco alcanza con aumentar el financiamiento. Las mejoras deben ser visibles y fácilmente comunicables.
Se me ocurren un par de dimensiones en ese sentido, que naturalmente no serán abordadas por el gobierno de Javier Milei.
- Una transformación radical de la carrera docente. No de la formación docente inicial, necesariamente, aunque habría que ajustar unas cuantas clavijas. Sino del puesto de trabajo, derechos y obligaciones de las y los docentes. Debe ser un puesto muy atractivo económicamente, pero eso viene necesariamente con muchas mayores exigencias que las actuales respecto de la enseñanza y los puntos básicos del contrato de trabajo. En definitiva, se trata de reformar el Estatuto del Docente, o bien creando uno “paralelo” al que voluntariamente se trasladen los docentes dispuestos, o reformando en tu totalidad el actual. La primera opción puede ser menos conflictiva que la segunda. Ahora bien: en definitiva cada jurisdicción tiene su propio Estatuto, copiado y pegado del original de 1958, cuando no había internet, ni siquiera la televisión se había masificado, y el empleo estatal tenía características radicalmente diferentes a las actuales. El Estatuto (los 24 Estatutos) vigente/s simplemente no reflejan el puesto de trabajo que hoy tenemos los docentes. Volviendo: la reforma de la carrera docente también implicaría barrer con todo el sistema de kioscos, kiosquitos y kioscazos de las “capacitaciones”, hoy en manos de todo tipo de actores (ONG, universidades públicas y privadas, sindicatos, empresas y, en mucha menor medida, los que los Estados provinciales o el Estado nacional que ofrecen los cursos de mayor calidad) y completamente desregulado. Un bazar turco de puntaje docente que no aporta prácticamente nada a los problemas más urgentes, sino que es un espacio de acomodo y negociados de baja intensidad. Desarrollé un poco estas propuestas acá.
- Un programa de alfabetización agresivo, intenso y medible en todo el país. Otra cosa que se podría hacer desde el Estado nacional con permiso de las provincias, pero con las propuestas de ajuste brutal que propone Milei -y su anunciada nula voluntad de articulación federal- probablemente nunca suceda. Y aquí no se trata de “grietizar” (otra vez) este problema a partir del método de conciencia fonológica o el enfoque psicogenético (dos propuestas político-técnicas que suelen presentarse como mutuamente excluyentes pero que no lo son), sino de poner a disposición todas las herramientas para que las maestras elijan qué camino seguir, pero con la exigencia de medir los resultados año a año para que cuando los alumnos lleguen a 4° grado tengan estas herramientas bien consolidadas. Recursos humanos para esto sobran en las provincias, pero incluso se podría armar un programa federal donde haya circulación de formadores de docentes, formación que debe ser necesariamente territorial y no virtual. A los docentes hay que acompañarlos en sus escuelas, en sus regiones, en sus provincias: las capacitaciones online no parecen haber dado los resultados esperados.
- Una solución tecnológica a un problema tecnológico: los celulares en la escuela. Aunque este problema está presente más en el nivel secundario, no deja de ser un tema cada vez más acuciante. Más aún: ante el discurso “contra el adoctrinamiento” de la ultraderecha (y no solamente), que horada de manera casi irreversible la necesaria confianza entre docentes y alumnos y entre escuela y comunidad, hemos asistido a una enorme cantidad de escenas de grabaciones clandestinas que luego son viralizadas y utilizadas para amedrentar. Pero más allá de esto, que puede recrudecer en un futuro de ultraderecha con poder estatal, los celulares ya son un problema respecto del nivel de distracción que generan en los alumnos. Algo de esto esbocé acá. El problema es cómo se soluciona un problema que es definitivo como cambio cultural, cuando la escuela necesariamente debe ser un espacio de resguardo frente a las lógicas más descarnadas del consumo online 24/7 y de circulación de una cultura curada que no esté regulada por el algoritmo. Una opción es volver al papel, donde sea posible: a los libros físicos, a las fotocopias, y prohibir el uso del celular en el aula (con el problema de insistir permanentemente en esta prohibición). Donde eso sea posible, bienvenido; pero no resulta así en escuelas donde la posibilidad de colgar el material en la nube resuelve y abarata su disponibilidad (y su confección artesanal por parte de los docentes). De esta manera, podría haber una solución técnica: poner inhibidores de señales de datos en las escuelas, que impidan el acceso a internet durante las horas de clase y lo habiliten en los recreos, y en todo caso tener una conexión wi fi escolar con filtros muy estrictos para su funcionamiento, que pueda ser regulado por escuela y no desde el ministerio (o sea, adónde sí y adónde no se puede ingresar en el wi fi). Para los docentes podrían elaborarse “listas blancas” para tener acceso más amplio a datos, pero como el uso excesivo del celular en el aula también es un problema en los docentes (que se ponen a mandar audios y chatear en las mismas horas de clase), esa “lista blanca” debe ser siempre provisoria y sujeta a revocaciones cuando corresponda.
- Bajar dramáticamente la cantidad de horas libres que tienen los alumnos por ausentismo docente o por otras circunstancias. La primera opción siempre es apelar al ítem Presentismo que todos tenemos en nuestros recibos de sueldo, pero si esas inasistencias están avaladas por el Estatuto no hay impacto sobre el Presentismo que valga. Y aún si este ítem fuera más fuerte en el total del sueldo, como ocurre en Mendoza y en otras provincias, eso tampoco garantiza solucionar el problema: habrá más docentes enfermos y sin condiciones de estar frente a un aula. Se habrá “castigado” a los docentes sin solucionar el verdadero problema: las horas libres. Para esto es necesario crear un sistema flexible y rápido de cobertura de cargos, una suerte de grupo rotativo de docentes que vayan sosteniendo la continuidad de las clases allí donde el docente a cargo del curso ha faltado. Se parece más a un sistema de cuidado que a un esquema de enseñanza sostenido propiamente dicho, pero es un inicio mientras se pueden pensar medidas más de fondo.
- Escuelas verdes, con cielo, y fuertemente tecnificadas por orientación. Los edificios escolares responden hoy, en el mejor de los casos, a una organización edilicia decimonónica que pensaba cómo se distribuían las aulas, los espacios, los tiempos y las disciplinas. Incluso los edificios escolares construidos recientemente no dejan de tener, de alguna manera, esta lógica. Sin terminar de romperla del todo, las escuelas hoy deben tener lujos que sean difíciles de encontrar en los hogares de los alumnos, como planteaba Sarmiento hace más de un siglo. ¿Qué sería esto, además de aire acondicionado -que los alumnos sí tienen-, acceso a todas las plataformas de contenido audiovisual -que también-? Tal vez pensar en amplios espacios verdes, en acceso al cielo, en una informatización y puesta a punto de las actividades científicas que se llevan a cabo. Una infraestructura de vanguardia en un edificio amigable en un espacio que dé placer estar. Esto es lo más ambicioso y caro.
Estas cinco dimensiones, en una de ésas, podrían poner a la educación argentina en un lugar más original, más osado, incluso hasta vanguardista como alguna vez fue. Requiere una monumental arquitectura financiera, una apabullante voluntad y cintura política para, recordemos, llevar adelante esto en un país donde la gestión cotidiana de la educación está en manos de las provincias.
Pero todo esto no va a pasar en un gobierno de Milei: simplemente enumero dimensiones de salida frente a una desazón educativa que lleva ya casi dos décadas y que seguramente también se coló en las preferencias electorales. La educación, en el corto plazo, probablemente sufra un impacto a partir de un ajuste sobre los trabajadores: no sorprendería ver migración de la escuela privada a la pública, y una reiteración de huelgas docentes (¿fuertemente reprimidas?) por las malas condiciones de trabajo. Más que el programa educativo de Milei, como hacen los “expertos” que gustan de analizar fragmentadamente la realidad, hay que mirar su programa social y económico.
¿Entonces qué hacemos en la escuela?
Los diseños curriculares hablan de Derechos Humanos, de convivencia democrática, de resolución no violenta de los conflictos, de Educación Sexual Integral. Hablan de Memoria, Verdad y Justicia como parte de un contrato democrático básico, que desde ya se puede someter a análisis pero que necesitamos como punto de partida. Habla de un cronograma de efemérides de conmemoración y celebración de hitos que nos hemos dado como comunidad amplia y que hoy están seriamente puestos en duda.
Vienen tiempos muy difíciles para nuestras y nuestros alumnos, y también para nosotros los docentes. Tal vez la función social de la escuela deberá ser reforzada y se vuelva más claramente un refugio, en la medida de lo posible, de una violencia que se avecina. Es importante que estemos para nuestros alumnos, extremar la paciencia y la autoridad epistémica y pedagógica. Es indispensable reforzar la enseñanza de las herramientas para pensar y estar en el mundo. Es más importante todavía la contención, mal que nos pese. Esto último no es deseable, sino simplemente una anticipación de lo que es muy probable que suceda. Y tendremos que hacer malabares para no colapsar nosotros mismos como laburantes frente a las y los alumnos que, en definitiva, están en la escuela porque esperan aprender. La escuela debe, lamentablemente, pensar en los tiempos que vienen mucho más su lugar de “fogón” y suspensión de las lógicas externas, porque probablemente ahí es donde tal vez aparezcan más las tensiones. Será muy difícil que mejoren los resultados de las evaluaciones estandarizadas con un programa como el de Milei.
Estemos con nuestros alumnos, simplemente, abracémonos con nuestros aliados en la escuela más que nunca. Parece hipismo falopero, líneas a las que estamos bastante acostumbrados en los discursos educativos. Pero es una necesidad material, concreta e imperiosa en los tiempos que vienen.
La herencia a recuperar
A pesar de lo que dicen categóricamente las evaluaciones estandarizadas acerca de la educación argentina en la región, Argentina sigue siendo un país receptor de migrantes. Sin ser especialista, arriesgo que esa inmigración se explica por un “Combo argentino” que combina derechos laborales, un capitalismo que da más oportunidades de las que nosotros queremos asumir, y salud y educación superior públicas. Estamos como Perú o El Salvador, dice la UNESCO y las PISA -y en lo medido seguramente tienen razón-, tenemos problemas serios sobre la enseñanza de muchas asignaturas, y sin embargo este país sigue siendo elegido para familias que quieren pensar en un futuro. La educación y la salud públicas son, creo, factores de peso en la elección de un país de destino para una decisión tan difícil como irse del propio país. Lo que personalmente lamento como ¿progresista? es que esa herencia “sarmientina” haya sido un colchón para dormirnos en los laureles y descansar sobre los propios logros en vez de seguir pensando en el futuro, en un futuro no conservador y que además empiece a calmar algunas expectativas.
Vienen tiempos durísimos en los que tenemos la oportunidad de pensar en el futuro, porque los años que vienen se parecen más al paleolítico que al porvenir.
Publicada el 20 de noviembre de 2023
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