Las figuritas del mundial en la escuela o cómo entrar por agujeros pequeños

Foto: Javier Conde para @la_escueloneta en Instagram

El Mundial de fútbol es uno de esos eventos que en nuestro país parecen invadirlo todo, y también copan la escuela. ¿Qué oportunidades didácticas abre? ¿Cuánto de lo artesanal se puede poner en juego en el currículum intruso?

Se dice que el gusto por el papel es un placer reservado a las generaciones de mayor edad. Hay quienes llegan a afirmar que el deleite de tocar y oler un libro impreso es algo que, hoy por hoy, solo disfrutan las personas adultas. Los niños, niñas y adolescentes, en cambio -se afirma- pertenecen a una generación signada por la omnipresencia de Internet y, por eso, su interés está tomado por el universo virtual. Los cuadernos, los libros y todo cuanto esté hecho de la inestimable pulpa de celulosa parece no atraer a una generación que ha nacido en un mundo atravesado por la virtualidad. 

De estas ideas se desprenden muchas líneas de estudio y de trabajo en el campo educativo actual. Entre ellas, las múltiples propuestas para incorporar las TIC en las aulas y las  preguntas vinculadas al impacto que una vida mediada por pantallas puede tener en las subjetividades de nuestra época.

Como docente, también me siento convocada por estos interrogantes. Por eso cuando comenzó el furor por las figuritas del Mundial no lograba salir de mi asombro. En los recreos los estudiantes intercambian cromos, muestran sus álbumes, cuentan qué figuritas tienen, cuáles les faltan y se lamentan por las que son difíciles de conseguir. Se relatan, incluso, historias de leyenda, como la del tío de un amigo que, casi como un milagro, se encontró la figurita de Messi tirada en el vestuario de un club. “Pobre el que la perdió”, comenta uno agarrándose la cabeza, con sincera empatía. En las clases, las cosas no son tan distintas. En pleno trabajo áulico, hay estudiantes haciendo gráficos y cuentas para negociar intercambios en anotadores que resultan confiscados por sus docentes para evitar distracciones. En la puerta de los colegios, madres y padres lamentan el costo de cada sobre. 

¿Cómo puede ser?, comencé a preguntarme. ¿Cómo es que esta generación digital está tan enloquecida por papelitos? ¿Dónde entra esto en todo el marco teórico sobre las generaciones digitales y coso?

Si bien es cierto que la publicidad tiene un impacto importante en los intereses de niños, niñas y adolescentes, el furor por las figuritas de papel no dejaba de desconcertarme y de generarme interrogantes. ¿Será que nos apresuramos a hacer generalizaciones y a establecer dicotomías? ¿Que lo digital no vino a eliminar el papel y todo lo tangible del arco de intereses de las generaciones más jóvenes? 

Pegoteos 

Comencé a ensayar algunas respuestas. Existe un autor, muy querido en el campo de la Comunicación y de los Estudios Culturales, que se llama Walter Benjamin. Entre varias ideas geniales, Benjamin formuló el concepto de “aura”. El aura es una propiedad que poseen solo las obras “auténticas” y que explica, por ejemplo, el estremecimiento profundo que, frente al cuadro de La Gioconda expuesto en el Louvre, puede experimentar quien sabe que esa pincelada preserva en la actualidad la lejana huella de la mano de Leonardo Da Vinci. La incorporación de la tecnología en la reproducción de las obras de arte, explica Benjamin, quita a la obra su aura. Así, por ejemplo, la reproducción de la Monna Lisa en un cuadro del comedor de mi casa, en una remera o en un par de medias carece de la propiedad aurática que poseen las obras originales y no logran producir la emoción que genera el contacto con esas piezas únicas que son las obras auténticas. 

¿Será que nos apresuramos a hacer generalizaciones y a establecer dicotomías? ¿Que lo digital no vino a eliminar el papel y todo lo tangible del arco de intereses de las generaciones más jóvenes? 

A esta altura, ustedes se deben estar preguntando qué tiene que ver todo esto con las figuritas del Mundial. Yo pienso lo siguiente: en un mundo mediado por lo digital, tocar, sostener, palpar, son formas en que puede manifestarse lo aurático; en otras palabras, hay en el proceso de abrir el sobre, romperlo, intercambiar de mano en mano las figuritas y pegotearse los dedos, algo del orden de lo auténtico, algo que resulta insustituible e irremplazable por los intocables contenidos de la virtualidad. Mucho más cuando venimos de la pandemia, del aislamiento y de la distancia aséptica obligatoria. De hecho, por mucho que se quiera apresurar generalizaciones sobre las “generaciones digitales”, niños y niñas no han dejado nunca de jugar con juguetes. 

¿Y con esto qué hago?

Con estas ideas en la cabeza y sin saber qué hacer con ellas, una compañera de trabajo me comenta: “¿No te enteraste? Cambió la temática de la muestra de fin de año: va a ser sobre el Mundial”. Y ustedes, lectoras y lectores, tal vez querrían escuchar que yo dije “gol”. Pues no.

Di mil vueltas pensando qué podía aportar al encuentro desde Informática, la asignatura que tengo a cargo. Para segundo ciclo pensé fácilmente en que los chicos y chicas desarrollaran juegos futbolísticos desde Scratch (una plataforma para el aprendizaje de la programación en el nivel primario), pero para primer ciclo no se me ocurría nada que me convenciera. Pasaron varios días hasta que una mañana me desperté sin recordar absolutamente nada de lo que había soñado pero con una idea que me gustó mucho más que las que había logrado gestar mi inteligencia diurna. 

“Claro”, pensé, “es eso: tienen que hacer sus figuritas del Mundial”. La idea resultó incluso mucho mejor de lo que esperaba. “Profe, ¿no que es verdad que vas a imprimir las figuritas para que las peguemos en nuestro álbum?”, me interrogó un nene que la semana anterior había estado defendiendo fervorosamente la existencia de Papá Noel. “Sí”, le respondí. “Vieron”, le espetó en la cara a sus incrédulos compañeros. 

Otra vez la pregunta, otra vez la intuición: usar las TIC para sacar las cosas de la pantalla es un camino interesante. Proponer que los chicos y chicas usen las compus no solo para maniobrar programas sino también para hacer sus propias cosas, sus figus, sus periódicos, sus libros, etc., etc.

La ESI en las figuritas 

Definido el proyecto de las figuritas del Mundial, fue necesario pensar el contenido de los cromos. Las figus originales incluyen una fotografía de los jugadores. En vez de una foto, aposté porque cada niño y cada niña realizara su propio avatar. Me pareció un recurso interesante para explorar y proyectar la propia identidad. Así, hubo quienes buscaron representarse físicamente de la manera más fielmente posible. Pero hubo otros y otras que, en cambio, jugaron con colores de pelo de fantasía, alargaron o acortaron sus melenas y subieron su tono de piel (a contrapelo de todos los prejuicios raciales que habitan el mundo adulto).

Los cromos de las selecciones, además, brindan información sobre el peso y la altura de los deportistas. Estuve a punto de conservar estos datos para que los chicos y chicas indagaran con sus familias cuánto medían y pesaban, pero me detuvo la siguiente pregunta: ¿por qué el peso y la altura son datos tan importantes? ¿Desde qué perspectiva biomédica y biométrica esa información resulta relevante? ¿Por qué el peso del “Dibu” Martínez es más importante, por ejemplo, que su gusto de helado preferido? Así que, con más preguntas que respuestas, apreté la tecla “delete” del teclado y borré de un plumazo aquellos datos. 

Quedaba entonces por resolver qué otro contenido sumar a la figurita. Pensé en que cada niño y cada niña pudiera agregar información sobre su lugar de nacimiento y su equipo de fútbol (podía ser uno inventado o bien el club de sus amores). Sumé, además, otros dos datos: “pasatiempo preferido” y “talento especial”. Conjeturé que se trataría de un buen recurso para fomentar el autoconocimiento y la autopercepción positiva. 

Usar las TIC para sacar las cosas de la pantalla es un camino interesante.

En “pasatiempo” surgieron cosas como jugar, jugar a la play, jugar al fútbol, andar en bici, correr, cocinar, estar con mi familia o “ver a mi mamá” (la profe muere de ternura). En “talento especial”, surgieron aptitudes como “dibujar”, “escribir”, “ser buena con la tecnología”, “hacer goles”, “hacer movimientos”, “ver lobos marinos” y “ver cómo ven los demás” (sea lo que sea que eso quiera decir). Pero hubo un talento que pareció haber sido escrito solo para responder a todas las dudas que me asaltaron al apretar una tecla y borrar de las figuritas la información referida a peso y altura: “mi talento especial, profe, es entrar en agujeros pequeños”. 

Me reí, me sorprendí, me emocioné. La respuesta vino de un niño de muy pequeña estatura, de aquellos que en la gráfica de crecimiento utilizada en los consultorios pediátricos quedan bastante por debajo del promedio. “Es cierto”, pensé e imaginé el beneficio de poder entrar en agujeros pequeños ante ciertos problemas de la vida cotidiana o desafíos de la naturaleza; también en las enormes ventajas para jugar a las escondidas. Tan cierto me pareció que aquello que podía ser un problema se me representó en ese momento como una especie de “superpoder”. Tan cierto como que el Chapulín Colorado necesita sus pastillas de chiquitolina para llevar adelante sus actos de justicia. 

Volví a valorar la ESI y su transversalidad; a apreciar la apuesta que significa incluir la Educación Sexual Integral en todo, en las prácticas del lenguaje, en las matemáticas, en la informática y en las figuritas.

Pensé también en la importancia de “admirar” y “readmirar” el mundo, como enseñó Paulo Freire; observar con curiosidad todo cuanto nos rodea y hacernos preguntas: ¿por qué las figuritas? ¿Por qué el papel? ¿Por qué lo digital? ¿Por qué el peso y por qué la altura? Y animarnos a pasar por agujeros pequeños. 

Natacha Misiak

Se recibió de Licenciada en Comunicación Social a los veinti pero bastante pasados los treinta no pudo más que admitir que su vocación había sido siempre la docencia; así que juntó corajes, se anotó en una segunda carrera y se graduó de Profesora de Educación Primaria. Y aquí anda, enseñando y escribiendo.

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