Un proyecto sobre el uso del celular que inicialmente se llamó "crónicas de una abstinencia". La propuesta de los profes era generar que lxs estudiantes se desconectaran durante unos días pautados. De esta manera organizaron un cuestionario que derivó en un cierre con reflexiones, algunas de ellas volcadas en este artículo.
Es jueves. Son las 11.20 h y toca la clase de Lengua y Literatura con Quinto año. No importa cuándo leas esto: a los pocos minutos de comenzar, el diálogo entre los dos estudiantes que se sientan a un costado del aula es indisimulable. El aula es chica. Los miro, me miran. Perdón, profe. No se preocupen, participen de la clase, ya saben cómo trabajamos. Pasaron unos pocos minutos y mientras leía en voz alta para el aula, levanto la mirada de la hoja y los mismos estudiantes intercambiaban mensajes utilizando el banco de soporte. Lo que no saben ellos es que desde el frente del aula podemos apreciar (casi) todo, discutían si la eliminación argentina del mundial había sido culpa del expulsado Ariel Ortega. Lo que no sabía yo es que al pedirme perdón, minutos antes, lo habían hecho por el sonido que generaba el murmullo y no por estar ignorando las opiniones de los demás. O, tal vez, sí pidieron perdón por ignorar a sus compañeros pero, de todas maneras, lo hicieron igual. Como dije al inicio: no importa cuándo leas esto. ¿ O sí?
Es jueves. Son las 11.20 hs y toca la clase de Historia con Cuarto año. No importa cuándo leas esto: a los pocos minutos de comenzar, suena una notificación en el celular de una estudiante. El aula es chica por lo que se hizo indisimulable. La miro, me mira. Perdón, profe. No te preocupes, pero guardalo, ya quedamos en cómo íbamos a trabajar. Pasaron unos pocos minutos y mientras hacía una lectura en voz alta para el aula, levanto la mirada de la hoja y la misma estudiante miraba el celular con un poco más de cautela por debajo de su banco. Lo que no sabe ella es que desde el frente del aula podemos apreciar (casi) todo. Lo que no sabía yo es que al pedirme perdón, minutos antes, lo había hecho por el sonido que el celular emitió y no por la acción del uso del celular en clase, naturalizado en adultos y en adolescentes. O, tal vez, sí pidió perdón por el uso del celular y de todas maneras quiso utilizarlo minutos después. Como dije al inicio: no importa cuándo leas esto. ¿O sí?
Unas clases más tarde, iniciamos con una pregunta: ¿recuerdan la última vez que no usaron el celular en 24 horas? Uno respondió que estuvo una semana sin usarlo porque se le había roto; otra escupió que lo había olvidado en la casa de un familiar y que aún no había vuelto a buscarlo. Llevaba dos días. Por suerte me prestaron otro, dijo. En mi cabeza resonó esa idea, “por suerte”, ¿de qué se trata esa suerte? Aclaré, entonces, que no me refería a esos casos, sino más bien a quién conscientemente no usó el celular por 24 horas. Nadie respondió. Más que suficiente para darle curso, junto con Iván –profesor de Lengua y Literatura– a un proyecto que realizamos durante el ciclo lectivo 2023 con estudiantes de Cuarto y Quinto año de una escuela media de la Ciudad de Buenos Aires. Fueron varios meses entre su planificación, su ejecución y el análisis de las conclusiones.
El celular, la escuela y la vida cotidiana
El celular se incorporó a la vida cotidiana tan rápidamente que no tomamos registro de eso. Nos es difícil imaginar un futuro sin celular o algún objeto similar que “haga las veces de”. Junto a la aparición de internet, debe ser el acontecimiento tecnológico con mayor impacto social de los últimos 20 años. A nuestra ecuación inicial le debemos sumar, necesariamente, el Internet porque el primero no sirve sin el otro. El celular como lo conocemos hoy –con Internet, con redes, con cámaras de fotos, etc–, está hace
¿15 años? Instagram existe desde el 2011, Whatsapp nació en el 2009, Twitter nació en el 2006 y Facebook se fundó en el año 2004.O sea, siglo XXI y la invasión de las pantallitas es total en nuestras vidas y, por supuesto, la escuela no es la excepción.
Entonces, ¿cómo puede una disciplina competir contra un aparato que cabe en la palma de la mano y que te permite tener el planeta entero a disposición? Esta pregunta es, tal vez, algo engañosa porque supone que una materia de la escuela tiene que competir con algo. En una competencia, por definición, hay algo que gana y algo que pierde. No creemos que la escuela esté para restar; sí para sumar.
Solemos estar frente a clase, muchas veces la atención está puesta en el celular: ¿es posible alterarles la lógica a estudiantes nacidos a partir del 2006? ¿Es posible limitar el uso del celular en clase?
El proyecto
Les propusimos a nuestros estudiantes titular el proyecto Crónicas de una abstinencia a raíz del libro escrito por la psicóloga y docente Clara Oyuela quien se sometió a un experimento: guardar su teléfono celular en su mesa de luz durante un mes y sólo utilizar el teléfono de línea y el correo electrónico. No duden en leer ese libro y seguir de cerca su trabajo. Su atención por favor: no les pedimos a 57 adolescentes que dejen de utilizar el celular e internet durante un mes; sería criminal.
Partimos de una serie de preguntas para pensar nuestros objetivos: ¿hemos dado lugar a pensar que el uso del celular puede ser considerado una adicción social? ¿Comprendemos, entonces, que como toda
adicción genera consecuencias? ¿cuáles son los efectos? ¿cómo limitamos el uso del celular? ¿es eso posible? Entonces, la propuesta fue que los y las estudiantes limitaran el uso del celular lo máximo posible durante un día y medio entre el domingo 3/7 a las 12 horas hasta el lunes 4/7 a las 23.59. El trabajo no era obligatorio. Les solicitamos que consideren la posibilidad de desinstalar todas las aplicaciones de su celular que les generen la “obligación” de estar conectados (Instagram, TikTok, Google Photos, Whatsapp, etc). Comprendíamos que la comunicación por motivos de seguridad era necesaria por lo que les sugerimos que pudiera mantenerse a través de los mensajes de texto (sí, siguen existiendo) y las llamadas telefónicas (también siguen existiendo). De nuestra parte, aclaramos que también nos someteríamos a este experimento, dimos aviso a las familias mediante una nota para que supieran las razones por las cuales sus hijos/as iban a estar deconectados/as por 36 horas y le pedimos a nuestros colegas que el lunes no realizaran actividades que requirieran el uso del celular. Si en esas 36 horas, nuestros/as estudiantes dormían ocho horas y el lunes estaban en clases desde las 7.40 hasta las 16.40 (suponiendo que en clases iban a tener cosas que hacer y eso los iba a mantener alejados del celular), entonces a esas 36 horas había que restarle 17 horas. En definitiva, ¿podían nuestros estudiantes estar 19 horas sin utilizar el teléfono celular?
Por otro lado, los/as estudiantes debían registrar sus experiencias por escrito y responder una serie de preguntas elaboradas por los profesores que eran las siguientes: ¿qué actividades distintas en lugar del uso del celular hicieron?; 2) ¿A qué hora te despertaste y a qué hora te dormiste? ¿Dónde estuviste y qué hiciste?; 3) ¿Tuvieron la necesidad de usar/ver el celular? ¿Recuerdan algún momento en particular?; 4)
¿Pudiste cumplir con la propuesta? Justificar; 5) Narren las sensaciones que les produjeron estar alejado del celular, poniendo énfasis en si descubriste algo distinto en su cotidianidad. El trabajo final debía ser entregado el miércoles 6/7 a las 8.00.
Por sí o por no: ¿pudieron completar lo pedido?
Sobre 57 estudiantes que fueron invitados a la actividad, sólo 21 contestaron el cuestionario. De los 21, sólo 3 realizaron la consigna como fue pedida; recordémosla: no utilizar el celular durante 36 horas que finalmente eran, efectivamente, 17. Por comentarios de las y los estudiantes, varios/as intentaron realizar la propuesta pero no respondieron el cuestionario. Ese pequeño paso sin cumplir, generó una pérdida significativa de información. La no obligatoriedad se ve plasmada en un cumplimiento parcial. De los cuestionarios hemos rescatado las siguientes ideas que citamos textualmente: inquietud, curiosidad,
aburrimiento, desesperación, ansiedad, mal humor, tranquilidad, incomodidad, dependencia, hábito, contradicción, caer, darse por vencida, necesidad, locura, consumo, costumbre, concentración. Muchos estudiantes han manifestado que registraron un “uso inconsciente, un hábito naturalizado e incorporado”, lo que les dificultó “no pensar en el celular” y una obvia “necesidad de revisar el celular”. Otros, han coincidido en la existencia de una “incertidumbre de qué pasaba en redes sociales”. Al momento, resulta evidente que el uso del celular es parte de “una rutina constante” por lo que no tenerlo “en la mano se volvió bastante complicado”. Unas pocas estudiantes manifestaron que registraron cuán absorbente es el celular para sus actividades cotidianas y una explicó que “logré empezar a leer un libro que me había comprado hace unas semanas que no podía leer por falta de tiempo”. Otro aspecto a destacar está vinculado con el sueño: manifestaron que pudieron conciliar mejor el sueño e incluso dormir unas horas más de lo habitual. Uno de ellos expresó que “mirando la batería del celular siempre llego del colegio con el 50 % aproximadamente y en esa oportunidad llegué a casa con el 90”. Ese es un dato muy interesante. Una estudiante explicó que “apagué el celular al mediodía del domingo y lo prendí en la mañana del martes. Para poder cumplir el desafío no solo apagué el celular sino que también la computadora. Además, anoté todas las actividades que quería realizar durante ese periodo como organizar mi habitación, leer, salir con amigas y hacer algunas tareas”. En general, se ha manifestado la importancia de comunicarse con sus padres para mantenerlos informados y que lo han hecho a través de Whatsapp. Recordemos que no solicitamos no utilizar el celular, pero ante esas circunstancias propusimos que sean las llamadas telefónicas o los mensajes de texto que medien la comunicación con las familias. Por último, muchos estudiantes no sólo no realizaron la propuesta como fue pedida (por omisión, olvido o porque, simplemente, no pudieron), sino que además no comprendieron que no cumplían con lo consignado.
¿Y, entonces?
En base a la propuesta inicial y las respuestas que hemos procesado a lo largo de estos meses, hemos descubierto cuestiones para seguir reflexionando y una de ellas es una obviedad que repetimos: la invasión de las pantallas en nuestras escuelas es total, por lo que nos preguntamos cómo retomar el control en este aspecto. ¿Será posible levantar la mirada del celular sin que sea porque estoy sacando una foto? ¿Será posible que la escuela se involucre en cómo usar el celular? Porque bien sabemos que la tecnología es valiosa, pero agregamos lo siguiente: si, sólo si, sabemos cómo usarla.
No es interés nuestro, como se habrán dado cuenta, cancelar el celular. No nos interesa transformarnos en monjes budista como si viviéramos en el Himalaya, porque no podemos despojarnos de los estímulos constantes de la vida moderna, no vivimos rodeados de la naturaleza en el medio de la Ciudad de Buenos Aires. Muy por el contrario: vivimos en una gran ciudad y en una sociedad de consumo. Sí nos interesó conocer qué les pasaba a nuestros estudiantes si usaban el modo avión por varias horas y varias cosas registramos: es fundamental aprender a usar a usar la tecnología en función de las necesidades adecuadas y personales; es necesario reconocer cuáles son los límites que tenemos que ponernos ante el uso del celular y lograr ser pacientes ya que todos/as estamos inmersos en estas situaciones.
A partir de este proyecto uno de nosotros se compró un reloj. Pero no uno inteligente de los que están vinculados con el celular y llegan ahí todas las notificaciones. Ese reloj sólo dice la hora y la fecha. Sí, es verdad que veo un poco menos el celular de esa forma, aunque mientras escribo estas líneas está a escasos metros de mi mano, lo que me lleva a un último aprendizaje tras este proyecto: el mundo real y el mundo virtual no son distintos entre sí como solemos pensar y, fundamentalmente, es imprescindible pensar colectivamente un problema que parece individual, pero al final del día, no lo es.