Enviado el 10/10/2021
Hola ¿qué tal?
Espero que andes bien. Me presento, mi nombre es Iván y este es mi primer envío. Llega un poco fuera de tiempo dado que era originalmente un newsletter de septiembre, así que vamos a llamarlo Nº 0 y listo.
Nos vamos acomodando: el plan es repetirlo los segundos viernes de cada mes. Al igual que a vos me llegan varios newsletters a mi casilla. Algunos los abro, otros los leo y el resto simplemente se amontonan en “no leídos” esperando un mañana mejor. No tengo la más pálida idea del lugar que va a ocupar “Esto no es una escuela” entre tus cosas. Lo que sí puedo decir es que esa incertidumbre me ordena internamente. Intentaré trazar una deriva posible, un itinerario de viaje que cumpla con los requisitos de este género (si se lo puede denominar así) que tendrá una pregunta hiperbólica y recurrente: ¿Dónde está la escuela?
1- Leopoldo Brizuela decía que lo que más le gustaba de la escritura era lo que la rodeaba, los pasos previos. Hacer espacio, preparar café, copypastear ideas sueltas, ir allanando los límites del texto. Me quedó grabada esa imagen, Leopoldo también decía que los relatos muchas veces asaltan al lenguaje, lo someten y la verdad es que no me fue fácil redondear esta deriva, fue casi un desafío idiomático.
Para comenzar me dijeron que escriba como si esto fuese una carta o un mail imaginario lo que interpreté como una rutina física. Mandé dos mails innecesariamente largos, luego me presenté ¿hola, cómo estás? en un drive solitario. Leí otros newsletters, comparé, revolví basureros en la web y me reencontré, lento de reflejos, con algunos subgéneros mientras merodeaba en historias ajenas con la esperanza de encontrar un hilo conductor.
“Carta a poste restante” es una canción de Jaime Ross que me recuerda a cuando era chico. En algún momento de la adultez tuve que googlear “poste restante” porque me generaba extrañeza que esas dos palabras anduvieran juntas por la vida. Hoy veo que un newsletter es eso: una carta a poste restante, que no llega a nadie en particular sino a una casa central, a una oficina gris e impersonal, que obliga al destinatario a sacrificar algo de sí; tiempo, distancia, amor. Un destinatario ideal que hace sus apuestas clickeando, abriendo, devolviendo el saludo del narrador. Al menos en este primer envío, sin conocernos, hay un acercamiento enigmático que se parece bastante a cualquier contrato literario. Me da la impresión que el newsletter carga con el diferencial de ocupar un espacio, nos insta a definirnos mientras nos espera en los correos no leídos. Un libro, aunque sea un objeto contundente, puede camuflarse en una biblioteca y fundirse en el olvido. Leeme o borrame -parecen decir mis newsletters- pero nunca me olvides.
Leí alguna vez que para encontrar el tono de un texto hay que deslizarse en el fraseo, básicamente escribir y escribir sin tantos miramientos. Después de eso, hay que ver cuánto queda de uno en ese patinaje de lectura muda. Por lo pronto la búsqueda está abierta.
Pensar en las cartas me permitió volver al género epistolar, un género tan antiguo como la escritura y la distancia entre las personas. Misivas que torcieron el curso de la historia, heraldos de la guerra, revoluciones en compás de espera, controversias transatlánticas, cartas de opiómanos, vínculos tóxicos, kafkianos, célebres y prohibidos. De la ficción a los documentos históricos, y viceversa.
Boquitas pintadas (1969) de Manuel Puig es una trama que se va enhebrando principalmente con cartas. El autor cruza varios lenguajes: correos, reconstrucción histórica, diarios, novelas radiales, arrabal y puterío de barrio. Es realmente una pieza única, un género en sí mismo. Los amores criminales, el erotismo, las múltiples historias que dan vueltas y se tiñen de tragedia. Boquitas pintadas -así como la triste vida de Camilo Canegato en la pluma de Denevi- es una obra que muerde los bordes de su género y que además narra los modos de vida de una argentina de otra época. Esta novela nos recuerda que los géneros y los subgéneros literarios son impuros, y que los newsletters, al parecer una literatura del yo, puede también ocupar un lugar entre las nuevas formas literarias. Pero bueno, esto no es una newsletter sobre el género epistolar. ¿Dónde estará la escuela en todo esto?
2- Javier Geraldi compiló, con buenos resultados, una serie de textos con escenas de las infancias en la literatura argentina. De Eugenio Cambaceres o Ávaro Yunque, de Hebe Uhart y su retrato de Dora (una simple directora de un pueblo) al relato tortuoso de Eduardo Wilde. Creo que uno de los grandes temas de la literatura argentina podría ser el que narra la representación de la infancia pobre.¿Por qué hablar de la infancia pobre en la literatura argentina? El disparador no es otro que la realidad. Los últimos datos del INDEC tomados en base al EMAE (Estimador mensual de la actividad económica) y a la EPH (Encuesta permanente de hogares) arrojan que, dentro de núcleo de pobreza, entre los 0 y los 5 años la pobreza afectó al 50,8 por ciento de la población; entre los 6 y 11 años, al 54,9 por ciento y entre los 12 y 17, al 57,8 por ciento. Es decir, la mitad de los pibes son pobres.
3- El niño proletario (1973) de Osvaldo Lamborghini podría inscribirse en este capítulo de infancias pobres, donde en la brutalidad de la prosa el autor define pobreza en un sentido más emocional/humano que estrictamente material, aunque esto también aparezca. Un caso similar es Crónica de un niño solo (1965), la ópera prima de Leonardo Favio. En el film aparece la misma brutalidad, en todas sus dimensiones, sobre la vida de Polín, el niño protagonista. Una película devastadora, poética, realmente única, donde la escolaridad aparece tangencialmente en la primera parte del film.
Enrique Medina en Las Tumbas (1972) o Rodolfo Walsh en “Irlandeses detrás a un gato” (1965) -texto posiblemente autobiográfico- construyen relatos primos, ambientados también en internados de menores. En el caso del Gato, el protagonista de Walsh, aparece la pobreza afectiva -la orfandad- aunque esta no es pasiva, hay una revelación primaria, un intento de asomar a otra vida de parte del protagonista, como sucede con Oliver Twist (1838) de Charles Dickens, quizá la primera obra con la infancia pobre en el centro de la narrativa.
Otra historia determinante para esta selección aleatoria, en este caso una nouvelle, es Pogrom del cabecita negra (1968) de Aurora Venturini. Una obra maestra de la literatura sobre el peronismo a la cual le costó horrores hacerse lugar, donde el reconocimiento vino a los tumbos, con los años. La historia de Moncho, sus hermanos, los asilos y el retorno a su pueblo. La historia desagregada de la pobreza.
4- “La fiesta ajena” de Liliana Heker es un cuento maravilloso, donde la brutalidad está narrada quirúrgicamente. La niña Rosaura, en el cumpleaños de la hija de la patrona, cae en la cuenta de que ella, y sólo ella, no pertenece a ese lugar. Pienso a menudo, cuando se representan infancias pobres en la literatura argentina, cual es el rol que ocupa la escuela. O mejor dicho ¿Dónde está la escuela? En el cuento de Heker no hay vínculo directo con la escolaridad, el ámbito de reunión de las niñas es el cumple de Luciana, la hija de la patrona Inés. ¿Qué lugar ocuparía, entonces, la escuela?
“La escuela es una intersección en un espacio social, un nodo en una red de prácticas que se expande en sistemas complejos que empiezan y terminan afuera de la escuela” Jan Nespor, 1996.
La escuela como una máquina infernal de producir subjetividades. La escuela como producción histórica que vive en las operaciones más sutiles de la vida diaria. La escolaridad, la cultura escolar, en cada momento del día no importando si hay paredes, timbres u horarios. Un hilo que empieza en la escuela y termina en otros lugares. ¿En qué momento entonces, en “la fiesta ajena”, aparece representada la escolaridad?
¿En qué momento, en “La fiesta ajena”, aparece representada la escolaridad?
Transcribo un fragmento:
–¿Y vos quién sos?
–Soy amiga de Luciana –dijo Rosaura.
–No –dijo la del moño–, vos no sos amiga de Luciana porque yo soy la prima y conozco a todas sus amigas. Y a vos no te conozco.
–Y a mí qué me importa –dijo Rosaura–, yo vengo todas las tardes con mi mamá y hacemos los deberes juntas.
–¿Vos y tu mamá hacen los deberes juntas? –dijo la del moño, con una risita.
– Yo y Luciana hacemos los deberes juntas –dijo Rosaura, muy seria.
La del moño se encogió de hombros. –Eso no es ser amiga –dijo–. ¿Vas al colegio con ella?
–No.
–¿Y entonces, de dónde la conocés? –dijo la del moño, que empezaba a impacientarse.
Rosaura se acordaba perfectamente de las palabras de su madre. Respiró hondo: –Soy la hija de la empleada –dijo.
De alta alcurnia o de linaje proletario, el lenguaje posible será el de la escuela. Luciana y Rosaura siempre tendrán un lugar de pertenencia aunque acudan a escuelas bien distintas. La escuela como producción histórica, que va mutando, vive en las operaciones más sutiles de la vida diaria. En ese “hacer los deberes juntas” hay un código de entendimiento creado bajo las normas de la escolaridad. La cultura escolar, los modelos de subjetividades que Luciana y Rosaura llevan a cuestas, a pesar de las diferencias de origen social, las conectan. En cada momento del día, no importa si hay paredes, timbres u horarios. Un hilo que empieza en la escuela y termina en otros lugares.
Si llegaste hasta acá tengo que agradecerte. La deriva de este mes tocó orillas literarias, posiblemente sigamos hablando de estas cosas, o de otras tantas que arrimen la pregunta ¿Dónde está la escuela?
Un abrazo, Iván