Iván Stoikoff narra la tragedia 2001 en clave educativa. Va al encuentro de lxs protagonistas e invita a pensar en cómo se recompone un aula tras la debacle. La escuela, cuando hay derrumbe social siempre se mantiene en pie ¿Pero a qué costo?
El 2001 marcó a fuego a la Argentina. Hoy parte de una generación se reconoce hija de aquella tragedia, y recuerda el instante insignia de ese brusco alumbramiento: la mañana del 20 diciembre cuando la montada avanzó sobre las Madres de Plaza de Mayo. Un parteaguas en la historia de la democracia argentina, renacida en la convertibilidad y el pacto de Olivos y luego mancillada por la pobreza y la corrupción.
Un diciembre donde la sociedad salió a la calle y la lucha fue “una sola”, al menos de manera evanescente, como en un paisaje fellinesco donde el humo de las gomas del Puente Avellaneda cubría el mismo cielo de ahorristas y hombres grises de la city, en una ciudad desierta por el paro general de las centrales obreras. Veinte días de un mes sísmico donde la cronología de protestas e incertidumbre tuvo como corolario un río de sangre en la sitiada Plaza de Mayo.
2001 además es el año donde se agotó un modelo de acumulación y eso se tradujo en una crisis profunda que incluyó un vacío de representatividad inédito en la trama nacional. La vacancia duró un par de años, hasta el inicio de un ciclo de recomposición con el ascenso al poder de los dos esquemas protagonistas de estos veinte años: el kirchnerismo y el macrismo.
Los números son redondos: el fin de un siglo corto, el estrepitoso final del 1 a 1, la efeméride de los veinte años. Este aniversario trae una inagotable revisión donde leemos, en distintos tonos, que hay elementos cíclicos en la odisea argentina. El 2001 tiene la capacidad histórica de ser reversible -se lee para atrás y para adelante- por lo que el FMI y el crecimiento del núcleo duro de la pobreza no son temas exclusivos del pasado reciente.
En las escuelas el cambio de siglo también tuvo su historia particular, sus damnificados, exegetas y un muerto que sigue hablando: Claudio “el Pocho” Lepratti. La escuela, decimos, se hace espejo de la realidad, como un correlato incesante donde se ve reflejada tanto la macro como los problemas de un barrio. Quizá en el patio no hay tiros pero se escuchan nítidos, llega el sonido. Lo que sucede afuera se transforma dentro, se amplifica, cobra nuevos sentidos. En las escuelas del conurbano en el 2001 hubo trueque, asambleas y patacones, y también pibes con la mirada encendida mostrando lo que sus familias habían saqueado. En otros lugares, hubo estudiantes que faltaron a clases para hacer la fila en los consulados, como la otra cara del mismo problema.
Sin clases la escuela sigue abierta
En el 2001 Miryan Sarmiento era maestra y delegada escolar de la Escuela Nº 50 de Trujui en Moreno. Su desempeño docente había arrancado en el ’95 donde, según relata, fueron diez años de no ver recurso de ninguna índole para las escuelas ni para las familias de la zona. La historia cuenta que en la 50 no había espacio para un comedor pero como había hambre, se las ingeniaban para asegurar un plato de comida.
Aquel diciembre las clases ya habían terminado pero los docentes permanecían en la institución, ultimando las diligencias de todo ciclo lectivo, aunque fundamentalmente sosteniendo a los que allí se refugiaban con distintas demandas. Las asambleas eran permanentes -retención de servicios incluida- por los maestros que cobraban en lecops y patacones o se les adeudaba el salario.
Miryan recuerda cómo fueron esos primeros años de militancia en SUTEBA, cómo se iba armando el laburo barrial, ahí donde faltaba lo básico y abundaba la marginalidad. Cada palabra hace la síntesis de lo que era el conurbano para finales de los años noventa.
“Aquel 19 veíamos desde la escuela pasar por la plaza de enfrente, que era el centro de reuniones del barrio, personas apuradas de acá para allá con comida, cosas, bolsas. Los conocíamos bien, eran de acá, muchas familias de la escuela o gente de la zona. Ese día éramos un grupito que se quedaba siempre en la escuela. Cuidábamos a las maestras más jóvenes y realmente no había una diferencia entre docentes y familias: todos comíamos de la misma olla”, recuerda.
En las escuelas del conurbano en el 2001 hubo trueque, asambleas y patacones, y también pibes con la mirada encendida mostrando lo que sus familias habían saqueado. En otros lugares, hubo estudiantes faltaron a clases para hacer la fila en los consulados, como la otra cara del mismo problema.
“Ese día fuimos al centro de Moreno para reunirnos con el resto. Fuimos levantando a los compañeros por las escuelas y por las casas pero fue complicado llegar. La ruta 25 ya estaba cortada y el fuego de las gomas no dejaba avanzar. Finalmente llegamos. No había banderas políticas, solo caos y corridas, se veía el hartazgo generalizado. Fuimos al Congreso esa noche. Cuando llegué ya era una batalla campal. En un momento me encontré sola en Plaza de Mayo mientras la montada y las motos de la policía cercaban el lugar. Me rescataron unos pibes jovencitos y más tarde un compañero docente, que andaba juntando gente, me llevó con el resto para refugiarnos en el local de la UTE-”, recuerda, tomándose el tiempo para encontrar las palabras.
En los días posteriores iban llegando las noticias a Lomas de Moreno. Los saqueos no solo habían sido a supermercados sino a comerciantes de barrios, lo cual hacía más dramático el desenlace. Los pibes se acercaban a la escuela e invitaban a lxs docentes a los saqueos. Para ellos resultaba una aventura, lo que generaba discusiones entre el grupito que seguía firme en la escuela 50, porque además de la comida la victoria de los pibes era contar “mi papá agarró una tele” y cosas así. La contradicción pasaba por aconsejar y abrazar sin tener que juzgar, un ejercicio complejo pero que resulta habitual en la tarea docente.
Myrian va más allá de las discusiones de aquellos días y piensa en qué cosas generan satisfacción a un adolescente: “muchas veces se trata no solo de comer, sino de pertenecer al mundo en el que vivimos. Y más cuando se es pobre. Bastante angustia tiene un pibe rodeado de necesidades para que alguien se escandalice por el hecho de tener un celular que es más caro que la comida de un mes”.
El saqueo como forma de acción colectiva, en Moreno, tuvo un capítulo previo con los saqueos en el 89/90, en plena crisis hiperinflacionaria. En contextos similares pero no calcados, el hambre y el enojo de la gente por los aumentos de precios, sumado a la participación lateral de sectores políticos generó una ruptura del contrato social que tuvo consecuencias a posteriori. La violencia, sea incluso por una causa justa, siempre es espiralada.
Myrian piensa, se toma su tiempo, y habla: “Nunca existe la espontaneidad total. Hay sectores que tienen parte de la participación pero no creo que lo que pasó en el 2001 haya sido organizado. La olla a presión tarde o temprano iba a explotar”. Para cerrar dice dos palabras que grafican la escena: “espontaneidad preparada”, un oxímoron que calza justo para pensar el entramado de la violencia popular.
El profesor emigrado
Veinte años parecen un espejismo en la memoria de Roberto Pirritela. Mientras scrollea noticias viejas desde su cocina en la Gran Vía en Madrid, comenta por Whatsapp lo que recuerda de ese cierre de año en la técnica Nº3 de Del Viso, donde dio Matemática muchos años. Ese año no hubo acto de colación por el caos social que se vivía. Aún le genera un nudo en la panza esa tristeza.
Roberto es profesor recibido en la UBA y sus alumnos lo habían bautizado “Panza” porque escribía los números en el pizarrón con una llamativa redondez, una suerte de “pancita”.
Roberto emigró del país a comienzos del 2002 con sus dos hijos y su mujer en lo que fue, según sus palabras, un salto al vacío.
“Nunca fui un tipo muy informado por lo que pasaba en el país. Hoy mis hijos que son de otra generación me lo cuestionan” cuenta, y su risa breve hace de separador entre las ideas. “Me fui en su momento por lo económico pero sobre todo porque me daba dolor lo que pasaba, no lo entendía, estaba agotado del quilombo que había. En el 2001 viajaba mucho desde la Facultad de Exactas (UBA) a mi casa. Iba temprano y volvía tarde. En el tren empecé a darme cuenta que ese año no iba a ser como otros. Cada vez que subía en Retiro, iban pasando las estaciones y se veían imágenes terribles. Chicos deambulando, robos, todo el viaje en estado de alerta hasta llegar a Del Viso”, recuerda Roberto, con largos intervalos entre mensajes y llamados.
Roberto trae a cuento conversaciones de sala de maestros donde manifestaba su deseo de cambiar de aire: “Recuerdo que estaba solo en esa de querer irme. Tenía un ahorro y mi familia estaba dispuesta a arriesgarse. Uno de mis colegas de la técnica me decía que estaba loco, que había que esperar, que las cosas se iban acomodar como siempre en este país”.
La historia de Roberto en España está plagada de sinsabores. Fueron largos años hasta acomodarse y poder retomar su profesión en el ámbito educativo. En el medio trabajó en una agencia, de asistente en una videoteca, hasta vendió libros por correo. “En España muchos de los argentinos que vinieron son profesionales. Vino gente formada con mucha expectativa. Pero lo que nos esperaba acá tampoco era el paraíso”, culmina.
El desplazamiento migratorio se calcula con datos del INDEC y reportes de salida al exterior del Ministerio de Interior. El caso de Roberto entra en las estadísticas de las más de 100 mil personas que abandonaron el país entre 2001 y 2002. No obstante, su caso tiene la particularidad de que siendo docente eligió y pudo financiarse la partida, como una rara avis en ese universo de emigrados.
Instantáneas de la crisis
Una de las caras del ajuste 2001 es la del otrora ministro López Murphy y su advenedizo paso por Hacienda. Su plan bienal sobre el gasto tuvo salario e infraestructura (en educación) como los ítems de la discordia a poco tiempo de levantada la mítica carpa blanca.
Myriam Feldfeber conversa sobre lo que sucedió trascartón, cuando el recién asumido Andrés Delich puso en agenda el uso de fondos de las provincias e intentó discutir, en un contexto de paralización total, el régimen laboral docente.
Ya al año siguiente, recuerda Myriam el presidente Adolfo Rodriguez Saá se dispuso cerrar el Ministerio de Educación de la Nación sosteniendo que la plata tenía que ir directo a las escuelas como ya se había probado en San Luis con las escuelas tipo “charter”, ese modelo donde la concesión de la gestión pedagógica y administrativa la asumían las asociaciones civiles. “Nos reunimos en el ministerio un centenar de personas y le hicimos un abrazo simbólico al palacio Pizzurno para detener la medida”, rememora.
Pasó tiempo hasta que ese vacío de representatividades empujado por la crisis comenzó a saldarse. Un 26 de mayo del 2003, en la capital de Entre Ríos, Néstor Kirchner emprendió su viaje iniciático de recomposición a sectores postergados inyectando una dosis fiscal inédita para que los docentes entrerrianos volvieran a cobrar. Una demostración cabal de poder.
2001 versión extendida
El maestro Ignacio Budano escribió hace un tiempo: “Cuando la sociedad siente que logró dejar atrás una crisis que afecta a la gran mayoría, la escuela carga durante mucho más tiempo con los traumas que quedaron como consecuencia de los peores momentos”.
Hay un punto de inflexión para pensar qué hace la escuela los años siguientes a un estallido. ¿Cómo se administran los coletazos de una crisis que dejó un saldo negativo en las trayectorias escolares? ¿Alcanza con la reactivación económica? La única certeza es que la escuela, cuando todo se derrumba, se mantiene. Incluso cobra un sentido indispensable para la vida de un barrio porque se convierte en la mesa de entrada del Estado por donde ingresan toda clase de vulneraciones ¿Pero a qué costo?
Hay un punto de inflexión para pensar qué hace la escuela los años siguientes a un estallido. ¿Cómo se administran los coletazos de una crisis que dejó un saldo negativo en las trayectorias escolares? ¿Alcanza con la reactivación económica?
En estos veinte años que “no fueron nada”, en Argentina pasó de todo y en 2021, pandemia y deuda impagable con el FMI mediante, hay cierto tufillo de soga al cuello, aunque tal vez sin esos fotogramas-estaciones de tren que narraba “Panza” Pirritella y que eran un desfile acelerado de la descomposición social. Y, retomando a Budano, en las aulas todavía se ve algo del 2001 original -y de las recomposiciones y tropiezos posteriores-, capa geológica sobre capa geológica de volantazos sociales.
Se vienen por delante tiempos donde se pondrá en juego esa recomposición, y el papel de la escuela, de los docentes, ahí. Docentes que llevan las marcas del “Argentinazo” en la piel, en sus recuerdos con olor a goma quemada y gas lacrimógeno, en el hambre de los barrios. La historia no se repite, aunque sus ecos resuenan en las aulas por venir.
A veinte años del 2001, y a poco de haber transitado la peor etapa de la pandemia, vuelven las preguntas sobre la escuela post crisis.
Publicada el 23 de diciembre de 2021.
Si te gusta lo que hacemos en Gloria y Loor podés apoyarnos asociándote a la Cooperadora de GyL.