Contra la desinformación: de las redes sociales a las escuelas

Arte digital: Tamara Aimé

Las fake news son un problema contemporáneo que pone en riesgo muchos de los consensos que hemos alcanzado en el mundo. ¿Se puede prevenir o aminorar su impacto? ¿Cuál es el papel de la escuela? Valeria Edelsztein y Claudio Cormick repasan la evidencia disponible.

1. No existe un lazo entre tú y yo

Estamos en presencia de un fenómeno social muy preocupante que, especialmente en los últimos años −y más aún− a raíz de la pandemia, tomó gran repercusión: el retroceso de la confianza en la ciencia −o, correlativamente, el avance de discursos anticientíficos− en la opinión pública. La aceptación que existe en la sociedad de creencias que desde el punto de vista científico resultan totalmente implausibles, como la astrología y el terraplanismo, son ejemplos del desfasaje entre lo que la comunidad científica considera consistentemente refutado, por un lado y, por otro lado, aquello que fuera de la comunidad científica es visto como controversial o digno de discusión, en gran parte debido a que los medios de comunicación pretenden presentar “dos campanas” cuando la ciencia solamente da lugar a una. Muchas personas tienden a pensar que esta distancia entre el conocimiento científico y su aceptación por parte de la sociedad es “inocua” o, al menos, no demasiado grave. Pero ejemplos como el de las dudas de buena parte del electorado norteamericano sobre el carácter antropogénico del cambio climático, o la reticencia en diversos países a la vacunación −no sólo contra enfermedades hasta cierto punto controladas, sino incluso contra el COVID en sus momentos de mayor letalidad− parecen mostrarnos una situación que requiere acciones urgentes.

2. Toda las brujerías se curaron con la Vacú

En el marco de la preocupación creciente por el fenómeno de las “fake news” en general y del negacionismo de los resultados de la ciencia en particular, psicólogos como Lewandowsky y Van der Linden han estudiado la eficacia de distintas estrategias para corregir estas distorsiones, y los obstáculos que enfrenta la difusión del conocimiento científico. Destacan que en ocasiones los esfuerzos de refutar creencias anticientíficas se topan con la reticencia del público a cambiar de opinión incluso frente a evidencia contraria, o con el carácter “pegajoso” de errores que, una vez corregidos, tienden sin embargo a reaparecer tras un tiempo. Frente a estos obstáculos, un procedimiento que recomiendan y que han puesto a prueba en experimentos es el conocido como inoculación. Análogamente al funcionamiento de una vacuna, este enfoque psicológico sostiene que es posible “inmunizar” a las personas contra ciertos discursos exponiéndolas a distintas técnicas utilizadas por quienes los promueven. En particular, los autores buscan alertar al público acerca de técnicas como la usurpación de identidad, el “trolleo”, la polarización, la apelación a emociones o el recurso a teorías de la conspiración, a efectos de evitar que resulten eficaces la siguiente vez que el receptor de tal “inoculación” se vea expuesto a ellas. Existen estudios que apoyan fuertemente la creencia de que esta práctica de “inoculación” efectivamente funciona a fines de prevenir al público.

3. Del dicho al hecho hay mucho trecho

Cabría suponer que el ámbito educativo constituye un terreno ideal de aplicación de estas estrategias: ¿qué mejor lugar para no solamente proporcionarle a las infancias y juventudes elementos de conocimiento científico sino también herramientas para precaverse contra los discursos que lo niegan? Pues no, mi ciela, parece decir la bibliografía especializada: no habría buenos estudios que determinen la eficacia de técnicas de inoculación −utilicen o no el término quienes llevan adelante las investigaciones− en el ámbito educativo. Esta carencia no sólo se da en el área específica de la inmunización contra la desinformación en temas científicos, sino que forma parte de un problema más general que afecta las intervenciones educativas contra las “fake news”. Veamos algunos ejemplos.

3.1. Si no lo mido no es efectivo

Empecemos con el estudio de Puig y colegas del año 2020 que investigó la capacidad de un grupo de estudiantes para distinguir entre información científicamente corroborada sobre el COVID-19 (por ejemplo, “Una persona sin síntomas puede contagiar la enfermedad”) y desinformación (“El cloro sirve para curar la infección”). Desde el punto de vista del análisis de la capacidad del estudiantado de identificar falsedades, el estudio tiene el innegable mérito de permitir distinguir los “falsos negativos” −casos en que un trozo de desinformación no es identificado como tal− de los “falsos positivos” −casos en que se rechaza como desinformación lo que es información científica genuina−. Este es el tipo de análisis que nos interesaría a efectos de determinar la eficacia de la inoculación contra los discursos anticientíficos, pero, en este caso en particular, lo que se está analizando es si los estudiantes poseen o no, de antemano, las habilidades necesarias para discernir unos y otros discursos, independientemente de cualquier intervención específica que vaya en esta dirección.

3.2. “La intención ha sido buena; el resultado la desvaloriza”

En cambio, un estudio de Roozenbeek y Van der Linden sí apunta a analizar la efectividad de una intervención didáctica: mide la credibilidad que estudiantes de escuela secundaria les atribuyen a ciertas noticias falsas antes y después de una intervención (lúdica) que los expone a técnicas típicas de manipulación de información. El estudio muestra que, en efecto, tal atribución de credibilidad decrece significativamente entre quienes han sido inoculados, mientras que, por el contrario, no se modifica apreciablemente en un grupo control no expuesto a estas técnicas. ¡Albricias!

¿Albricias? Más despacio, cerebrito.

No podemos dejar de notar un problema en apariencia obvio en el experimento: esta sensibilización a las “fake news”, que permite disminuir la credibilidad que se les atribuye, ¿qué efecto tiene sobre el crédito atribuido a noticias fácticamente verdaderas? Si no se incluye, en las evaluaciones previas y posteriores a la intervención, noticias verdaderas, ¿cómo saber que lo que disminuye es específicamente la atribución de credibilidad a las noticias falsas y no a las noticias en general? Esto último representa un problema grave, dado que muy probablemente la mayoría de la información circulante en los medios no son “fake news”. Si estas intervenciones simplemente generan personas más suspicaces, más escépticas, ¿no es esto mismo un problema cuando tal suspicacia no se orienta contra las “fake news” sino, justamente, contra el consenso científico? Muchas veces lo que “anda mal” en los discursos anticiencia no es que las personas que los sostienen sean especialmente crédulas; al contrario, una constante en ellos suele ser un marcado escepticismo frente a, por ejemplo, instituciones científicas como la OMS, la FDA, la NASA, la ANMAT, etcétera. ¿Por qué fomentar indiscriminadamente el escepticismo sería un resultado deseable?

*Gritito*

Exactamente el mismo problema lo encontramos en otros estudios, como el de López Flamarique y Artola. En su investigación se compara la capacidad que tiene un conjunto de estudiantes de identificar como engañosas conjuntos de noticias antes y después de un entrenamiento cognitivo. Las noticias, sin embargo, son en uno y otro casos todas falsas.

3.3. Space and time

Por último, un estudio llevado adelante por Moore y Hancock −dos investigadores en el área de la comunicación− se toma en serio este problema: ¿cómo disminuir la credulidad en “fake news”, sin por ello afectar negativamente los juicios de credibilidad acerca de noticias fácticamente verdaderas? Además, a diferencia del caso de Puig et al., se trata en efecto de un estudio sobre una intervención, con una evaluación “pre” y otra “post” un entrenamiento. Los autores elaboraron un experimento que mostró un camino posible para masificar las estrategias de defensa contra los discursos anticientíficos (entre otras formas de “fake news”): consistió en enseñarles a un grupo de personas a usar herramientas de chequeo de datos como la “búsqueda inversa” de imágenes, o motores de búsqueda que les permitieran arribar a diferentes fuentes acerca de determinada información que encontraran en los medios, con resultados alentadores. Hasta aquí, todas son ventajas. Sin embargo, el estudio no fue llevado adelante en escuelas, sino que recurrió a adultos mayores que respondían desde sus hogares.

4. ¿Y ahora qué pasa, eh?

Y ahora pasa que hay que seguir investigando. Sería deseable disponer de estudios que combinen las virtudes de los distintos estudios que hemos relevado e informen sobre la posibilidad de entrenar en las infancias y juventudes la habilidad de discernir entre buena información científica y desinformación. Herramientas similares fueron puestas a prueba por una de las firmantes de este texto −junto con Cecilia Vázquez− en la forma de técnicas para determinar el carácter “chequeable” o “no chequeable” de ciertas afirmaciones en el ámbito de la nutrición. El experimento, llevado adelante con estudiantes entre 9 y 15 años de escuelas públicas y privadas, mostró que es posible entrenar la capacidad de discernir entre proposiciones chequeables −y por lo tanto científicas− y aquellas que no lo son. Naturalmente, la distinción chequeable/no chequeable no coincide con la distinción entre información científica confiable y desinformación. Sin embargo, estudios como éste ponen en evidencia que las herramientas de la llamada “alfabetización científica” alcanzan para mejorar la recepción del conocimiento científico.

Queda abierto el camino para nuevos estudios.

Publicada el 5 de junio de 2022


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Claudio Cormick

Es doctor en filosofía (UBA/Paris 8) e investigador asistente en CONICET y docente en la Universidad CAECE. Previamente fue docente en los niveles primario, secundario y universitario en distintas instituciones públicas de la provincia de Buenos Aires. Tiene treinta publicaciones en revistas especializadas castellano, inglés y francés que versan centralmente alrededor de la teoría del conocimiento. Ha obtenido la beca Saint-Exupéry para realizar su investigación de posgrado en Francia. Actualmente investiga en el área de epistemología social en la Sociedad Argentina de Análisis Filosófico (SADAF).

Valeria Edelsztein

Es Licenciada y Doctora en Ciencias Químicas (UBA) y es Diplomada Superior en Enseñanza de las Ciencias (FLACSO). Actualmente se desempeña como Investigadora Adjunta del CONICET en el Centro de Formación e Investigación en Enseñanza de las Ciencias (CEFIEC-FCEN, UBA), es Profesora de Química Analítica en el Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA) y dicta el taller exploratorio de ciencias "Laboratorio de Ideas" para nivel primario, del cual es creadora. Desde hace más de una década es columnista científica y asesora de contenidos en distintos programas de televisión (Todo Tiene un Porqué, Científicos Industria Argentina, Proyecto G, entre otros), radio y medios gráficos y digitales. También condujo los micros de ciencia “Cuenta la historia que…” basados en “Contemos Historias” por Canal Encuentro. Es creadora y co-conductora del podcast “Contemos Historias” sobre historias de la ciencia y sus protagonistas. Es cofundadora del proyecto "Científicas de Acá" para la visibilización de las científicas argentinas. Es autora de contenidos para textos escolares (Estación Mandioca, Tinta Fresca, Kapelusz) y de 15 libros de divulgación científica para todas las edades (Sudamericana, TantaAgua Editorial, Ediciones Iamiqué, Vegueta Ediciones, Siglo XXI. Es autora de gran cantidad de artículos en revistas nacionales e internacionales con referato y tiene numerosas participaciones en congresos nacionales e internacionales en su especialidad. En 2019 fue invitada a participar del International Visitor Leadership Program "HiddenNoMore to Support Women in Science and Technology" organizado por el Departamento de Estado de EE.UU. Es muy activa en redes sociales como @ValeArvejita.

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