L- Gante reventó las redes con una canción hecha de 27 letras magnéticamente deletreadas. A simple vista funciona bien en las pantallas pero ¿funciona educativamente? Alejandra Pryluka narra cómo una madre intenta alfabetizar a su hijo, en un contexto donde la pandemia todavía marca el ritmo de aprendizaje.
Ilustración: Tamara Aimé Contreras
Elian Ángel Valenzuela, más conocido como L-Gante, estalla en las redes sociales. De un día para el otro un ídolo de la cultura popular responde al pedido de una madre. Su hijo tiene que estudiar el abecedario, pero no quiere. L-Gante saca un tema y el piberío anda por todos lados cantando el abecedario. Funcionó. ¿Funcionó? De repente algo que era un video divertido, que acercaba la cultura popular a la escuela se vuelve un mar de dudas. Sentimos que está bien, que está bueno que leer y escribir también sea cosa de las redes, pero ¿es a esto a lo que nos referimos?
A ver, miremos la foto completa. Vemos una mamá que está en su casa con su hijo hace más de un año. Un pibe que tiene que aprender a escribir y a leer, que tiene la edad, va a la escuela, todo cierra. Esa mamá busca, entre lo que sabe, entre lo que tiene, entre lo que construyó a lo largo de su vida. En su mochila el abecedario es la Biblia, aprender a leer y a escribir para ella tiene todo que ver con el abecedario. Entonces ahí va, se lo enseña, que sepa esto al menos, así está más cerca.
Más allá de las posibilidades de cada familia, todas y cada una de ellas frente a la incertidumbre abrieron sus mochilas, esas que cargan desde su propia escuela primaria. Y así salieron abecedarios, deletreos, silabarios y otras hierbas que andaban por ahí archivadas. La pandemia puso a las familias en la situación de hacer algo que ni siquiera sabían que se hacía. Porque en la escuela de antes se trataba de las letras y sus formas, de saber de memoria y de “MI MAMÁ ME MIMA”, aprender a leer y a escribir era saberse el abecedario. En cambio, en la escuela de ahora leer y escribir tiene que ver con muchas otras cosas.
El 8 de septiembre pasado se conmemoró en todo el mundo el Día de la alfabetización para que se ponga el foco en la importancia de la misma como factor de dignidad y de derechos humanos, para lograr avances hacia una sociedad más justa e igualitaria. Pareciera entonces que aprender a leer y a escribir es un montón de cosas que poco tienen que ver con saberse las letras. Está el código, claro, necesitamos conocerlo y manejarlo, es nuestra herramienta ¿Pero alcanza para construir una sociedad más igualitaria?
Pareciera entonces que aprender a leer y a escribir es un montón de cosas que poco tienen que ver con saberse las letras. Está el código, claro, necesitamos conocerlo y manejarlo, es nuestra herramienta ¿Pero alcanza para construir una sociedad más igualitaria?
Alfabetizarse excede por mucho al aprendizaje del código: alfabetizarse es, o debería ser, saberse usuarie y productor de la cultura escrita. El aprendizaje de la lectura y la escritura es la posibilidad de construir sentidos, de leer y escribir el mundo, de ser capaces de conocerlo, desarmarlo y volverlo a armar. Saber leer y escribir es sabernos parte del mundo. Pero para que esto sea posible es necesario que aprendamos a usar la lectura y la escritura, que las pongamos en juego cada día. Hay que escribir cuentos, cartas, canciones, notitas, noticias y listas de compras. Hay que leer cuentos, diarios, novelas, poesías, y libros sobre dinosaurios. Es urgente que aprender a leer y a escribir deje de ser una técnica. Es urgente que aprender a leer y a escribir involucre ideas, sentimientos, preguntas. Es urgente que aprender a leer y a escribir represente ingresar en un mundo pensable y como tal, posible de ser rearmado a través de las letras.
Volvamos a la foto. A esa mamá, a ese pibe y a ese cantante que intentó darles una mano. ¿Y la escuela? ¿Dónde está la escuela en la noticia? ¿Cómo nos metemos ahí para que esa familia y ese pibe puedan navegar mejor este recorrido? Es que cada vez que se habla del aprendizaje parece que la escuela queda al costado, como si poco o nada tuviera que ver con lo que les pibes aprenden y conocen. Falta pregunta y mirada sobre qué pasa con el aprendizaje de la lectura y la escritura en la escuela, falta que la alfabetización se discuta y tome protagonismo, que la alfabetización además de didáctica sea una cuestión política.
A fin de cuentas, las familias no tienen por qué saber cómo se enseña a leer y a escribir, tenemos que explicarlo. Si algo nos mostró la pandemia es la necesidad de construir en conjunto familia y escuela estos recorridos de aprendizaje tan significativos. Es necesario que les docentes compartamos con las familias todo eso que es alfabetizarse, que les mostremos cómo adquieren el código, cómo lo construyen, pero que también les mostremos los para qué de leer y escribir que vamos a compartir en el aula. Es necesario que les invitemos a tener en casa la escritura y la lectura como una herramienta a la orden del día, ahí al costadito, con un libro o un anotador siempre a mano. En cosas chiquitas, de la diaria, que cualquiera que sepa leer y escribir pueda hacer. Es necesario que armemos ese puente de letras que armamos en el aula, también con las familias.
Se trata de encontrarnos, de explicarles, de escuchar. Se trata de entender que en su mochila vienen todas esas cosas, desde hace mucho, de la escuela que fue. Se trata de abrir también nuestra mochila y poner todos los útiles sobre la mesa. Se trata de cantar a L-Gante sabiendo que eso es sólo una parte.
Publicada el 14 de septiembre de 2021.
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