La escuela es un espacio que, en principio, busca interpelar a las y los alumnos. Pero es, también, un lugar de permanente incomodidad y transformación de lxs docentes que nos enfrentamos a nuestros propios límites.
Lunes, 8.15 am en el aula. Tengo sueño, dormí menos de lo que debería el fin de semana. Muero por darles un ejercicio y que en el aula haya algo de silencio para aprovechar para corregir. Explico rápidamente la consigna individual de lectura. Llega el preceptor y les pibis empiezan a charlar. Mientras firmo y el preceptor les habla, S. la pudre.
S. tiene 15 años, y es una estudiante a la que le cuesta mucho la escuela. Más allá de eso, las dinámicas del aula alrededor suyo son complejas. S. suele hacer comentarios racistas y homofóbicos que a sus compañeres les resultan muy chocantes y han aparecido múltiples veces en clase. En todos esos casos logré problematizar, habilitarles instancias de discusión sin que se la comieran viva, pero dejando en claro que esas posturas no son aceptables en la escuela.
Pero ese lunes las cosas fueron un poquito distintas. De pronto escuché un “porque ese era un judío ladrón y me choreó, pero que esperás de un judío, eh”. La incomodidad me atraviesa el cuerpo. Si bien la relación con mi propio judaísmo es compleja (mis padres no siguieron ninguna tradición cultural o religiosa durante mi infancia), es algo que considero propio y algo que es muy importante para personas que amo. Discutir con el antisemitismo es algo que mi abuela me enseñó de niña.
No lo dudo ni un momento. En ese mismísimo instante freno todo y en ese tono tajante que usamos lxs docentes cuando un límite es definitivo digo: “No se hacen comentarios antisemitas en mi aula”. S. me dice “bueno profe, no te pongas así” y le repito: “no se hacen comentarios antisemitas en mi aula”. Freire se mata, los años leyendo y pensando sobre antisemitismo, derechas, y radicalización política se esfuman y solo me queda la autoridad docente más básica, boluda e inútil del mundo. Me gana la incomodidad.
Las maneras en que les docentes nos sentimos frente al aula son una de mis principales obsesiones alrededor de la docencia. Ana Abramowski dejó una huella increíble en mi cabeza de estudiante de profesorado progre, cuando leí que no hace falta querer para educar. Pero yo a S. un poco la quiero, es un despelote pero es una piba que dentro de todo escucha. Sus actitudes me hacen enojar, y al mismo tiempo las entiendo en su contexto y desde el lugar de provocación. Tenerle cariño un toque también me incomoda.
Siento que muchas veces el origen de algunas intervenciones docentes tienen que ver con incomodar al alumnado, con sacarlxs de sus sentidos comunes. Pero nos damos poco lugar a sentirnos incómodes nosotres. A mi me pasa que dar ESI no me resulta para nada incómodo. Como lesbiana, las conversaciones sobre sexualidad me resultan bastante sencillas de manejar. La homofobia es un discurso que estoy acostumbrada a transitar, que sé cómo desarmar, disputar, tensionar. El antisemitismo, no. Y esa incomodidad que me corre por el cuerpo, me anula totalmente la potencialidad didáctica.
Me castigo un par de días, siento que debería haber podido trabajarlo de otra manera. Lo charlo con colegas, que empiezan a decirme que soy muy piba, y me puede pasar, y que el primer año de docencia es así, y que las cosas te pasan un poco por arriba, y después te vas acostumbrando. Y me pregunto si hay algo que podamos hacer con la incomodidad que nos generan determinados discursos, y cómo metabolizarlos en algo que sea útil para el aula y para nosotres mismes. Porque también he escuchado a compañeres incómodes por hablar de menstruación o sexo anal, y ahí un poco siempre termino pensando que es nuestra obligación y hay que dar clases igual.
Pero qué difícil se vuelve cuando no sabemos qué hacer o decir y solamente queremos que la situación termine. Y por ahora, la única salida que yo encuentro es no hacer las cosas sola. Mis colegas han podido tener intervenciones sobre antisemitismo que yo no, así como a mí no me molesta dar algunos temas incómodos en las jornadas ESI. Reconocer nuestras propias falencias y nuestra propia humanidad es una manera de habilitar que haya otres que sí puedan asegurar esos contenidos y abordajes. Salir de lo únicamente individual, reconocer que nos pasan cosas y poder contar con otres que estén ahí (en grupos de trabajo y colegios que nos lo permitan, claro está). Sigo pensando qué hacer con la incomodidad en la escuela, y mi única respuesta termina siendo aceptarla como una parte necesaria de la tarea docente y de nuestra propia humanidad.
Publicada el 29 de septiembre de 2022
Si te gusta lo que hacemos en Gloria y Loor podés apoyarnos asociándote a la Cooperadora de GyL.