Del pasillo de la villa al aula de la universidad

Fotografía: Gianni Bulacio (“Presente: retratos de la educación argentina”)

Pobreza, barrio y educación. Dalma Villalba narra en primera persona las expectativas y realidades frente a discursos estigmatizantes y violentos.

Los sectores más pobres  sufren y son castigados históricamente por su “falta de…”, falta de clase, de servicios, de posición, de educación… Muchos mitos han sido derribados, pero la falta de educación, por la clase social, es una constante que no se deja de repetir a veces incluso entre los mismos pobres, pero también incluso de boca de una Ministra de Educación. 

Qué paradoja, ¿no?, la persona que más empeño le debería poner a que la educación sea una cuestión común, que no diferencie color de piel ni clase social, con sus últimos dichos, dejó al descubierto a niveles pornográficos su pensamiento clasista  y discriminatorio. 

Ya estamos acostumbrados a que la sociedad asocie villa con lo peor que en ésta habita: droga, delincuencia, lo sucio, lo feo, todo aquello que debería ser encerrado y amurallado, para que no salga, para que no se vea. Somos un problema para “la sociedad de bien”.

Pero a pesar de todo, nosotros vamos rompiendo estas estructuras tan fuertes, en un trabajo constante y silencioso pero que va dejando huellas. Somos protagonistas y admiradores de todos los jóvenes que habitan las villas y barrios bajos que, contra todo, siguen apostando a un futuro mejor, a pesar de los problemas de todos los días. 

Todos los que alguna vez pisamos una universidad sabemos que no es un ambiente acogedor, sobre todo al principio. Las aulas llenas, la falta de bancos, ser un número de legajo más, y que sólo los sueños sean el motor para levantarse todas las mañanas, es un momento duro que no todos logran pasar. 

A pesar de que la universidad es pública, gratuita y para todos, sabemos que tan accesible no es. Y no lo digo como una frase cliché, sino por la experiencia educativa que transitamos todos en algún momento, (salvo quienes, por ejemplo, transitan la secundaria en el Nacional Buenos Aires). La educación en general está atravesando un período de crisis que se dejó ver sobre todo a lo largo de estos años de pandemia, pero que viene desde hace mucho tiempo atrás. Los famosos jóvenes “Ni-Ni”, ni que estudian ni trabajan, son consecuencia muchas veces del rechazo en general: no logran encontrar en el colegio ese “segundo hogar” porque incluso muchas veces el primer hogar ya está desarmado. Entendemos que la escuela no puede afrontar todos los conflictos de sus alumnos, pero es muy difícil que un joven o una joven esté predispuesto a aprender Matemática o Sociales cuando los conflictos que atraviesa necesitan ser resueltos en lo inmediato. Cuando se inventó el guardapolvo blanco se pensó como solución para tapar las diferencias pero está claro que eso no resultó así: el contexto social y familiar de los y las alumnas son datos y realidades que hay que tener en cuenta. 

La universidad no está ajena a todas estas situaciones, aunque pareciera ser un ámbito que no se piensa a sí mismo, como si algunos círculos de la academia no ejercitaran la autocrítica. Por ejemplo, la Universidad de Buenos Aires -reconociendo que probablemente sea de las mejores universidades de Latinoamérica-, también tiene muchos conflictos por resolver: su sistema de gobierno, los sueldos de los docentes y no docentes, la organización de las cátedras, los horarios de cursada y la despersonalización de los alumnos, entre otros. Eso nos lleva como alumnos a la necesidad de sólo “meter materias” como una maratón cargada de stress constante. 

Es necesario seguir nombrando, pensando y generando espacios para que quienes tienen el trabajo y la obligación de mejorar la calidad y la experiencia de cursada hagan realmente aquello que beneficie a la mayoría, garantizando el derecho a la educación superior. Las banderas de una educación digna y de calidad, no sólo están para abrazarlas al momento de recibir una mención o para agrandarnos con esa  frase: debe ser un norte y una construcción constante.

Lxs pibes y pibas que vivimos en el barrio sabemos que siempre falta algo en casa, y en general siempre empezamos a trabajar antes de los 18 años. Imagínense el tipo de laburo que puede conseguir un menor de edad y de una clase social baja: ese que nadie quiere hacer, esclavos modernos, como diría mi viejo. Se trata de trabajos mal remunerados, por infinitas horas y con la imposibilidad de renunciar ya que no hay otra cosa, y eso es mejor que la nada misma. Hoy por hoy, la idea de que un joven pobre tenga un trabajo en blanco sigue todavía más cerca de ser un sueño que algo tangible. Nuestros trabajos casi siempre están en negro y se pagan por horas; en el mejor de los casos algunos consiguen algo mitad blanco mitad negro: siempre en gris. 

Luego está el problema de la vivienda: nos alquilamos una pieza para tratar de independizarnos, ya que el espacio, por lo menos en las villas de la Capital Federal, es una necesidad y al mismo tiempo un conflicto. 

Y en medio de todo eso está la idea de estudiar, para lograr “ser alguien en la vida”, que es la idea con que a muchos nos educaron en casa. Este concepto tan potente deja de lado que ya somos “alguien en la vida”:  personas con nombre y apellido, con características únicas e irrepetibles en una familia y una sociedad, que sentimos, pensamos y vivimos. 

Los sueños, necesidades básicas sin cubrir y la presión social son un cóctel que carga todo pibe y piba pobre que salió de la secundaria y luego transita en la universidad. Muchos, a pesar de todo eso, logran recibirse, y ser el primer integrante en terminar una carrera de grado o un terciario es realmente un acontecimiento familiar: es una fiesta y un orgullo para todo el barrio, porque todos en cada cuadra saben si el hijo o la hija de algún vecino sigue estudiando o no más allá de la Secundaria: en el barrio se sabe todo. Y cuando uno sigue estudiando, y los vecinos van preguntando:  ¿cómo va el estudio? ¿cuánto falta? ¿en qué puede trabajar cuando se reciba? y siempre el cierre de la charla es seguí así, no aflojes. Y cuando uno de esos jóvenes se recibe, se festeja, y parece que el recibido fuera hijo o hija de todas las familias de la cuadra. Es como un gol en una final del mundial, que se festeja sin importar las grietas que puedan existir. Y es un momento maravilloso, de gloria colectiva que quizás no suceda todos los días, pero que sus recuerdos son para siempre. Así se vive, en los barrios, la enorme apuesta a la educación de tantos pibes y pibas.

Nosotros los pobres estamos llenos de sueños, realmente nos queremos comer el mundo, todos somos soñadores y con ganas de crecer. Muchas veces por eso nos castigan y critican, porque no todos llegan a conseguirlo y aparece el mito de la “meritocracia”, de hacer de cuenta que nuestros contextos no existen

En la Villa 31, y seguramente en todos los barrios populares, hay muchos profesionales que han transitado todo lo que voy relatando y mucho más. Transitar la educación no es sólo obtener un título para colgar en la pared, y tampoco es algo que únicamente pertenece a la academia y que sucede entre cuatro paredes. La educación que yo veo -y por la cual trabajo también-, se trata de apuntalar los sueños que uno va construyendo, son las charlas con docentes, compañeros y amigos, son los momentos donde hay un ida y vuelta y sobre todo es una educación que invita a soñar. 

Nosotros los pobres estamos llenos de sueños, realmente nos queremos comer el mundo, todos somos soñadores y con ganas de crecer. Muchas veces por eso nos castigan y critican, porque no todos llegan a conseguirlo y aparece el mito de la “meritocracia”, de hacer de cuenta que nuestros contextos no existen. Pero lo importante es que cada vez somos más los que nos animamos a apostar y a creer. Hay jóvenes que se han desarrollado en todo tipo de áreas: en la deportiva, la profesional, la artística en todas sus expresiones, incluso la religiosa. 

Todavía nos falta, claramente, como todavía nos falta una buena conexión de luz, o de gas, pero yo sí conozco a jóvenes que no sólo soñaron con estudiar y lo hicieron: algunos además finalizaron sus estudios, otros aún no. Otros tantos quizás ni terminen -como tantos jóvenes de clases medias y altas, también-, pero lo están intentando, todos los días, a contra corriente, y en una sociedad donde que nos necesita sumisos y sin armas para defendernos para que sólo algunos tomen las decisiones realmente importantes en el país y en el mundo. 

Quien escribe es una joven de 25 años que llegó de Paraguay a los 11, soñando con ser abogada, pero que con el correr de los años fue descubriendo el periodismo, y ahora transita la carrera de Ciencias de la Comunicación Social en la UBA. Les invito realmente a criticar y descomponer la idea que tienen de la educación, a reconstruirla y a abrir más los ojos, porque el saber es tan amplio, tan complejo que no sólo basta con aprender de memoria o colgar certificados, la educación es mucho mas que eso, la verdadera educación es un arma tan poderosa, que si nos llega a todos, y de buena manera es la que nos va a ayudar a construir un mundo mejor.

Publicada el 28 de enero de 2022.


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Dalma Villalba

Nació en Capiatá, Asunción, en 1996. Desde pequeña jugaba a ser maestra. A los 15 ya daba clases de apoyo escolar en la parroquia Cristo Obrero de la Villa 31. Transitó su secundaria en el Colegio Sarmiento de Buenos Aires, y ahora estudia de Comunicación Social. Dalma Villalba, gran soñadora pero también trabajadora de un mundo más justo, libre e igualitario.

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