Los adolescentes van de casa a la escuela y, de manera ubicua, transcurren su vida entre plataformas sociodigitales y el legado de discursos que no eligieron. ¿Cómo se configuran sus elecciones políticas?
El día después del triunfo de Milei, cuando entré al aula, los estudiantes de cuarto año esperaban una reflexión. Manifesté asombro por el resultado, también preocupación. Les pregunté por su primera experiencia como votantes, las motivaciones de su decisión y las sensaciones ante la victoria del candidato libertario. La respuesta fue unánime, contundente:
–No nos sorprendió. Sabíamos que iba a ganar.
Lejos de los pronósticos de consultores y periodistas encumbrados, en las aulas habitaba una certeza en torno a la ola violeta que tiñó el país. Una ola que en este caso dejó al docente con más preguntas y dudas que sus propios estudiantes.
Las reacciones opuestas ante el resultado electoral no hicieron otra cosa que manifestar una distancia generacional. A partir de esa distancia inquietante, la escuela se transformó en un terreno privilegiado para dialogar acerca de esta época, que encuentra en Milei uno de los nombres que mejor la expresan.
Lo que sigue son algunas claves para comprender el voto adolescente en estas elecciones. Procuran articular una dimensión experiencial, anclada en el aula, con una reflexión sobre algunas tendencias dominantes de esta coyuntura. Estas tendencias exceden a las instituciones educativas, pero atraviesan sus interiores y obligan a una mirada atenta, crítica, que permita ofrecerles a los estudiantes alternativas que vayan más allá de los límites y los horizontes que se nos presentan como inevitables.
Tres serán los ejes de nuestro recorrido: el “legado discursivo” de esta generación, muy distinto al de quienes finalizaron el secundario hace tan solo unos diez o quince años; la extensión de un vocabulario economicista en la vida cotidiana de los adolescentes; y una transformación en los modos de informarse, atravesados crecientemente por las plataformas en desmedro de los medios de comunicación tradicionales del siglo XX.
Dos generaciones, dos legados discursivos
Cada generación no elige, como si de ella dependiera, de qué se habla en una sociedad. Al contrario: cada generación hereda un legado discursivo de las generaciones que la preceden. En la vida social siempre hay un “se habla”, un “se dice” que delimita las problemáticas de las que puede y debe hablarse en una coyuntura. Este “se dice” circunscribe las temáticas a tratar y sus formas. La vida política de los últimos ocho años no solo carece, en términos generales, de motivos de celebración para esta generación. También le ha dejado un “se dice” que conduce a la apatía y la desazón: pobreza, inflación, dólar blue, endeudamiento, tasa de interés, devaluación.
Para profundizar en las peculiaridades del legado discursivo de esta generación, puede resultar ilustrativa una comparación con la generación de quienes transitamos el final del secundario alrededor de 2010. Eran tiempos en los que se hablaba de ampliación de derechos y redistribución de la riqueza. También de corrupción y populismo. Esa oposición fundante estructuraba la discusión política, pero lo relevante consiste en que había vivencias cotidianas que tornaban verosímiles las ideas de ampliación de derechos y redistribución de la riqueza, que se transformaban, así, en mucho más que consignas políticas. Se podía creer en ellas: la cotidianeidad y un conjunto variopinto de políticas públicas habilitaban la justificación –y la defensa ante los otros– de esa creencia.
¿Cómo ofrecerle, con base en qué aspectos concretos de la vida cotidiana, una visión optimista de futuro a esta generación? La única manera en que la inauguración de otro horizonte se hace posible pareciera ser mediante un quiebre con el estado de las cosas. Lo menos parecido a una continuidad respecto a lo que ya hay. Eso es Milei para esta generación: alguien en quien creer para salir de la apatía. Un no-dirigente que habilita un futuro distinto, aunque no sea mejor. Aunque cargue con el riesgo de lo desconocido –porque esto que ya conocemos no se traduce en alegrías–.
En contraste con Patricia Bullrich y Sergio Massa, representantes de las coaliciones que gobernaron los últimos ocho años, Milei empalma con el “se dice” que le ha sido legado a esta generación y propone soluciones. Dolarizar, eliminar el Banco Central, vouchers para la educación: que la economía reine como criterio rector de la vida. Milei habla el lenguaje de esta generación, que demasiado pronto se ha acostumbrado a relacionarse con el mundo desde un vocabulario economicista que puebla las aulas.
La jerga económica de la vida cotidiana: inflación, apuestas online y billeteras virtuales
En simultáneo con las decepciones políticas de los últimos gobiernos, y como una de las expresiones de la crisis, en las aulas se ha extendido una jerga económica que se manifiesta en el vocabulario cotidiano de los adolescentes. El dinero –cómo ganarlo, con o sin esfuerzo– se transforma en objeto de deseo de quienes están por terminar el secundario.
Se pueden identificar al menos dos factores en esta extensión del vocabulario economicista. En primer lugar, la persistencia de una inflación elevada cumple un rol educativo: sin necesidad de profesor alguno, un adolescente aprende que un billete de mil pesos valdrá cada vez menos en función del paso del tiempo. El dinero no se puede guardar: hay que hacer algo para protegerlo.
La inflación, que se inmiscuye en el pensamiento cotidiano, convive con el segundo factor: la masificación de las apuestas deportivas online y las billeteras virtuales. En el primer caso, se naturaliza la relación entre dinero, juego y ganancias que distingue al formato apuesta. Se cuenta con un capital, se lo invierte y se espera que el azar –un azar atravesado por el cálculo de la expectativa de cierto resultado– haga su parte. El formato apuesta, además, se extiende a otras instancias lúdicas, como una partida de truco en el aula o un desafío futbolístico durante el recreo o después de la escuela.
En cuanto a las billeteras virtuales, la facilidad con que se accede a ellas torna habituales un conjunto de términos: “hacer rendir la plata”, “ahorrar”, “invertir”, “descuentos”. El usuario-adolescente que dispone de un capital en estas plataformas, por más pequeño que sea, queda posicionado así como el responsable de una serie de decisiones económicas que lo pueden beneficiar.
Estos adolescentes, habituados a la inflación elevada, apuestan su dinero y lo gestionan mediante sus smartphones, los mismos dispositivos en los que recibenlos videos que el candidato libertario protagoniza en TikTok con millones de reproducciones. En un tiempo en que proliferan los programas de “educación financiera” para las escuelas, crece esta generación que mira al futuro con la atención puesta en el dinero, que corroe las vocaciones y las suspende ante la incertidumbre económica reinante.
La selva de TikTok, la selva de Milei
Si bien el salto a la fama de Milei se explica por las apariciones en los programas de televisión, el libertario ya no depende de los medios tradicionales –el diario, la tevé, la radio– para cautivar a sus votantes. Sus maneras –la explosividad, el insulto y, por qué no, el coqueteo con el ridículo– calzan con el modo de acceder a la información que predomina entre adolescentes: las plataformas. Las instituciones que marcaron el pulso de la vida en común durante el siglo XX, como señala Deleuze en su famoso texto sobre el pasaje de las sociedades disciplinarias a las sociedades de control, se encuentran en crisis. Entre ellas, los medios masivos de comunicación, con el correlato de la caída de la función de los periodistas como intermediarios y facilitadores del derecho a la información.
Si en un aula se pregunta a los adolescentes cómo se informan, la respuesta será abrumadora: las redes sociales, desde las noticias de Google a los reels de Instagram y el scrolleo infinito de TikTok. Como tendencia generalizada, que excede a los adolescentes, cada vez más tiempo de la vida transcurre en plataformas. Alcanza con viajar en transporte público y detenerse en el comportamiento ajeno y el propio. En este marco, entramos en relación con acontecimientos de la vida social y conocemos las posturas de dirigentes a través de las plataformas.
El problema, sin embargo, es una vez más generacional. Hay quienes crecimos como lectores, espectadores u oyentes de los medios tradicionales, inclusive al calor de discusiones fervorosas acerca de su propiedad. La vida política del país, poco más de diez años atrás, se ordenó en torno a la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, que puso en cuestión las líneas editoriales y el poder económico de los medios de mayor audiencia. “Clarín miente” fue una de las frases salientes del “se dice” de la generación que creció en esas discusiones.
Esta generación no dispone de una experiencia similar como público masivo. Su relación con el acontecer social y político parte de una experiencia de usuario de plataformas: las historias de Instagram, los canales de YouTube, los influencers de TikTok. Las plataformas conforman un tiempo de ocio que va de la información al entretenimiento y en el que se juega parte de la decisión del voto adolescente.
El territorio de las plataformas cuenta con reglas propias. Se nos muestran y se nos sugieren, como usuarios, contenidos que realimentan las interacciones previas. La personalización de los contenidos y la construcción algorítmica de perfiles de consumo resultan en la tendencia a confirmar los pensamientos ya existentes. No solo eso: el funcionamiento de las plataformas premia al contenido más viral, al que logra mayor efectividad en concitar reacciones. Es en esta selva, regulada por unas pocas empresas, donde los adolescentes conocen a Milei, que se erige como el más fuerte. Porque grita, y en tiempos de incertidumbre económica, el grito se disfraza de verdad. Ante las fórmulas ya consabidas del marketing político, la verdad viaja veloz, atractiva y digerible en pastillas con forma de reels.
¿Y la escuela?
Frente a este panorama, que no asoma alentador, la escuela se constituye como un espacio privilegiado de intervención. Si bien en crisis, la institución educativa aún se distingue por disponer de una audiencia obligatoria durante un largo periodo de tiempo. Los adolescentes colman las aulas de lunes a viernes y se vinculan con los otros: compañeros, docentes, equipos directivos. Las formas que impone la época, dominadas por el pesimismo económico, la extensión de una lógica de cálculo costo-beneficio y la plataformización de la vida, pueden encontrar en la escuela un dique de contención que se proponga, cuanto menos, desnaturalizarlas. Ponerlas en discusión para inaugurar otras maneras de relacionarse con la vida social, con la política y, a fin de cuentas, con los otros.
Puede que en los temores, los anhelos y las incertidumbres de esta generación encontremos información valiosa acerca del futuro, de los tiempos por venir. Comprenderla en sus motivaciones, antes que enojarse, puede que sea también una manera de acercarse a las derrotas de las generaciones precedentes. Milei emerge como una apuesta deseable para estos adolescentes, pero no por obra de ellos.
Publicada el 1 de octubre de 2023
Si te gusta lo que hacemos en Gloria y Loor podés apoyarnos asociándote a la Cooperadora de GyL