El plan sistemático es volvernos locos

Fotografía: Antonio Becerra Pegoraro. En Instagram: @antoni0becerra

Atravesamos un momento histórico límite donde se ponen en cuestión no sólo consensos a los que creíamos haber llegado como sociedad, sino también los valores fundamentales de la escuela: diálogo, palabra, saber científico, esfuerzo. ¿Cuál es la misión actual de los docentes?

El mundo

Una buena parte de eso que solemos llamar occidente está desorientada hace varios años. La desorientación lleva a buscar -disculpen la metáfora náutica- amarras en las cuales sostenerse con alguna certeza, algún marco que nos oriente un poco. La experiencia histórica suele ser uno de los puertos preferidos para aquellos que naufragamos en el desasosiego del capitalismo tardío. Por eso -pero no sólo- es que han proliferado paralelismos con el período de entreguerras del siglo XX: el surgimiento y la experiencia del fascismo en Italia primero y del nazismo en Alemania después se vuelven recursos cada vez más habituales a la hora de tratar de nombrar a estos nuevos movimientos de derecha. Por supuesto, no es sólo un reflejo: la derecha suma bastante -parecería, hasta con placer- a esos paralelismos. Lo que comenzó con discursos de odio y ataques físicos contra determinados colectivos rápidamente escalaron en simbología nazi hasta llegar al momento culminante donde Elon Musk hizo el gesto de Sieg Heil en la asunción presidencial de la -decadente- primera potencia mundial.

Como bien planteó el historiador Hernán Confino: evitar llamarle “fascismo” o “nazismo” a estos movimientos sólo por preciosismo histórico es improcedente. A las cosas llamémoslas por su nombre.

En ese tren -recurso ferroviario ahora-, confieso que efectivamente -y más por defecto profesional como docente de Historia- también voy a buscar asilo a los muelles del pasado para tratar de entender un poco más dónde estamos parados. E intenté el ejercicio de pensar, aún con el marco de la comparación con aquellas experiencias históricas, en las diferencias entre el presente y lo que pasaba hace un siglo.

El fascismo y el nazismo tuvieron un sentido histórico concreto: evitar el avance de la amenaza socialista que había llegado al poder en Rusia en 1917 y parecía pasar del elusivo fantasma marxiano a una maquinaria concreta e imparable. Las burguesías y las élites políticas de Italia y Alemania vieron en Mussolini y Hitler una oportunidad para ese “trabajo sucio”. El resultado fue la suma del poder público para perseguir discrecionalmente a opositores. En primer lugar, movimientos de izquierda, pero también diversidades que en esa época o eran pensadas desde lo criminal -homosexuales-, la patología -discapacitados- o la pureza racial -judíos, romaníes.  Acá encontramos la primera diferencia: la homosexualidad ya no es tomada como crimen, ni siquiera por estas derechas. Tampoco las personas con algún tipo de discapacidad ni quienes portan señas físicas de diversidad -desde el punto de vista “blanco/europeo”- étnico-racial. El problema real se parece más a la persecución ideológica: desde el poder el objetivo a perseguir son quienes eligen organizarse y protestar desde esos colectivos. Por extensión, desde ya, los discursos violentos de figuras como Milei, Trump, Bolsonaro y compañía habilitan ataques “aislados” -por parte de individuos particulares- a diversidades -sobre todo sexo-genéricas- y a los pobres, lo cual sí constituye una novedad. Habría que chequear si hace un siglo ser pobre -organizado o al menos fuera del sistema, o sea, durmiendo en la calle, buscando los despojos del consumo en los contenedores de basura- era la marca de ser un paria a exterminar.

En síntesis, en esta primera y brutal comparación, no es el Estado el que persigue con un enorme aparato burocrático y logístico a sus enemigos, sino que se trata de reprimir las manifestaciones opositoras con las fuerzas de seguridad, y en un segundo -¿o primer?- plano incentivar ataques “aislados”. Vale decir que si bien la violencia se despliega contra objetivos varios el énfasis sobre los colectivos de feminismos, diversidades y disidencias sexogenéricas son tal vez el blanco preferido, porque es desde allí que se enunció la crítica más franca y frontal al sistema capitalista en los últimos años.

Por su parte, también hay diferencias metodológicas claras de control social y de represión a la oposición de parte de las nuevas derechas en relación con el nazismo y el fascismo. No parece plantearse un escenario de organización de campos de exterminio ni de reclusión forzada masiva que requerirían, como dije antes, un despliegue burocrático y logístico carísimo, además del compromiso penal posterior. Asesinar personas en masa de parte del Estado, en occidente, es altamente probable que acarree consecuencias muy molestas para sus perpetradores, como el riesgo de morir sentado en un inodoro carcelario, condenado por múltiples delitos de lesa humanidad. Las nuevas derechas operan con mecanismos mucho más sutiles de violencia simbólica, eficazmente articulada con la sobre y auto explotación laboral gracias al derrumbe del Estado de bienestar desde hace 50 años, y los problemas psicosociales que se triggerean desde las plataformas sociodigitales. Y como si esto fuera poco, la estrategia preferida de los discursos de derecha desde el poder: el gaslighting. Para quienes no están familiarizados con el término, se trata de negarle en la cara a la víctima la agresión de la que acaba de ser objeto, algo así como si alguien pegara un cachetazo mientras repite “no te estoy pegando”. Tenernos semanas discutiendo si el gesto de Musk es o no nazi cuando lo es ostensiblemente -además de haber lanzado, en ese mismo acto, varios mensajes más sutiles a grupos supremacistas-, o Guillermo Francos diciendo que el “Zurdos de mierda los vamos a ir a buscar al último lugar del planeta” del presidente de la Nación se refería en realidad a una elegante invitación al debate de ideas y no de una amenaza de exterminio. De las cámaras de gas al gaslighting, las derechas parecen tener cierta predilección por el humo venenoso.

La proliferación de fake news, mensajes y amenazas cargadas de odio y conspiraciones terraplanistas en las plataformas sociodigitales propiedad de los socios de Trump y Musk, la agresión a y desfinanciamiento de los sistemas educativos y científicos, el vaciamiento de los sistemas sanitarios apunta a que hay claramente un plan sistemático. Y ese plan sistemático no apunta a una eliminación física, sino a volvernos locos y enfermos. Es más difícil de comprobar y más complejo de demostrar que hay un otro opera en ese sentido; profundamente individualizado e individualizante, la alienación y la locura son el asesino silencioso de la organización colectiva, del encuentro y del abrazo. ¿Cuántas personas conocemos con problemas psicológicos y de depresión? ¿Cuántos de nosotros nos tomamos ya a risa el consumo de medicación psiquiátrica? ¿Cuánta gente rota nos cruzamos a diario en el trabajo, en la calle, entre nuestros propios seres queridos?

Y esto me lleva un poco de nuevo a la burocracia, a los efectores de ese plan sistemático. No hace falta que sea el Estado el que contrate a decenas de miles de guardiacárceles, porque las propias plataformas sociodigitales operan para que justamente sus víctimas sean al mismo tiempo victimarios. Volver loca a la gente, como plan sistemático, tiene la ventaja de que la gente se vuelve contra sí misma, entonces los locos somos el objeto y a la vez el ejecutor del plan sistemático: eficiente y autosustentable. Vamos a las plataformas a agredir, a marcar diferencias, a angustiarnos por lo que nos estamos perdiendo (“Fear Of Missing Out”, o FOMO), o a angustiarnos por este presente insoportable. Y a la vez, entonces, proyectamos esa angustia en formas de violencia muchas veces contra personas que lejos están de ser quienes nos agreden a nosotros. Se rompe el tejido comunitario, se exacerba el “narcicismo de las pequeñas diferencias”, se detona desde adentro cualquier principio de organización que establezca contradicciones primarias y secundarias y apunte a una estrategia de lucha.   

La escuela

Días atrás, el gobernador de la provincia de Buenos Aires lanzó una pregunta que muchos nos estamos haciendo hace bastante en la escuela: ¿Cómo poner límites a la agresión verbal y encauzar los conflictos hacia soluciones no violentas, cuando el mismo presidente de la Nación se encarga de tirar nafta al fuego de un tejido social incendiado? ¿Con qué autoridad los docentes, haciendo caso a cuanta ley educativa, resolución ministerial y diseño curricular se les ocurra, vamos a desactivar algo que es fogoneado desde quienes tienen un poder comunicacional mucho más fuerte que el mismo sistema educativo?

¿Con qué autoridad en la escuela ponemos freno a las teorías descabelladas sobre el mundo que circulan en videos de machitos gritones en las plataformas sociodigitales, para señalar que el conocimiento válido es el científico? ¿Cómo incentivamos en el aula los tan mentados valores del trabajo, el esfuerzo y el estudio cuando la ultraderecha vive tirándole misiles a la universidad y la ciencia, y sostienen que esos sistemas no tienen sentido ante el avance de la Inteligencia Artificial y vaya a saber qué más? ¿Cuando en las plataformas se prometen soluciones rápidas para ganar plata, mujeres, éxito instantáneo?

La escuela, hoy, es un ámbito que sigue custodiando los valores del diálogo, el saber científico y el respeto al otro. Ante la avanzada de Trump de mandar a la Gendarmería estadounidense a buscar inmigrantes ilegales a las escuelas ya han salido colectivos de docentes que lo mandaron bien a la mierda, sosteniendo que la escuela seguirá siendo un espacio de resguardo de derechos de diversidades nacionales, sexogenéricas o lo que a la nueva oligarquía estadounidense se le ocurra. En la escuela argentina tenemos una gran tradición en eso, una tradición que no es caprichosa ni nueva: está en cada ley educativa, resolución ministerial o diseño curricular.

La escuela va a contramano de esta época histórica, al contrario que en sus orígenes a mediados del siglo XIX, cuando formaba parte de la nueva ingeniería social total: el Estado moderno. La escuela parece una pieza de museo: comunidades físicas,  jerarquías basadas en el conocimiento y la experiencia, transmisión de cultura intergeneracional sin fines de lucro, por el mero placer de compartir Belleza y Verdad en masa. No hay nada más subversivo y contracultural hoy que eso. Ante el monopolio de la Verdad en cinco multimillonarios con discursos asesinos, este vestigio de modernidad seguirá ahí presente.

El descalce del sentido histórico de la escuela, muy probablemente, esté acompañado del inicio del neoliberalismo en 1973 que conllevó el fin del Estado de Bienestar. Un Estado que lideraba un proyecto social incluyente, con todos sus problemas, implicaba una superación de las agendas individuales y corporativas en la búsqueda de un bien común. Si el Estado retrocede y la posta la toma el Mercado -no colaborativamente con el Estado sino desplazándolo- es obvio, al menos visto desde hoy, que los intereses que dicten el ritmo de la vida sean los de una oligarquía infame que no van a buscar ningún bien común sino el uso de las mayorías en función de la acumulación desatada de capital. Hacia el siglo XIX, cuando estaba en boga la clave interpretativa de “Civilización y Barbarie” que acá postuló Sarmiento, la escuela estaba del lado de lo que era llamado “Civilización”. Sabemos que esa “Civilización” era bastante bárbara, y que la “Barbarie” bastante civilizada, pero retomando el par podríamos preguntarnos de qué lado está hoy la escuela. Si la “Civilización” es la acumulación de capital desatada para la tecnooligarquía, la locura y enfermedad de las grandes mayorías y la violencia como clave discursiva, la escuela es hoy entonces la “Barbarie”. Salvo que reclamemos para nosotros que “Civilización” es justamente orden, jerarquía de saberes validados, pausa, transmisión desinteresada de cultura, palabra, esfuerzo, trabajo en comunidad, y señalemos que la propuesta de Musk, Trump, Milei -y sus empleadores y asesores- y etcétera es la verdadera Barbarie, ya sin comillas.

Como sea, no hay política educativa de parte de tipos como Milei y Trump, que a los gritos nos han declarado la guerra a los docentes y a científicos. Repiten desesperados, ellos y sus asesores, el mantra thatcherista de “No hay alternativa” al totalitarismo de la tecnooligarquía. ¿Qué habrían pensado los partisanos italianos que colgaron a Mussolini en una estación de servicio, o los judíos del ghetto de Varsovia? ¿Que no había alternativa al fascismo y nazismo deshumanizante? Toda partida de defunción de la Historia no sólo ha fracasado, sino que además suele ser señal de un grito eufórico un segundo antes de que el supuesto vencedor se caiga a pedazos. Al “No hay alternativa” de la tecnología deshumanizante le respondemos que la escuela está del lado de los que marcharon el 1° de febrero en todo el país y en tantas ciudades del mundo. La escuela es bastión de derechos, de cultura, ciencia, tradición y pregunta; la escuela está llena de los colores y la memoria que ellos quieren tapar con cruces esvásticas y cotillón neofascista. La escuela es comunidad, abrazo y límites, y ésa es la tarea primordial en estas horas, siempre llevada adelante con la astucia necesaria que comentamos en este texto.

Nos esperan años bravos en las escuelas, tal vez más de lo que venimos viendo porque se seguirán sumando multitudes de caídos del sistema. El deber llama y estar ahí enseñando funciones cuadráticas, la Revolución francesa, el Martín Fierro, las fases de la Luna, yendo de excursión a un sitio de memoria o a una reserva natural es nuestro acto revolucionario. Hagamos la revolución.  

Publicada el 9 de febrero de 2025


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Manuel J. Becerra@CheMendele

Nació con Videla y sin poder, como dice Charly, en 1979. Hizo toda su educación obligatoria en Escuelas Normales, lo que le dejó una marca indeleble de sarmientismo culposo con el que no sabe bien qué hacer. Tal vez por eso es Profesor y Magíster en Historia, enseña hace más de 10 años en secundaria, formación docente y universidad pública. Publica cada tanto obsesiones y caprichos sobre política educativa, pedagogía y didáctica en el blog fuelapluma.com, y a veces en distintos medios de comunicación y portales electrónicos. No demuele hoteles.

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