El avance de la ultraderecha en el mundo, y en Argentina, pone especialmente el foco en la juventud. ¿Qué estrategias pedagógicas podríamos encarar?
En estos tiempos, corre por los ámbitos (no sólo) escolares la sensación de que algo se ha modificado sustancialmente en el sentido común del alumnado. Se ha definido a este suerte de espíritu de época como “rebeldía de derecha”, y deberíamos prevenirnos de entrada señalando lo polémico del concepto; si no en su posibilidad, sí al menos en su verificación empírica[1].
De todas formas, esta idea tiene bases de sustentación fuertes: el crecimiento electoral de nuevas derechas, un auge minoritario pero masivo de militancias juveniles anti-progresistas (en sentido amplio), y un cuestionamiento en alza (así sea por la vía del hartazgo) a los discursos igualitarios e inclusivos. Si ciertos valores de la democracia en clave posmoderna se han vuelto parte del discurso oficial[2], es previsible que las impugnaciones a dicha prédica sean en clave derechista y que las mismas puedan pensarse como “rebeldes”, aunque más no sea en el limitado sentido de ir a contracorriente del “mundo de los adultos” (o de las retóricas de dicho mundo que se han vuelto parte del sentido común).
Quien lea esto podrá notar cierta insistencia en el carácter discursivo de estas disputas contemporáneas entre “rebeldías de derecha” y “status quo progresista”; cierto escepticismo, incluso cierta sorna. Y será una impresión acertada: creo que los análisis de la realidad más productivos, sutiles y movilizantes parten de perspectivas materialistas y no de idealismos escindidos de anclajes en las prácticas sociales y las luchas por la apropiación de la riqueza y el poder. Sin embargo, no deja de ser cierto que buena parte de nuestra tarea cotidiana como educadores pasa por lo discursivo, lo simbólico y lo ideal, que la supuesta “derechización” de nuestras juventudes se expresa con palabras y sentidos comunes en nuestras aulas, y que un elemento importante del debate con estas nociones (por lo que tienen de anti-igualitario, reaccionario, excluyente e incluso antidemocrático) pasa por la llamada -en otras épocas- “batalla de ideas”.
En esta particular “batalla”, Paulo Freire es un aliado vital como pocos. No sólo por su producción teórica, pilar de cualquier intento de repensar y rehacer la educación en clave popular. No sólo por su militancia socialista y su participación efectiva en movimientos de masas pauperizadas por el avance del capitalismo neoliberal en Brasil. Sino también, incluso fundamentalmente, porque se trata de una figura en constante y sostenido proceso de “pasteurización” por sectores que buscan avanzar en la precarización de la educación pública y de quienes transitamos por ella[3]. Y si, como suele decirse, “la única lucha que se pierde es la que se abandona”, mal haríamos en regalar al bueno de Paulo al arsenal de quienes, en su vida y en su muerte, defienden concepciones del mundo y propuestas políticas claramente antagónicas a las suyas (y nuestras).
Dicho todo esto, ¿qué contraponemos a los discursos de la nueva derecha en nuestras aulas? ¿Qué desafío, en clave de respuestas y de preguntas, tenemos para ofrecer a nuestras juventudes?
Contrariamente a una cultura extendida en espacios educativos democráticos que pone el acento en las preguntas sin ofrecer respuestas, creo que ante estos dilemas pueden compartirse muchas indicaciones concretas. La mayoría (y las mejores) de ellas a partir de experiencias concretas y estudios de caso. Sin embargo, en esta oportunidad me interesa reflexionar desde un encuadre más general, retomando aportes de la obra freireana para repensar nuestra disposición como educadores al debate y al aprendizaje científico y político con nuestro estudiantado.
En primer lugar, incluso en orden de importancia, se hace imperioso defender y practicar el diálogo en clave freireana. Empezando por el significado más evidente y democrático del término: aquel que en la tradición griega clásica, por ejemplo, hizo nacer la filosofía. Aquel en el cual nadie renuncia a su argumento ni a sus convicciones, pero todos tenemos derecho a ponerlas en juego siendo escuchadas… y también escuchando. Un “Maestro Siruela” progresista o de izquierda es, antes que nada, un “Maestro Siruela” a secas, independientemente de su orientación política. Alguien que escupe resultados sin desarrollar un proceso; y en todo proceso cultural existe necesariamente el cuestionamiento, el debate, la reflexión colectiva. ¿Cuán dispuestos estamos a arriesgar nuestras convicciones, a exponerlas en el aula, a aceptar su provisionalidad epistemológica? ¿Cuán permeables somos a la impugnación de nuestros valores más sacrosantos (y probablemente verdaderos) por jóvenes que no los respetan (y, quizás con todo derecho, no los conocen)?
Pero también el diálogo freireano como una de las formas posibles de aquello que llaman “docente investigador”, e incluso y para escándalo general, “docente militante”. Sin diálogo, ¿qué podemos entender de nuestros jóvenes? Sin escucha sincera, ¿qué espacio real, qué potencia verdadera, puede haber para el “inédito viable” propuesto por Freire? En efecto, si dicha categoría freireana define a aquello que “no es pero bien puede ser”, se hace necesario detectar lo que alguien llamó, en una recordada conferencia de prensa en la ciudad de Olavarría, “información de futuro”. Es decir, una suerte de arqueología al revés: buscar en el presente retazos de lo que puede venir. Palpar en los nervios actuales de nuestras juventudes aquello que anuncia los conflictos, conquistas y derrotas del mañana. Y no precisamente para hacerlo con fines académicos.
La última categoría freireana que me interesa recuperar en estas reflexiones es la de universo vocabular. Dicen Fernández Pais y Rigovsky que
[…] la obtención del universo vocabular no es un trabajo meramente tecnicista sino que implica un involucramiento del educador en el pueblo. La búsqueda misma, la investigación realizada por el educador, es ya dialógica y da origen a la posibilidad misma del diálogo. (2022, p. 12)
Una educación dialógica, democrática, debe necesariamente dar cuenta del universo vocabular de los educandos sin necesidad de rendirse (“populistamente”) a todas sus derivas posibles. Particularmente con adolescentes, creo que son tiempos urgentes para escuchar[4]. Sin celebrar acríticamente, ya que estamos ante generaciones forjadas en una notable tendencia a exigir sin entregar, que muchas veces piensan automáticamente en clave de derechos pero no de compromisos. Sin embargo, escuchar ante todo. De no ser así, ¿qué diálogo real, radicalmente democrático, puede existir entre universos vocabulares que no se empapan recíprocamente? ¿Qué aprendizaje común (no necesariamente simétrico) puede haber entre culturas que no se enfrentan abriéndose?
Referencias
Fernández Pais, M. y Rogovsky, C. Clase Nro. 3: Ideas y legados de Paulo Freire. Los procesos educativos en clave emancipatoria. 2022. Buenos Aires: Ministerio de Educación de la Nación.
Tenti Fantani, Emilio. “Conocer las nuevas generaciones. Entrevista con Emilio Tenti Fantani” (s/f). Disponible en: https://www.ucc.edu.ar/portal2015/UniversidadCatolica/imprimirNoticia.php?destino=noticiasucc/conocer-las-nuevas-generaciones/¬=4248
[1] En efecto, basta que se produzca algún fenómeno de movilización popular significativa (como una huelga prolongada, una serie de protestas estudiantiles, o una rebelión masiva como las que atraviesa la provincia de Jujuy desde junio de 2023) para que el repertorio de la derecha -juvenil y/o senil- vuelva a ser el tradicional pedido de orden y represión, sin elemento disruptivo o novedoso alguno.
[2] Discurso oficial que no es estrictamente hegemonía, ya que en muchos casos dichas piezas discursivas ven muy mancada su traducción y efectivización en la práctica.
[3] Recientemente, en un distrito provincial de la República Argentina, se propuso una instancia de acreditación compulsiva de materias previas de alumnos/as de escuela secundaria que consistía en un dispositivo a todas luces insuficiente para que exista proceso de aprendizaje alguno (y que, de hecho, tampoco sirvió demasiado para acreditar las previas). El texto donde se comunicaba a los docentes las características de la propuesta comenzaba con un párrafo, absolutamente descontextualizado, de las Cartas a quien pretende enseñar. Sirva esta anécdota para pensar cómo, en tiempos de hipersaturación simbólica, hasta al pragmatismo más raso y precarizante le cuesta subsistir sin poesía.
[4] En una entrevista, Emilio Tenti Fanfani lo sintetizó notablemente: “Si hay un alumno que solamente le interesa el fútbol o la cumbia villera, yo como docente debo partir del fútbol o de la cumbia villera. Parto de lo que a él le interesa, no voy a decir que no vale lo que le gusta pero sí demostrar que solamente con eso no va a adquirir los otros conocimientos que necesita, debe apropiarse de frutos más complejos para adquirir cultura”. (s/f)
Publicada el 15 de agosto de 2023
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