No será ni la primera ni la última vez que alguien pregunte ¿Qué le estamos pidiendo a la escuela? ¿Cuánto puede sostener? ¿Será que es necesario pensar a las instituciones escolares relativizando la onda expansiva, en el tiempo, de los efectos de la economía? Novedad, diagnóstico o excusa: los riesgos de pensar a la escuela en el vacío.
Suponer la escuela con ámbito impermeable, habitar una institución porosa.
Sabemos que no hay nada novedoso en decir que el contexto es determinante en las condiciones de enseñanza y aprendizaje (de hecho la moda de las neurociencias vino a reflotar esta certeza como si fuera una novedad) pero fingimos demencia a la hora de los diagnósticos. Cuando se leen o escuchan en algunos foros opiniones sobre cuáles podrían ser las causas de un determinado resultado general en algún nivel educativo, es poco común que algo referido al marco social, económico o cultural en el que está inmersa la escuela aparezca como variable. Como si la institución estuviera envasada al vacío. Pretendemos que la escuela dé a los estudiantes herramientas para enfrentar todo lo que sucede o pudiera suceder y, a su vez, pretendemos que nada de lo que sucede o sucedió la afecte.
En el comienzo de la pandemia recordé algo que habíamos conversado con un grupo de colegas en el año 2004 sobre las consecuencias de las crisis en la escuela: la crisis del 2001 había quedado atrás (seguramente habrá distintas apreciaciones sobre cuán atrás había quedado) pero las consecuencias seguían latentes en la escuela. Esa crisis en la que todo se niveló para abajo era parte del pasado pero sus consecuencias, no.
No voy a detenerme a enumerar las sucesivas crisis políticas, económicas y sociales que acontecieron en el país, pero vale la pena detenerse a pensar por qué se le exige al sistema educativo un rendimiento que no esté perforado por esa realidad ¿Es la realidad económica macro la única que afecta a la escuela? Claramente, no. Hace unos años atrás una compañera me contaba que en su grado tenía una nena migrante de Europa del este y un nene asiático, ambos habían llegado al país ese año y hablaban unas pocas palabras en español. Para quien no lo sepa si llega algún niño o niña de otro país, aún cuando en la familia no hayan tramitado la residencia, corresponde otorgarle una vacante en una escuela. Está bien que así sea, pero el problema es que no hay ningún tipo de dispositivo para favorecer la integración de esos chicos más que la buena voluntad de la maestra. Este caso puntual puede verse replicado en cualquier ejemplo análogo que pudo o puede estar sucediendo en cualquier aula: un o una estudiante que requiere una atención específica (más allá de lo que la voluntad del docente puede aportar) y un recurso determinado que podría apuntalar la trayectoria de ese o esa estudiante, que no llega.
En general cuando se piensa en temáticas sociales que afectan a la escuela se pone el foco en los sectores más desfavorecidos. Es hora de empezar a correr ese foco y pensar además, que a la escuela no la afectan solamente lo que presuponemos son problemáticas, sino también, que los cambios culturales producen impacto.
Como en el tweet del politólogo Gerardo Aboy Carlés: “Las casas de mayor poder adquisitivo cambiaron las bibliotecas por el playroom hace varias décadas. No le pidas a la educación que reme todas.”
Es claro que existen algunos cambios de paradigma en las relaciones familiares y en los consumos culturales que necesariamente producen algún efecto en las instituciones educativas. Cuánto afectan esos cambios y de qué manera es algo que requiere una investigación profunda. La cuestión principal es que la escuela tiene que estar adaptada a la realidad socioeconómica, a los vertiginosos cambios culturales y a su vez tiene que preparar sujetos para un futuro imprevisible. Si esto no sucede será una muestra más de las deficiencias de la institución y, por sobre todas las cosas, de quienes trabajan en ellas.
Todo esto se da en el contexto en el que hace años pretendemos (y en gran parte logramos) que la escuela sea más inclusiva. Durante décadas, existieron mil formas de expulsar del sistema educativo a chicas y chicos que no encajaban por los motivos que fueren. Había un sector que estaba desterrado de la escuela. Consideren también esa variable antes de ser tan determinantes con la idea de catástrofe educativa.
Pero más allá de la forma en que se reparten culpas en estos diagnósticos que no tienen en cuenta algo tan determinante como la realidad que nos perfora (y más allá de nuestras legítimas sospechas sobre esas opiniones) me arriesgo a hipotetizar que en esa omisión también subyace el imaginario y la intención de una escuela aséptica. La escuela, como envase hermético. Si vamos a resguardar a las infancias en esta institución de encierro, que sea bien lejos del contexto que generamos. Algo así como que los problemas de la educación, son pura y exclusivamente generados en la escuela, donde nada de lo que sucede fuera de ella repercute. Mi modesta hipótesis es que a pesar de que sobreabundan los comentarios lapidarios contra la escuela y las y los docentes, se busca algún artilugio o mecanismo para generar tranquilidad ante el hecho inevitable de que en ese lugar pasarán la mayor cantidad de tiempo las infancias. Se afirma que los malos resultados se producen por motivos que solo tienen que ver con lo que sucede en un establecimiento (que está protegido de todo lo que sucede fuera de él) como mero mecanismo de negación que impide aceptar que dejamos a las y los chicos en un lugar intervenido por la realidad.
Por último, cierro con algo que ya dije de otra manera en otra nota: la escuela ha alcanzado algunos logros en los últimos tiempos que no alcanzamos a ver o difundir. Quienes pensamos la escuela como lugar para compensar las desigualdades de origen, no nos damos el lujo de poner el contexto como excusa o, al menos, no es algo que nos detenga en el hacer. Pero ante determinadas variables, más que un dedo acusador hacen falta escucha y recursos. Al menos si el interés es genuino.
Publicada el 28 de mayo de 2023
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