Nos quieren idiotas. A propósito del falso debate sobre el método de alfabetización.

Fotografía: Cecilia Reynoso (“Presente: retratos de la educación argentina”)

Mientras preparamos la vuelta a las aulas, la educación tímidamente aparece en agenda: cantidad de días de clase, la relación con el trabajo, salarios y deudas pendientes. Pero la de los "métodos" de alfabetización, en concreto, es un debate lleno de trampas.

Este escrito nació primero como un hilo de X (ex Twitter), a propósito del debate que se reeditó en torno a los métodos y enfoques de enseñanza de la alfabetización inicial, y se fue ampliando en los últimos días gracias a los numerosos intercambios con docentes y especialistas. 

Todo comenzó (o volvió a comenzar) con un video publicado por Andrés Rieznik (doctor en física y divulgador científico argentino, especialista en neurociencias y comportamiento humano), en el marco de la presentación de un documento que él mismo elaboró. El spot comienza con una aseveración contundente: “alfabetizamos mal”. El texto que acompaña al video en su cuenta oficial de Instagram afirma que “se instauraron en los profesorados de todo el país, hace ya algunas décadas, ciertas creencias sobre cómo debemos enseñar a leer y escribir que han sido refutadas una y otra vez por la ciencia”. Rieznik asegura, en el documento disponible en su cuenta de IG y en el material que diseñó para promocionarlo, que los y las docentes están implementando un método de alfabetización que no está actualizado, que carece de fundamentos científicos y que además, como si eso no fuera poco, existen leyes que prohíben enseñar el sonido de las letras. 

Afirmaciones ambiciosas, no solo por la generalización, sino más que nada porque dan por sentadas cuestiones que, en principio, son erróneas o confusas. Empecemos por lo que considero más llamativo del planteo: identificar a la psicogénesis y al enfoque constructivista con un conjunto de creencias (o “ideas preconcebidas, dogmas o ideologías” como también las define Rieznik). Más allá de demostrar un desconocimiento profundo sobre los orígenes y fundamentos científicos de dicho enfoque, decir esto tan livianamente tiene un efecto colateral que los y las docentes conocemos muy de cerca y que no es otro que la continua banalización de nuestro saber profesional. Plantear una rivalidad entre los conocimientos pedagógico-didácticos que fundamentan al constructivismo y a la psicogénesis, por un lado, y los enfoques “basados en datos y evidencias”, por el otro, construye un sentido común simple y tendencioso, que se sostiene en un binomio excluyente de “método bueno vs. método malo”. Desde ese sentido común, la implementación de clases basadas en las “creencias” de la psicogénesis y del constructivismo se presenta, en una relación simplista y lineal, como la principal causa de los bajos resultados que se observan en los últimos años de la escuela primaria en torno a la escritura y la lectura. Resultados que, además, se intensifican dramáticamente en el nivel superior del sistema educativo (en el que el desarrollo de la alfabetización académica constituye hoy uno de los ejes de trabajo principales). Este binomio denigra el enfoque de la psicogénesis y resalta las ventajas de la implementación de las ciencias del lenguaje y la neurociencia en los procesos de alfabetización. Vale decir, en este punto, que la psicogénesis y el constructivismo son desarrollos teóricos que se fundamentan en investigaciones científicas, realizadas por Piaget inicialmente, y luego enriquecidas por otros equipos de investigación (personalmente destaco los aportes de Vigotsky y los enfoques socio-culturales).

La reedición de un falso debate

Como docente y también como licenciada en educación, lo que más me llamó la atención del documento y del video fue que Rieznik asegura que implementar otro enfoque o método por fuera del constructivismo está actualmente prohibido por ley. Que algo esté prohibido da cuenta que existe una reglamentación que así lo establece. La pregunta inmediata es ¿dónde está explícitamente prohibido? ¿en qué material curricular?, ¿en cuál resolución? Ahora, en caso que lo que se quiera afirmar es que está “vedado en la práctica”, como también comenta Rieznik, el análisis que podemos hacer de ese dato de la realidad (el cual deberíamos sustentar con rigurosas evidencias y análisis cuantitativos y cualitativos para poder arribar a una generalización de semejante calibre) es hipotetizar respecto a cuáles podrían ser las razones por las cuales la teoría no se implementa en la práctica o incluso por qué se desarrollan prácticas propias de métodos previos al constructivismo de forma secreta y discreta, como sugiere el científico.  Esto nos lleva a preguntarnos también ¿cómo se interpretó el enfoque constructivista dentro de la comunidad docente?, ¿cómo es posible que algunos educadores, directivos y supervisores hayan interpretado que la psicogénesis no incluye el trabajo con la relación entre letras y sonidos, como sí plantea la conciencia fonólogica?, ¿qué llevó a pensar que la psicogénesis propone que los chicos y las chicas “descubran” por sí solos la relación entre fonema y morfema?, ¿en qué momento la frase tan característica de la psicogénesis (“escribilo como puedas”) pasó a ser interpretada como un desligue absoluto del docente de su responsabilidad de enseñar? 

Estos errores conceptuales y de interpretacion han existido en nuestro sistema educativo desde que se incluyó este enfoque en los lineamientos curriculares. En parte, es una consecuencia propia de un proceso de trasposición de conocimientos de un campo disciplinar a otro. Así como en los últimos años la neurociencia ha aportado diferentes teorías en torno al aprendizaje y los procesos cognitivos, lo mismo ha ocurrido en los orígenes del constructivismo (que toma sus fundamentos de los desarrollos de Jean Piaget,  biólogo, psicólogo evolutivo y fundador de la epistemología genética). Podemos afirmar entonces, o recordar porque esto lo sabemos hace mucho quienes nos dedicamos a la educación, que no es posible establecer un debate entre métodos “basados en creencias” vs. métodos “basados en evidencias”, ya que en este punto, ambos enfoques son derivados de postulados e investigaciones científicas. 

Repensar las prácticas educativas, desde el interior del campo

A quienes formamos parte del campo educativo no nos sorprende que este tipo de comentarios mueva la agenda mediática, a semanas del inicio del ciclo lectivo. Y mucho menos aún que el foco esté en los y las docentes y en su quehacer profesional. Parece cada vez más fácil opinar sobre lo que pasa al interior del aula y de las escuelas. Todos los años volvemos a librar una batalla discursiva (con efectos profundos en la realidad material) sobre la especificidad del saber docente y la profesionalización de nuestras prácticas. 

Como docente de nivel primario, puedo afirmar que el enfoque constructivista propicia aprendizajes ricos, variados y profundos. Ahora bien: es innegable que, como cualquier teoría de la educación, necesita ser revisada y reformulada en función de los cambios que se han dado en las instituciones educativas, en la formación docente y en la sociedad en general en los últimos 25 años. Esta revisión, que debemos hacer desde el campo pedagógico-didáctico, tomando aportes de diferentes ciencias y campos disciplinares como la psicología, la filosofía, la biología y las neurociencias, entre muchas otras, tiene que considerar que quienes hoy habitan las instituciones educativas (incluyo en esto no solo a estudiantes sino también a docentes y directivos), atraviesan una transformación radical en función de los avances tecnológicos de los últimos 10 años (como mínimo) y, más aún, los cambios socio-culturales que nos ha dejado la pandemia. Un artículo reciente del Washington Post analiza la caída de los resultados en lectura y escritura en EEUU de 2020 a la actualidad, considerando la pandemia como una bisagra de la que está siendo cada vez más difícil recuperarse. En nuestro caso, no podemos dejar de mencionar, además, las políticas de gobierno que impactan directamente en el sistema educativo y en las condiciones laborales de sus trabajadores. 

Esto último es vital: el constructivismo requiere de un contexto que garantice acceso a materiales de lectura y a la cultura en general. Ahora bien, ¿cómo construimos conocimientos nuevos, ponemos en tensión aquello que ya sabemos y ampliamos nuestros esquemas si no tenemos resueltas las necesidades básicas? ¿Cómo accedemos a un repertorio amplio de tipos textuales que permitan construir nuevas hipótesis si no contamos con libros y materiales escritos en diferentes soportes? ¿Cómo garantizamos que las intervenciones docentes en este proceso sean adecuadas y provechosas si quienes desarrollan la tarea docente no tienen el tiempo mínimo necesario para hacer diagnósticos precisos, elaborar materiales para cada fase, propiciar instancias de interacción grupal e individual con sus estudiantes en el día a día, hacer diferentes tomas de escritura, elaborar rúbricas y demás instrumentos de seguimiento que brinden información sobre los diferentes procesos, entre otros muchas tareas esperables dentro de este enfoque? ¿Cómo ofrecemos instancias de actualización de los saberes del campo de la pedagogía y la didáctica a docentes que no disponen de tiempo dentro del horario escolar porque están abocados a resolver infinidad de tareas administrativas e incluso problemáticas que exceden a las escuelas pero solo encuentran un marco de acción posible dentro de ellas?

El problema se ve desde lejos; la escuela no fue diseñada para la implementación de un enfoque constructivista, en el que cada intervención docente está pensada desde la problematización de las hipótesis de lectura y escritura de cada estudiante. Parafraseando a Comenio, la escuela fue diseñada para enseñar todo a todos. Con ese objetivo, la enseñanza a grupos grandes, como si todos fueran la misma persona, era indudablemente el método más eficaz. La mayoría aprendía algo. 

Nos encontramos así con una primera disyuntiva: un sistema diseñado para la masividad y para homogeneizar a la ciudadanía, frente a un enfoque constructivista que requiere que las aulas se organicen con grupos más reducidos y que el sistema asegure condiciones laborales y profesionales que permitan el desarrollo íntegro de la labor docente.   

¿Cómo resolvemos esta incompatibilidad? La respuesta es simple: políticas educativas. Las condiciones laborales no pueden ser mejoradas desde el colectivo docente. Son materia exclusiva de quienes gobiernan. Es el Estado quien debe garantizar las condiciones necesarias para desarrollar una educación de calidad. Somos los ciudadanos y las ciudadanas quienes debemos votar representantes que explícitamente lo asuman como una política de gobierno.  

Superando el falso debate

Teniendo claridad que el falso debate que quieren instaurar en la agenda educativa carece de argumentos sólidos porque parte de premisas erróneas, es momento de tomar el guante y pensar qué hacemos con los datos de la realidad: ha aumentado el número de estudiantes que terminan la primaria sin saber leer ni escribir con solidez. Sin dudas, un dato que nos deja sin palabras por la gravedad que implica para el desarrollo de la ciudadanía. Un dato que impacta fuertemente en las trayectorias educativas y en el sistema educativo completo.

No es deseable ni esperable que los y las estudiantes terminen la primaria sin saber leer ni escribir lo básico. Parece una obviedad, pero en tiempos de desinformación conviene recordarlo: ninguno de los enfoques o métodos que circulan en la actualidad en nuestro país considera esperable que un estudiante comprenda el sistema convencional de escritura recién al finalizar el nivel primario. No debe ser así. 

No podemos tampoco analizar este resultado identificando una sola variable, esto demostraría pereza intelectual y poca rigurosidad científica. Tal como señalaba anteriormente, necesitamos revisar los métodos y los enfoques teniendo en cuenta los cambios de los últimos años. Esto es una dimensión que no debe obviarse. Entendiendo, además, que la pregunta debe girar a todo lo que se enseña a lo largo de la primaria y la secundaria, en lugar de hacer un recorte intencionado exclusivamente en los primeros grados. Junto con ello, debemos incluir dimensiones más amplias y diversas, que van desde lo socio-cultural hasta lo biológico, incluyendo los avances tecnológicos que nos pisan los talones año tras año. 

Y en este punto comparto algunas reflexiones que complejizan aún más el escenario. Desde hace varios años, diversos especialistas trabajan sobre el concepto de alfabetización. No tanto en su definición, sino más bien en su complejidad para describir las diferentes instancias en las que las personas interpretan aquello que leen. Así nos encontramos con nuevos tipos de alfabetización (desde la alfabetización informacional hasta la científica, por mencionar algunas). A los fines de este debate, podría resultar relevante el concepto de multialfabetizaciones, que nos permite pensar que aprender a leer y a escribir no es un proceso que termina en la primaria al aprender a decodificar el sistema de escritura, sino que, por el contrario, implica el desarrollo de diferentes prácticas y quehaceres que se desarrollan mucho más allá de la educación básica y que requieren el trabajo con múltiples soportes, modalidades y textos. Hoy nos toca pensar en una sociedad que requiere de una alfabetización funcional, es decir, que no solo decodifique sino que además pueda construir sentidos ricos y complejos. 

Lejos de posturas que encuentran cierta evolución natural en la incorporación de las nuevas tecnologías, es necesario destacar que lo que llamamos “cultura digital” no es otra cosa que un campo en disputa. Un territorio que ha mutado constantemente y que hoy en día está monopolizado por las grandes empresas tech. Esto no quiere decir que no haya espacios de resistencia, de diálogo. Siguen existiendo pero no están masificados ni son rentables. 

La cultura digital ha permeado la escuela. Los y las estudiantes viven en ese universo digital, que además es un entorno que no está diseñado para aprender los contenidos que enseñamos en las escuelas. Esto es necesario decirlo: las aplicaciones, las redes sociales, los portales no están diseñados hoy en día para generar instancias de aprendizaje. Su objetivo central es capturar nuestra atención y formarnos como consumidores activos. 

Un fenómeno particular ocupa la atención de muchos y muchas especialistas en los últimos años: la disminución de la lectura y la escritura tal como las conocíamos en el siglo pasado. La primacía de lo audiovisual que nos trae Tik Tok, los textos breves y poco complejos de X (ex Twitter), el protagonismo de la imagen en Instagram… todo ello nos hace leer y escribir menos y más simple. En la infancia, además, se suma otra enorme preocupación: la disminución de los tiempos en el que los niños y las niñas juegan con otros y el achicamiento del repertorio de juegos posible.

Podemos interpretar esto como un cambio de época. En caso que así lo sea, nos cabe preguntarnos qué costos tienen estos cambios. En este punto, los aportes de Miguel Benasayag (psicólogo, filósofo, investigador y epistemólogo franco-argentino) son más que llamativos. En una entrevista de mediados de 2024 que realizó en el programa “Pasaron Cosas” conducido por Alejandro Bercovich, Benasayag advierte sobre la necesidad de “domesticar” y regular los avances tecnológicos, y analiza también el impacto que genera en la sociedad el debilitamiento de la capacidad crítica.

El camino a la idiotización masiva

Pensar complejo está pasado de moda. Hoy vale más pensar rápido, actuar impulsivamente y no aburrirnos. Es más fácil dar un like o repostear una información, que analizar las fuentes o leer “entre líneas”. A tal punto que quienes seguimos promoviendo, en todos los aspectos de la vida, la complejidad como marco interpretativo, somos definidos, de forma despectiva, como “progres”. Pareciera que ahora ser progre no es progre. 

Nos encontramos en una encrucijada: batallamos por la complejidad y por un análisis que nos permita arribar a soluciones reales, en un campo minado por el escepticismo simplista, el desprestigio del conocimiento y la cultura y el relativismo absoluto. Más allá de la posmodernidad y de la caída de la verdad como fundamento, entramos en una etapa en la que ya no importan los consensos científicos, los acuerdos democráticos ni la perspectiva de derechos. Mientras escribo esto, las redes y los medios de comunicación de Argentina y de otros países están desatando una batalla argumentativa para condenar o salvar de la condena al presidente de la Nación, luego de un tweet que publicó en X y que muchos consideran una estafa sin precedentes, que involucraría directamente al presidente y a otros funcionarios del gobierno. No sabemos con certeza si lo que dicen las leyes será respetado, todo será parte de una pulseada en torno a la  narrativa. 

¿Cómo llegamos a este punto? Varias podrían ser las hipótesis. Pero hay un patrón que se repite en todas: la idiotización de la sociedad. Nos encontramos en un proceso acelerado en el que la vara ha descendido a niveles insospechados. Que en un debate educativo necesario, desde la misma comunidad científica se utilicen los mismos procedimientos argumentativos que se utilizan en X muestra que hemos perdido un piso común que anteriormente compartíamos. 

En CABA, el debate en torno a los métodos coincide con la implementación del nuevo Diseño Curricular que instaura nuevamente como marco de referencia oficial la conciencia fonológica. Coincide además con la comunicación del Nuevo Reglamento Escolar que indica expresamente que los y las docentes tienen prohibido expresar opiniones o abordar temas vinculados a la ESI, como así también realizar medidas de fuerza con suspensión de clases. 

Nos espera, como colectivo docente y como sociedad, un año intenso y complejo.

Publicada el 23 de febrero de 2025


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Vanesa Giordano

Es Profesora de Nivel Primario, Licenciada en Ciencias de la Educación y Especialista en Tecnología Educativa. Se desempeñó como docente de primaria, tutora pedagógica, coordinadora de tecnología educativa y vicedirectora en escuelas de la Ciudad de Buenos Aires. Desarrolló propuestas de educación a distancia para universidades nacionales y latinoamericanas. Fue profesora en el ISFD 'Dora Acosta' y participó en la cátedra 'Comunicación y Educación' de la Licenciatura en Ciencias de la Educación en la UBA. Actualmente, integra el equipo pedagógico del Ministerio de Educación y DDHH de Río Negro y trabaja como diseñadora instruccional en el ámbito corporativo.

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