Nuestra doble vara docente

Fotografía: María Eugenia Cerutti

Las contradicciones en el oficio docente no suelen ser contadas, como si no hubiese lugar para la duda. Alejandra Pryluka lo vuelve hacer, en primera persona, y de qué manera. Un texto honesto donde la culpa, la responsabilidad y el amor, construyen una filosa pregunta para madres docentes, y viceversa.

Lunes 7:50, llego a la escuela, como cada mañana firmo, pongo la hora, entro a dirección saludo, voy al aula de primero, charlo con Flor, se hacen las 8. Estamos a fines de agosto y tengo un cansancio que pide navidad y año nuevo. Me siento en los sillones del hall de entrada, casi nunca lo hago, pienso que son de esos lugares que en las escuelas nunca se limpian, pero me siento, las piernas me lo piden. Las compas pasan, saludan, me preguntan qué espero. 

Miro el teléfono para chequear la hora, 8:10 entra mi grupo, miro el teléfono, hay mensajes en el chat del jardín. “Se suspende la burbuja”, caritas tristes y quejas, me río pero en realidad me pondría a llorar ahí mismo, en el mismísimo hall de entrada. Llegué hace 15 minutos y ya tengo que avisar que me tengo que ir. Tomo aire, respiro hondo, voy a dirección, revisamos el horario, armamos chinos para que tengan que cubrirme lo menos posible. Voy a buscar a les pibes, subimos al aula, les explico que me quedo un ratito y me voy. No entienden, yo menos, pero así las cosas.

La condición de madre y trabajadora siempre es compleja, pues como ya sabemos sostenemos la doble carga -o triple- de tareas, el trabajo remunerado y todo aquel que llevamos adelante en nuestros hogares, ese trabajo que hacemos por amor, por instinto y por cuidado, porque ser madres parece que siempre fue nuestra misión en este mundo. Si ser madre y trabajadora es complejo, en el último año y medio ser madre y docente creo que se convirtió en la peor combinación posible. Burbujas que se pinchan, tareas escolares, mocos dudosos, horarios escalonados y todo eso multiplicado por dos, en la escuela y en la casa.

La bendita doble vara que a veces aparecía a la noche, como culpa y castigo, no me quiero contagiar en la escuela, no quiero que las maestras de hije se contagien, pero un día más sin rutina familiar y no va a haber cuerpo que aguante.

Las burbujas hasta hace muy poquito se pinchaban como si el aire tuviera agujas, todas las semanas alguna tos sospechosa nos enseñaba que planificar no es cosa de estos tiempos. Como docente armé, desarmé y volví a armar mis planificaciones como nunca en la vida, dejé proyectos a medio hacer, prometí productos a les pibes que nunca llegué a presentar, enseñé contenidos con más cortes que los que cualquier cerebro aprendiz pudiera tolerar. Como madre saqué y me ausenté a todos los turnos que tomé, pauté y cancelé trabajos, cumpleaños, encuentros, juegos y amores. Todos los días un mundo de incertezas, parece que el coronavirus era lo que le faltaba al neoliberalismo para que finalmente entendiéramos de qué se trataba eso de vivir en la incertidumbre.

La cuestión es que lo que más me sorprendió de esta esquizofrenia llamada ser madre maestra fue la doble vara, mi propia doble vara, que charlando pude ver era compartida por otras colegas de docencia y maternidad. Si a la escuela venía un pibe con mocos y tos llamamos a protocolo, aislamos la burbuja, lavandina por todas partes y a esperar el hisopado, hacer lo que hay que hacer para cuidarnos. Si las familias mandan a les pibes con un moco nos quejamos, “hay que aislar”, pedimos, con razón, por los pasillos. Ahora cuando toca en la sala del jardín de tu hije, ahí no, ahí aíslan por cualquier cosa, pero si les pibes tienen moco todo el año. La bendita doble vara que a veces aparecía a la noche, como culpa y castigo, no me quiero contagiar en la escuela, no quiero que las maestras de hije se contagien, pero un día más sin rutina familiar y no va a haber cuerpo que aguante.

Pienso en la doble vara y en las contradicciones, pienso que tanto tienen que ver docencia y maternidad. Obvio que no por vocación y amor hacia les niñes, aunque algo de eso también juegue, sino por las dudas, contradicciones y preguntas, porque por más que para la docencia estemos formadas y para la maternidad no haya libro que alcance, la mirada reflexiva y crítica, a veces demasiado, acapara y nos interpela en cada uno de estos roles. Ser maestras para quienes ejercemos nuestro rol con compromiso político pedagógico puede ser muy pesado, sabemos de la responsabilidad que implica estar ahí, conocemos el peso de nuestra palabra, el impacto de nuestras intervenciones, sabemos que no da lo mismo cómo pasemos por la vida de las infancias. Por supuesto esa responsabilidad conlleva un poco de culpa, porque cuando sabemos lo importante sabemos que si la pifiamos el impacto es grande. Y ahí justito ahí la maternidad aparece porque un poco tiene las mismas cosas, la responsabilidad y la culpa, también el amor, pero las dos primeras como prendas maternales básicas, esas que te ponés casi que cuando acaban de sacar a la criatura de tu cuerpo.

La cuestión es que maternar y enseñar son dos verbos complejos, llenos de contradicciones y dobles varas, con partes iguales de culpa y disfrute. El último año y medio hizo que las dos funciones se exacerbaran, que lo mejor y lo peor de enseñar y maternar nos dieran en la cara cachetadas diarias. Porque la madre no sabe ser maestra de sus hijes, no les sabe enseñar, no sabe cómo hacer para que se sienten a hacer la tarea. La maestra no puede ser madre en la escuela, andar pensando que después del recreo se tiene que ir porque si no su hije no tiene con quién quedarse, no puede estar yéndose todo el tiempo y llegando tarde a todos los temas. Porque a veces se pierde de vista que madres maestras o maestras madres, el orden de los factores no altera el producto, cargamos con la doble carga, cargamos con las burbujas, los horarios, los cuadernos, las peleas, las angustias, los barbijos, los zooms y todo eso que la pandemia nos dejó en el aula y en la casa. Porque las infancias están dolidas, asustadas, reencontrándose con ese mundo que les fuimos dejando, y acompañarlas es necesario, en la escuela y en casa. 

La carga se puso pesada, después de tantos meses hay días que dan ganas de tirar la toalla. Que tu maestra te ayude a pintar el corazoncito con deseos, que tu familia se ocupe de mirar si tenés la carpeta completa. Hay días que dan ganas de irse corriendo para no volver, de irse a un mundo sin escuelas, sin horarios y sin tareas. Sin embargo, ahí estamos, poniendo el cuerpo las maestras madres, las madres maestras, armando horarios, rearmando burbujas e intentando mostrarles a les pibes que, a pesar de todo, la cosa sigue y que la estamos remando. Intentando cada día pegar ese mundo que les quedó un poco desarmado para que sean lo que quieran ser.

Felices sean todos nuestros días, salú.

Publicada el 22 de octubre de 2021.


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Alejandra Pryluka

Alejandra nació en Bs.As. en 1989. Es profesora de nivel primario, Especialista en alfabetización y está a pocas materias de ser Lic. en Cs. De la Educación en la UNSAM. Ejerce como maestra hace más de 10 años en escuelas públicas de CABA, actualmente trabaja en el distrito 16. A través de su cuenta de IG @el.cuaderno.rojo divulga información sobre educación e invita a familias y docentes a encontrarse y dialogar para construir en conjunto.

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