La escuela es el espacio donde lxs alumnxs desplegaron su pasión durante el Mundial de fútbol. Y esa intensidad entra en juego con uno de los objetivos fundantes de la escuela: la educación patriótica.
Uno de los grandes obstáculos epistemológicos para la enseñanza escolar de la Historia es la ajenidad de los procesos y sucesos del pasado. A los alumnos de niveles obligatorios, obligados justamente a asomarse a escalas de valores, usos de la tecnología, relaciones con la naturaleza y entre humanos tan extrañas a las actuales, les cuesta mucho entenderlas en su especificidad, lograr esa epifánica “empatía histórica” que nos permite trasladarnos con la imaginación a hombres y mujeres que actuaban parecido pero bien diferente frente a problemas parecidos pero bien diferentes.
Con la historia nacional, en América Latina, se suma el hecho de que su enseñanza escolar no deja de estar atravesada por una mirada patriótica. O sea: se enseña la historia argentina, todavía, e incluso a pesar de sucesivas reformas curriculares, también como una historia de grandes gestas y grandes hombres -y, últimamente, mujeres-, ejemplos de la nacionalidad, sacrificados, geniales. Es cierto que en las últimas décadas se ha tratado de darle, a través de los diseños curriculares y en la formación docente, una mirada más científica, más en diálogo con la producción académica, pero la historia de la enseñanza de la Historia -vaya juego de palabras- en nuestro país tiene tres cuartas partes tomadas por esa mirada patriota, o patriotera más bien, bastante xenófoba en sus orígenes, y justificadora de genocidios. La renovación curricular sacó el eje de esa perspectiva, pero sigue viva en las efemérides y en las tradiciones escolares, dos palabritas que en general suelen saltearse por completo los “especialistas en educación” que venden muestras gratis de sus kioscos en los grandes medios de comunicación. Pero volvamos.
La ajenidad del pasado, para nuestros alumnos, hace difícil explicar, por ejemplo, la década revolucionaria, sus desafíos, sus grandes problemas, el arrojo de sus protagonistas, el papel de los sectores populares, los condicionantes externos e internos. La mirada patriótica nos tienta de nuevo para enseñar una lucha del bien contra el mal, de unos americanos iluminados que querían “ser libres” (como si la palabra “Libertad” o “Patria” significara lo mismo en una aldea portuaria de la periferia de un imperio en decadencia hace 200 años que hoy). El maniqueísmo pone a San Martín, a Belgrano, a Juana Azurduy, a Güemes como héroes, y a los españoles y sus aliados americanos como villanos del cuentito. Con esos ingredientes puede haber un interés decente de parte de los alumnos, sobre todo en primaria, para acercarse a esos temas, pero es claramente insuficiente porque con eso solo no se enseña a pensar la realidad (pasada, en este caso) a través de las herramientas que proveen las ciencias sociales.
Y acá entra D10S.
Cuenta Martín Kohan en El país de la guerra, un ensayo sobre la narrativa bélica en nuestra historia, que Leonardo Favio tuvo la intención de hacer una película biográfica de San Martín, con Maradona como protagonista. Lo que el escritor lee detrás de esa apuesta -que hubiera sido extraordinaria- es un desplazamiento del terreno donde se juegan las épicas nacionales: Argentina no es un país guerrero, y dejó de serlo ya a fines del siglo XIX, de manera que sobre fines del siglo XX esas narrativas se mudan a otros espacios análogos donde se presentan batallas, victorias y derrotas bajo la bandera nacional: el deporte.
Los picos de felicidad colectiva, en los últimos 50 años de nuestro país, están profundamente atravesados por los logros deportivos, y más concretamente los mundiales de fútbol. La algo siniestra contradicción del Mundial 78, un respiro de alegría masiva en medio del terrorismo de Estado de la dictadura más sangrienta; el 86 como año genial, con la democracia recién recuperada, el Juicio a las Juntas, y Diego Armando Maradona en un estado de gracia absoluta sacándole chispas al Estadio Azteca, bajo ese sol furioso, cenital, coronado de gloria, Diego en andas alza la copa señalando lo único que le queda por encima: el cielo. Para quienes éramos chicos en esos años Maradona encarnaba el espíritu nacional, era la suma absoluta de los símbolos celestes y blancos. Era más que San Martín y más que Superman, el superhéroe hollywoodense de entonces. Y era humano, o algo así, y era nuestro. El 90 fue el mundial de la frustración, de Diego llorando. El 94, la revancha trunca, el dolor lacerante, las piernas cortadas. Y desde ahí, el vacío.
Messi apareció poco después, también endemoniado, niño terrible, ganador de todo con el Barcelona, perforando cualquier estadística previa, pero con la gloria nacional esquiva a medida que pasaban los mundiales y las copas América, sequía tras sequía. Messi serio, los brazos en jarra, mientras otra selección festeja, mirando al vacío. Messi mirando fijo la copa del Mundo en 2014 en el Maracaná, desafiándola, como diciéndole “esto no se terminó acá”. Messi multiplicado por un millón de cámaras, a medida que la tecnología disponible permitía grabar un partido desde la tribuna. Messi en una fiesta en su Instagram, de vacaciones. Messi en publicidades, Messi por todos lados, hablando en rioplatense santafesino rústico aunque haya vivido dos tercios de su vida en el paraíso catalán (y ahora parisino).
¿Qué significará este Messi para las niñas y los niños de hoy, para los que todavía no nacieron? ¿Qué significará este mes demencial que terminó con 36 años de sed para los que estuvimos ahí, en la movilización popular más grande de la historia argentina? ¿Qué significará que Lionel Andrés Messi haya empatado la gloria eterna, la inmortalidad, de levantar la copa del mundo vestido de celeste y blanco?
Cada Mundial ganado es una vuelta de tuerca más para cierto espíritu patriota que la enseñanza de la Historia -saludablemente, o tal vez no del todo- fue dejando de lado. Cada Mundial ganado son millones de niños y niñas jugando a ser sus héroes en la escuela -no se pierdan por nada del mundo las cuentas de Instagram de @la_escueloneta y @ojo.de.tiza, que muestran ese renacer-.
La escuela, hoy por hoy, es una chatarra que entre otras cosas tiene a cargo la transmisión de un legado cultural diferente al dominante por las lógicas de Mercado. Un legado validado científicamente, a cargo de especialistas que lo han seleccionado. Un legado inútil para ganar plata, inútil como bien transable para un trabajo bien pago. Inútil como, por ejemplo, el amor por la tierra en la que se nació o se eligió para apostar al futuro. Diego primero, Lio ahora, van llenando un panteón de héroes inmortales -como Aquiles y Odiseo con la 10 en la espalda: la furia desbordada uno, la astucia de un guerrero que gracias a ella sorteó un millón de obstáculos el otro, con el denominador común de la perfección atlética- que nuestros alumnos mirarán con admiración y envidia, como modelos a seguir no sólo de un juego hermoso sino también como representantes de un pueblo tan castigado como extraordinario.
No es que las hazañas de Messi y sus compañeros nos permitan enseñar mejor la Historia, de ninguna manera. Pero sí funcionan como aglutinante de una dimensión bastante deplorada de ciertas tradiciones pedagógicas que es necesario reformular. La pertenencia a una comunidad ampliada -el Estado nación, ese artefacto jurídico inventado para hacer funcionar el capitalismo de determinada manera- debe renovar sus razones de ser. Los mandatos morales al respecto o resultan excluyentes o son endebles. Ser argentino, en rigor, no es mejor que ser finlandés, mexicano, boliviano o angoleño. La diferencia es que nosotros sabemos cuánto pesa la copa del Mundo, y esos triunfos admiran al resto del globo. Esa materialidad -en este caso, logros reconocidos universalmente, logros que además no implican el aniquilamiento de otros pueblos ni la destrucción de sus ciudades- es la que nutre un sentido de pertenencia que, entre crisis económicas recurrentes, deudas soberanas impagables y un deterioro constante de las condiciones materiales de existencia, es tan esquivo. Nos siguen pegando bajo, pero este pueblo tiene derecho a ser feliz y a inundar las esquinas, las plazas, las autopistas de la Patria mostrando orgullo, agradecimiento y comunión. No es poco haber logrado renovar un poco de ese sentimiento y sembrar en la memoria emotiva de niños, niñas y adolescentes haber participado de una leyenda heroica bajo el sol de Mayo en pleno diciembre.
Publicada el 5 de enero de 2023