La idea de "hablar inglés nativo" está llena de aspiraciones sobre un futuro sin obstáculos. Pero ¿es realmente un valor? ¿O es apenas un recurso marketinero que reaparece en momentos de crisis?
Dios creó la clase de inglés en la escuela y en el octavo día se dio cuenta de que no había quién enseñara. En un país con una década de emergencia educativa de profesores de lengua inglesa, el sistema se ve obligado a emplear personas sin estudios pedagógicos formales para cubrir los cargos vacantes y a la vez las redes sociales se llenan de relatos tan maravillosos como tenebrosos: en la escuela no se aprende inglés pero yo que miré series y viajé sí lo logré.
En los últimos días mi algoritmo de TikTok me bombardeó con videos de personas que ofrecen formatos de clases de inglés que son supuestamente superadoras de lo que ofrece la educación formal. En todos los casos se trata de enlatados que proponen soluciones mágicas e innovadoras por parte de personas sin formación pedagógica que usan como bases de enseñanza sus propias experiencias de aprendizaje. Además, en su mayoría aparece la figura del profesor nativo: un concepto que se popularizó en los 90 pero cada un par de años resurge desde las alcantarillas, especialmente en épocas de crisis cuando la gente desesperada sufre al ver que las oportunidades se les esfuman por no saber hablar inglés. Si bien por un lado celebro que se compartan las estrategias que ayudaron a algunos a aprender “mejor”, es importante entrenar el ojo y analizar si estas propuestas son realmente nuevas o si simplemente son viejas tradiciones disfrazadas de cultura pop. La idea de que se adquiere una lengua al mirar Netflix en piyama pone en evidencia la poca claridad que existe sobre para qué se aprende inglés en la escuela, por qué la formación docente es la clave del asunto y, principalmente, lo mucho que el sistema educativo le ha fallado a las generaciones anteriores.
A los nueve años cuando me enamoré del idioma, ¿estaba pensando en que iba a poder conseguir un buen trabajo cuando terminara el secundario? ¿Mi hermana la pasaba bien en la clase y disfrutaba porque el idioma le iba a abrir puertas de adulta? No, los niños no piensan así.
En una familia en la que madre y padre comentaban diariamente su resentimiento hacia el inglés, salimos mi hermana y yo: dos entusiastas de aprender el idioma. Íbamos al colegio media jornada y dos veces por semana a un instituto. Después de mi primer día en el instituto, le dije a mi mamá que quería ser maestra de inglés y todavía recuerdo lo que canté y dibujé en esa clase. Ilusionados con que nosotras no tuviéramos trabas laborales y pudiéramos ser más que ellos, se babeaban al escucharnos a mi hermana y a mí charlar entre nosotras en inglés o explicarles las letras de las canciones que les gustaban. Mi hermana le hacía la tarea de inglés de la facultad a mi mamá mientras merendaba y yo a mi papá, que copiaba las respuestas con errores para que su profesora de la oficina no sospechara que lo había resuelto con un traductor. Ahí estaba en ellos la premisa de “estudiar inglés para ser mejor y para tener más oportunidades”. El capitalismo nos confirma día a día que sí, es cierto que al saber inglés se tienen más chances de pegarla, pero a los nueve años cuando me enamoré del idioma, ¿estaba pensando en que iba a poder conseguir un buen trabajo cuando terminara el secundario? ¿Mi hermana la pasaba bien en la clase y disfrutaba porque el idioma le iba a abrir puertas de adulta? No, los niños no piensan así, y si bien los deseos familiares siempre pueden dejar una impronta -en mi caso positiva-, no representan las bases sobre las cuales se decide si a los niños se les va a enseñar inglés u otra lengua extranjera. Reflexionamos sobre esto porque nos marca que el aprendizaje de lenguas no tiene solamente una finalidad laboral o económica.
Las generaciones pasadas fueron mayoritariamente víctimas del modelo conductista de enseñanza que se aplicaba en todas las materias. Los alumnos eran vistos como pequeños tuppers vacíos a los que había que llenar de conocimientos y la repetición sin sentido era una de las estrategias que predominaban. Pero si en todas las áreas se empleaban prácticas pedagógicas similares, ¿por qué aprendieron geografía y a multiplicar pero no a hablar en inglés? Porque mientras las capitales se pueden aprender de memoria (aunque solo sea para aprobar una evaluación y luego olvidarlas por siempre), el inglés se adquiere y construye con tiempo. Se necesita desarrollar una cabeza entrenada y estimulada que pueda recibir un flujo constante de contenido desconocido. Luego habrá que elaborar hipótesis de cómo funciona todo lo que entra por los oídos y por los ojos.
Es importante reconocer la diversidad de lenguas maternas que tenemos en el aula y apreciarlas culturalmente.
Las bases pedagógicas de enseñanza de idiomas parten una determinada concepción sobre lo que es el lenguaje: el lenguaje como conducta, el lenguaje como algo innato, el lenguaje como comunicación y sentido, entre otras. Actualmente en nuestro país se enseña bajo el enfoque comunicativo que pone el foco en las competencias de una manera integrada (leer, escuchar, hablar y escribir), y las posibilidades de comunicación dentro de contextos reales (más o menos lograr transmitir un mensaje y que el interlocutor lo comprenda). Esto representa un gran desafío ya que se enseña inglés en un contexto exolingüe, es decir que acá el inglés no es la lengua local y solamente se la emplea dentro de un escenario ficticio que creamos y simulamos los profesores: actuamos que no entendemos cuando una alumna nos pide ir al baño en castellano y también generamos propuestas memorables en las que hablar en inglés tiene un propósito real aunque todos los involucrados sepamos que en castellano también nos entenderíamos (y hasta sería más fácil). Por otro lado, el diseño curricular de CABA hace foco en la importancia de promover la reflexión sobre el aprendizaje y sobre los lenguajes y culturas que se ponen en juego al aprender idiomas. Las nuevas corrientes metodológicas de enseñanza del inglés nos ubican dentro de una era post-método, es decir que se propone alcanzar un buen balance entre diferentes propuestas: vamos a trabajar en comunicación aunque en ocasiones va a ser necesario repetir los verbos irregulares en pasado treinta veces, pero esta no será una práctica central dentro del modelo. Por esto es que resulta contradictorio pensar que las ofertas que me aparecieron en Tik Tok pudieran cumplir con sus premisas de innovación: proponen un aprendizaje descontextualizado y de repetición que pertenecen a paradigmas educativos muy viejos y desterrados.
En cuanto a qué es aprender inglés, lo pensamos como aprender a comunicarnos entre culturas. La romántica idea de ser “ciudadanos del mundo” se convertiría en un imposible si no supiéramos cómo reconocer y abordar a otras comunidades que tienen diferentes modos de vida, valores y experiencias. Aprendemos inglés porque mantiene una distancia enorme con la historia de nuestro territorio y eso es muy valioso. También aprendemos por su funcionalidad y porque la globalización nos empuja, pero esta última no es una razón suficiente en sí misma para generar aprendizajes significativos dentro del aula, por lo menos desde mi punto de vista.
El profesorado de inglés, en la Ciudad de Buenos Aires, se divide en tres grandes pilares: formación específica en inglés, formación en enseñanza del inglés y formación general en lenguas y educación. Para enseñar inglés uno tiene que saber mucho de la lengua materna de sus alumnos ya que en la construcción de una lengua extranjera, los chicos y chicas tendrán la tendencia a asumir que los esquemas del inglés son iguales a los del castellano y esto no siempre es así. De no conocer los contrastes entre lenguas no podríamos comprender las hipótesis de nuestros estudiantes ni en qué momento del aprendizaje se encuentran. Dada la heterogeneidad de nuestras aulas, los maestros no siempre conocemos en profundidad la lengua materna de nuestro alumnado, por lo que en el profesorado también estudiamos al menos un idioma extranjero más. Así desarrollamos mejores herramientas para acompañar a nuestros estudiantes en sus recorridos. Es importante reconocer la diversidad de lenguas maternas que tenemos en el aula y apreciarlas culturalmente. Una persona hispanohablante solamente por el hecho de hablar su lengua materna no posee per se los conocimientos específicos necesarios para enseñar su propio idioma, ya que carece (además de la didáctica) de herramientas para analizar su propia lengua y cultura y las de sus estudiantes. Esto ocurre con los profesores nativos. Los docentes nativos lejos de poder ofrecer una verdadera solución a los problemas de aprendizaje del inglés, llenan sus discursos de promesas de “sonar” como ellos con un gran énfasis en la pronunciación, como si esto tuviera un valor especial.
En los años de formación docente uno atraviesa diferentes etapas en relación a la pronunciación: uno llega pensando que suena como la difunta Reina Elizabeth, se da cuenta de que es más cercano a Carlitos Tévez, sufre tres años en un laboratorio repitiendo el sonido de la p “plosive”, finalmente un día aprende a sonar como una prima lejana de la Reina, y eventualmente descubre el inglés del mundo y, por sobre todo, el inglés de uno: deja de imitar y encuentra que existe un universo de acentos, de tipos de inglés no-hegemónicos y arma su identidad dentro del idioma.
El mismo recorrido sucede en la literatura: se estudia a Shakespeare y se leen los clásicos; pero también se le dedica mucho tiempo a escritores como Benjamin Zephaniah y otros autores de posguerra que fueron víctimas de la colonización, creando así una visión más abarcativa sobre quiénes son los hablantes de esta lengua. La diversidad intercultural está siempre presente porque “el inglés” no le pertenece a ninguna reina ni a ninguna bandera, o por lo menos no ahora.
El valor social que se le asigna a “sonar como un yankee/británico” es un fenómeno estrictamente argentino, y hasta posiblemente porteño. Es una idea snob que sirve para separar a quienes podemos hablar spanglish de los que no. Si bien los viajes y el contacto con nativos pueden ser sumamente enriquecedores, no podemos perder de vista que es algo que sucede en escenarios a los que solo algunos tienen acceso y que poco tienen que ver con la realidad áulica de nuestro país. Además, no existe ningún docente de lengua extranjera graduado en las últimas dos décadas que pondere que sus alumnos adquieran una pronunciación británica por sobre las capacidades de construir sentidos y comunicarse. La pronunciación tiene un fin comunicacional y no mucho más. Todos los que estudiamos inglés en algún momento hemos pecado al sentirnos orgullosos por haber sido confundidos por un nativo, pero que un momento de vanidad no nos haga olvidar que este carácter aspiracional puede jugarnos una mala pasada: cuando aprendemos un idioma, no podemos separarnos de su cultura y esto nos enfrenta en un duelo entre nuestra identidad y la extranjera. Y es en esta batalla que gran parte de nuestros estudiantes salen perdiendo.
La clase de inglés suele exhibir las realidades de un selecto grupo de nativos blancos que viven en casas hermosas, con un Golden Retriever, familia tipo, trabajos corporativos, identidades heteronormativas binarias, asistencia médica y escuelas de gran categoría. Las imágenes que aparecen en los libros de texto ilustran con estas características a quienes representan al colectivo de “los nativos”. Como la realidad de nuestros alumnos siempre se encuentra en un nivel que la escala de valores social describe como “inferior”, pueden experimentar resentimiento, malestar, enojo e incluso sentir que no cuentan con las herramientas materiales y simbólicas para ser parte del grupo de los que “pueden hablar inglés”. Mientras que a ellos las propuestas poco curadas los expulsarán, a otros alumnos con mayores posibilidades económicas los invitarán a ser parte del grupo selecto que puede mirar Friends sin subtítulos.
Publicada el 6 de octubre de 2022
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