"¿Qué es un Centro de Estudiantes?" se pregunta Micaela Farías Biocca. Y describe su experiencia y la de muchos de sus compañeros en un viaje de enriquecimiento político y participación ciudadana.
Hay palabras que por sí mismas ya se sienten “acabadas” o definidas, aunque hay que entender que no son estáticas sino que están en constante transformación. Con los Centros de Estudiantes pasa un poco lo mismo: el hecho de que exista el concepto no determina que estén, ni mucho menos que a partir de ellos no se puedan pensar nuevas perspectivas y profundizar en lo que verdaderamente importa.
Esta historia tiene su inicio ya hace tiempo, y es hija de ese gran hito que es la Ley Nacional de Centros de Estudiantes 26.877, sancionada en el año 2013, donde se garantizó un marco legal democrático a las formas de organización de los jóvenes en el ámbito estudiantil, posibilitando mayor sustento para su defensa y, en los casos de las instituciones que no tenían Centros, promoviendo su generación. Por supuesto que no fue todo tan sencillo: al día de hoy sigue habiendo establecimientos educativos que no poseen este órgano de representación y, si los tienen, muchas veces se encuentran limitados de sus principios esenciales y reducidos en su calidad política.
En mi caso personal, la política arribó a mi vida a temprana edad. Siempre, incluso de niña, quise ver más allá y la solidaridad acompañó mis acciones desde que tengo memoria. Pero para concretar este anhelo tuvo que pasar algo que me diera el ímpetu necesario y me vinculara con una causa mayor: esta causa fue el feminismo. En 2018 sucedió un boom del movimiento por los derechos y las libertades de las mujeres: la campaña nacional por el aborto legal, seguro y gratuito. A mi criterio, no fue la consigna en sí lo que generó tal movilización, sino que por fin una causa en común nos conectaba a mujeres y jóvenes de distintas regiones y realidades socioeconómicas. Nos unieron espacios de reflexión y discusión, marchas y vigilias donde pensamos en conjunto lo que nos molestaba y pudimos observar con otros ojos lo que muchas veces teníamos naturalizado.
Agradezco que me tocó asistir toda mi secundaria al Instituto de Enseñanza Secundaria (IES) en Villa Carlos Paz. A diferencia de otras escuelas, aquí el laicismo y el pensamiento crítico son ejes fundamentales del proyecto pedagógico. A esto se le sumó que en cuarto año decidí ingresar a la orientación de Ciencias Sociales y Humanidades, que potenció las búsquedas que ya venía teniendo. Con tan sólo 14 años de edad empezó mi trayectoria en la militancia y la participación juvenil y social.
¿Qué es un Centro de Estudiantes? No hay pregunta más de folleto informativo que ésta, pero imagino que muchos deben tener una concepción bastante reducida de los mismos. En los cuatro años que ya había transitado en la secundaria ya había votado tres veces por una lista o por otra y, si bien no es menor ejercer la democracia a tal edad, las gestiones se quedaban tan solo en organizar el festejo del día de estudiante y poco más.
Se contactaron con nosotros representantes de la SENNAF, la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia, para decirnos que estaban al tanto de nuestro trabajo y comunicarnos que el mismo reactivó la aprobación de una política adeudada desde 2004, la creación de un Consejo Nacional de Adolescencia con jóvenes integrantes de todo el territorio argentino.
Ese año decidí que iba a armar una lista para presentarnos y disputar la conducción del Centro de Estudiantes de mi escuela, y para ello recurrí a mi compañero Mirko Quinteros, un estudiante que en ese momento cursaba quinto. Decidimos hacerlo juntos y pusimos nuestro empeño en formar un buen equipo de trabajo y un mensaje que pudiera trascendernos. “Más que palabras”: ese fue el lema de nuestra campaña. Lista naranja contra lista amarilla: según mi perspectiva se decidía más que un Centro, estaba en disputa una forma de ver la realidad y entender la participación política.
Una vez que ganamos y asumimos, nos propusimos intervenir activamente en las fechas que pasaban desapercibidas para los chicos y las chicas, como el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Constatamos, a pesar de la ley vigente, la baja presencia en el padrón electoral carlospacense de adolescentes, y nos propusimos acompañarlos a hacer los trámites necesarios para que figuraran y tuvieran la oportunidad de votar por primera vez. Reescribimos el estatuto del Centro de Estudiantes. Organizamos cine-debates, presentamos notas en la municipalidad para cambiar el sentido de calles peligrosas discutiendo activamente con la gente de Desarrollo Urbano, hicimos concursos de talentos, participamos en muestras de carreras, desarrollamos colectas de uniformes destinados a los estudiantes que tenían dificultad económica para costearlos.
Pero no nos bastó quedarnos como estábamos. Empezamos a preguntarnos qué pasaba con el resto de las instituciones y, citando a mi compañero Mirko: “En nuestra ciudad siempre hubo un vacío en lo que respecta organización estudiantil, lo único que existía previamente a la Federación de Estudiantes Secundarios que creamos era AUCE (Agrupación Unida de Centros de Estudiantes), una entidad “independiente” que funcionaba como un órgano más de la municipalidad y que sólo estaba integrada por colegios privados. A raíz de más de una problemática en los distintos colegios secundarios, quienes sí teníamos la oportunidad de participar, tomamos la iniciativa”.
Es así que con un grupo de jóvenes estudiantes interesados nos pusimos en la tarea de contactar a estudiantes de todas las escuelas y a sus respectivos centros. Entonces, organizados, federados y con nuestro propio estatuto, lanzamos la que en ese momento se llamó Federación de Estudiantes Secundarios de Villa Carlos Paz y alrededores (la FES). La necesidad de un espacio de estas características se sintió desde el momento cero en el acto de lanzamiento que fue histórico para la ciudad, más de 400 jóvenes de Carlos Paz y localidades aledañas haciéndose cargo de uno de tantos vacíos existentes, un lugar de expresión y concreción de ideales colectivos.
Nos propusimos intervenir activamente en las fechas que pasaban desapercibidas para los chicos y las chicas, como el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Acompañamos a adolescentes de la ciudad a hacer los trámites necesarios para que figuraran en el padrón y tuvieran la oportunidad de votar por primera vez. Presentamos notas en la municipalidad para cambiar el sentido de calles peligrosas discutiendo activamente con la gente de Desarrollo Urbano.
De inmediato comenzamos a trabajar, a pedir por los Centros de Estudiantes en aquellas instituciones donde no estaban organizados y a escucharnos entre nosotros, a superar barreras de clase: la típica distinción de colegios estatales y privados. Por primera vez las problemáticas del otro no eran sólo de él, eran de todos y existía la voluntad de cambiarlas. El caso más claro de ello fue el del Carande Carro, un colegio público de nuestra ciudad con muchos problemas edilicios y pocas respuestas. La presidenta de aquellas épocas, Ernestina Godoy, recuerda: “Se generó una empatía increíble. Antes de la toma de la escuela coordinada por la FES, se sentía la indiferencia con el otro, con los conflictos institucionales. Y de repente a partir de la FES, estudiantes, militantes, de Carlos Paz y zonas de alrededores, incluso de la ciudad de Córdoba, conocían la situación del colegio, comenzaron a solidarizarse. En ese momento el movimiento estudiantil traspasó barreras, nuestra causa llegó al común de los jóvenes, a los vecinos, a toda la provincia”.
Luego llegó la pandemia en 2020, y la enfrentamos sin estancarnos. Nos motivó a llegar aún más lejos, y relanzamos la Federación pero esta vez con jóvenes de todo nuestro departamento, Punilla, con más de 50 centros e instituciones representadas en su armado. También, como de costumbre, pusimos manos a la obra. Encabezamos un trabajo de investigación titulado “Realidades de los Estudiantes durante la Cuarentena” en el cual relevamos la situación académica, personal, del hogar y emocional de más de 2.500 estudiantes. Datos que nos permitieron mancomunadamente con los directores de escuela, intendentes y equipos de gobierno municipales y comunales buscar soluciones a problemas de aprendizaje, económicos y de conexión.
Me pone muy orgullosa contarles que, con el ruido a nivel nacional que generó esto, se contactaron con nosotros representantes de la SENNAF, la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia, para decirnos que estaban al tanto de nuestro trabajo y comunicarnos que el mismo reactivó la aprobación de una política adeudada desde 2004, la creación de un Consejo Nacional de Adolescencia con jóvenes integrantes de todo el territorio argentino. Se seleccionó un grupo de 10 jóvenes de distintas provincias, en el cual tuve el honor de poder estar. Nos contactamos con referentes de la SENNAF de cada provincia, teniendo múltiples reuniones con autoridades nacionales y de cada provincia, contactando a perfiles jóvenes con distintas trayectorias y realidades, tales como militancia estudiantil, ambiental, pueblos originarios, jóvenes con situaciones convivenciales sin cuidados parentales, jóvenes en instituciones penales y mucho más. Creamos un organismo histórico que cumplió en abril de 2022 un año y ya renovó sus consejeros. A decisión de mi espacio pude formar parte de esa mesa nacional y defender los intereses de los estudiantes y de Córdoba. Sí, todo eso se dio gracias a un grupo de jóvenes nucleados en una Federación del interior de la provincia de Córdoba con gran necesidad de hacer, responder y gestionar.
Llegó 2021 y la participación estudiantil disminuyó. Muchos Centros de Estudiantes que habían sido electos previamente a 2020 dejan de tener funciones y los jóvenes que los integraban egresaron. Entre idas y vueltas de la virtualidad y la presencialidad había otras prioridades como la adaptación a los espacios comunes o la protocolización. En simples palabras, tuvo una enorme caída todo lo que se había construido. Incluso, hasta hoy son la minoría las instituciones que volvieron a llamar a elecciones y regularizaron la situación. Y en los que ya las hicieron, se ve una menor politización en los perfiles que ocupan esos roles, sin otro tipo de militancias, hasta podríamos hablar de un reaislamiento, de nuevo las escuelas como islas inconexas unas de otras.
Pero nunca es todo tan negativo, porque la chispa de participación no se acaba. A partir del interés de distintos jóvenes se volvió a poner en marcha la actividad de la Federación, que desde el lugar de egresada y última Presidenta electa del espacio, tengo el gusto de acompañar y colaborar a modo de guía. Lautaro Reynoso, representante en la Federación por el colegio Bernardo D´Elia de Carlos Paz, nos dice: “Los centros de estudiantes hoy son la prueba de que muches jóvenes seguimos comprometides con la política, que somos conscientes de que somos posibles agentes de cambio y nos interesa serlo. Cuando por todos lados se escucha que les jóvenes de hoy no se comprometen con nada, no les importa nada, o incluso cuando dentro de las mismas juventudes se desvaloriza la política, aparecen los centros de estudiantes como prueba de que queremos formar parte de la toma de decisiones, que queremos ser escuchades y llevar las voces de nuestres compañeres (…) Creo que debemos convencernos de nuevo de que los centros de estudiantes son una herramienta fundamental para plantear nuestras preocupaciones y necesidades como estudiantes y para que realmente sean resueltas de la manera en que nosotres queremos que sea. Tenemos que reactivar el movimiento estudiantil tanto dentro de cada colegio y tomando medidas reales y palpables, como en conjunto con otras instituciones, como está intentando volver a hacer la Federación de Estudiantes Secundarios Punilla. Porque ser indiferentes no puede ser una opción en estos tiempos”.
Para concluir este texto quisiera afirmar que, como jóvenes, el Centro de Estudiantes es nuestro primer gran ámbito de participación y compromiso ciudadano. Por ello, y debido a las innegables falencias a nivel educativo, edilicio y a las enormes desigualdades económicas que atraviesa el sistema, es necesario sostenerlo, defenderlo y profundizar su contenido de acción. El involucramiento y la empatía debe acompañarnos el resto de nuestra vida para mejorar cada microámbito que habitemos, barrio, familia, trabajo, escuela, superando la indiferencia que quiere instalarse para con la realidad del otro que tengo al lado.
Publicada el 16 de septiembre de 2022
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