El patio del jardín como una microsociología que tira muchas pistas sobre cómo viene el mundo con una dinámica concreta: el juego, la simulación, el disfraz como herramienta pedagógica imprevisible.
El patio del jardín tiene ese… qué sé yo, ¿viste?
Para mí, si alguien quiere conocer cómo es una sociedad, qué preocupaciones andan dando vueltas y cómo se vinculan las personas de todas las edades, basta con mirar a un grupo de chicxs jugando en el patio de un jardín.
Hace apenas unos meses, una nena se asomó por la ventana de la casita de madera que hay en el patio de uno de los jardines de infantes en los que trabajo y me llamó. Me acerqué y me dijo “no tiene turno para la vacuna del coronavirus porque no hay para su edad todavía, tiene que esperar. Vamos a darte una para que te guste el pescado”. Otro nene se asomó por la puerta de la misma casa con un rastrillo de plástico y lo apoyó suavemente sobre mi brazo. “¡Listo!”, me dijo, “si le duele tome esto”, y me dio unas florcitas que habían arrancado de la enredadera que envuelve al jardín. Al rato volvieron a llamarme: “ahora sí se puede vacunar”. Me dieron una vacuna contra el covid y otra contra los mosquitos. Pregunté si podía llevar a vacunar a mi bebé. “No, no, a los chicos no podemos vacunarlos todavía”.
Para conocer cómo es una sociedad, qué preocupaciones andan dando vueltas y cómo se vinculan las personas de todas las edades, basta con mirar a un grupo de chicxs jugando en el patio de un jardín.
La semana pasada, mientras estaba atajando pelotazos de algunxs en un arco imaginario, otrxs volvieron a llamarme desde la misma casita. “Te tenés que hisopar”, me dijeron. Yo, jugando, contesté que no, que no quería y que me sentía bien. “Tranquila, no duele, sentante acá”, me dijeron señalando el piso. Me arrodillé y acercaron a mi barbijo el cuerno de un unicornio de peluche.
Pero no todo sucede, solamente, en los patios de los jardines. Transformamos las aulas en playas para pedir deseos, bosques para acampar, en el espacio para recorrer en nave espacial, en laboratorios para investigar porque, como bien dijo Rosario Vera Peñaloza: “es así como trabajamos aunque parezca que jugamos”. Y no por nada a Rosarito Vera la conocemos hoy como “la maestra de la Patria”. Dijo Chiqui González en una de sus conferencias que “La Patria es saber jugar”, porque es el juego la manera que encuentran lxs niñxs de habitar el mundo, porque jugando hacen suyos los lenguajes.
En su libro “Yo soy El Diego de la gente”, Diego Maradona contaba que cuando era chico, lo único que quería era jugar. No sabía cómo ni dónde, la cosa era correr atrás de la pelota y jugar. “A mí, jugar a la pelota me daba una paz única”- decía – “a mí dame una pelota y me divierto y protesto y quiero ganar y quiero jugar bien”. Y cuando decía “jugar bien”, no se refería solamente a meter goles, Maradona también hablaba de compañerismo, habilidad, cintura, música, resistencia y ganas. Hablaba de soñar, hablaba de que Argentina podía dominar a una potencia mundial como era Inglaterra.
Es imposible hablar del juego sin volver a nombrar a Chiqui Gonzalez, quien dijo también que “quién aprende jugando, aprende que el mundo tiene posibilidad de cambio”.
Dijo Chiqui González en una de sus conferencias que “La Patria es saber jugar”, porque es el juego la manera que encuentran lxs niñxs de habitar el mundo, porque jugando hacen suyos los lenguajes.
Tal es así que cuando interrumpimos un juego (para dejar el patio a otro grupo o para continuar proyectos, unidades didácticas y secuencias pedagógicas), recibimos montones de argumentos y protestas. “¡Estuvimos sólo una milésima de segundo!”, me dice una nena luego de jugar media hora en el patio, indignada como cuando sacan a un jugador de la cancha. Uno me lanza un hechizo maléfico por decirle que es hora de guardar los autitos de juguete: “¡te vas a tener que romper!”. Otro, enojado porque es la hora de volver a su casa, sacando pecho y mirándome fijo a los ojos, agita su puño en alto al grito de “¡los niños se van a quedar!”.
Si fuéramos árbitros de fútbol en lugar de docentes, sacaríamos tarjeta roja frente a algunos agravios. En cambio, nos preocupamos porque cada propuesta en el jardín sea un nuevo momento lúdico. No podríamos ni deberíamos trabajar de otra manera. Las y los docentes, no solo de inicial, somos garantes de derechos y uno de los derechos que debemos garantizar es el derecho a jugar. El juego es el lenguaje, es la forma en que nos vinculamos con la cultura, con el entorno y con el otro.
Frente a este escenario tenemos algunos problemas. El primero es que no siempre sabemos qué contenidos están dentro del juego que se está jugando. Otro problema es que no sabemos hacia dónde pueden ir algunos juegos, no siempre podemos controlarlo. Debemos ser flexibles y poder adaptarnos como lxs chicxs, pero lxs adultos no siempre tenemos la misma capacidad de jugar que ellxs.
Me atrevo a dejar entonces, una humilde conclusión: lxs maestrxs de inicial tenemos que saber jugar. Si no sabemos o no recordamos cómo, tendremos que reaprenderlo. Siendo actriz creí que tendría ese terreno más explorado pero me doy cuenta, cada día, que tengo que seguir practicando. Como dijo Maradona “si jugando les robo una sonrisa… quisiera jugar toda mi vida”.
Publicada el 22 de noviembre de 2021.
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