¿Qué es el cuerpo en juego y qué importancia tienen los lenguajes en la educación y la cultura?
El poeta rosarino Gary Vila Ortíz hace 20 años escribió: “Si el cuerpo pudiera ser nombrado en el amor, en medio de la noche, si el cuerpo, ese poema, fuera como una mano extendida, acaso podríamos hablar, iniciar la historia…” Yo pienso: ¿dónde está el pobrecito cuerpo en esta llamada era posmoderna?
Muchos filósofos han reconocido en la existencia corporal la gran metáfora del fin del siglo XX y del tercer milenio. El cuerpo, por momentos nuestro propio cuerpo, es el cuerpo contra el tiempo, que corre más allá de lo que sus fuerzas le permiten. En algunos casos, marcha veloz hacia ninguna parte, para tapar el vacío o la inacción, en otros casos lo hace para sobrevivir. A veces el cuerpo es imagen y no imagen de cuerpo: una forma en un afiche, una huella por televisión… y así muchos de nuestros jóvenes, han terminado por creer que el cuerpo es plano. Sin embargo, el cuerpo es definitivamente un volumen humano. Solo como volumen nos abrazamos con los otros, nos integramos y penetramos, tenemos frente y atrás.
El cuerpo–imagen es un cuerpo sin peso, sin olores, es un cuerpo fugaz, evanescente, un cuerpo plano que no admite el espesor. Entonces, muchas personas han considerado que cualquier peso es terrible para el hombre, para la mujer. El mismo cuerpo que en este país ha dejado lágrimas de agujeros sin rituales y sin sepultura, los mismos cuerpos que a través de la comida se vomitan, se vuelven escuálidos, se esconden muchas veces en la obesidad, la bulimia, la anorexia. Ese cuerpo que se peleó con el alma, allá por el comienzo del occidente y después escuchó cómo el racionalismo le decía que una cosa era ser hombre y otra muy distinta, era esa carne que portaba, ese cuerpo valija o equipaje colgado de la razón, que anda de viaje sin ruta, es nuestro compañero y portavoz, y no sabe decir “yo soy”.
No podemos decir dónde está el cuerpo del que está aprendiendo, y dónde está nuestro cuerpo cuando enseñamos.
¡¿Cómo no íbamos a heredar esa división en la escuela?! si nos indicaban: estas son las materias para ser buen alumno que tienen que ver con la ciencia y el razonamiento, y éstas son las materias para la experiencia estética o la educación física. Ese cuerpo cansado de gritar, haciendo enfermedades, violentándose, enloqueciendo, marcado, controlado y escrito, domesticado e ignorado, que no puede dar razón de quién es. No podemos decir dónde está el cuerpo del que está aprendiendo, y dónde está nuestro cuerpo cuando enseñamos. El cuerpo, al fin, buscando un sentido.
Pero ¿qué quiere decir sentido? Los manuales de cuarto grado suelen consignar que los sentidos, el tacto, la vista, el oído, el gusto, el olfato, son dispositivos para aprehender la información, los libros de los años 50, decían que eran órganos para comunicarnos. La palabra sentido nombraría entonces, aquel sistema perceptual por el cual nos vinculamos con el mundo.
Pero sentir frío o calor, remite a las sensaciones: la misma palabra para nombrar el dato que recibo, y el dispositivo que me permite percibirlo, paradoja: misma palabra para ambas cosas. También podemos decir sentir para explicar la intuición de algo que está por presentarse, como un presentimiento, como memoria de la sensación, atravesado por la construcción cultural y el deseo. Esto es el sentido como percepción interior. Luego diremos siento “amor por vos” y “rechazo por tu propuesta”, con lo cual estamos nombrando ahora, sentimientos, afectos y emociones.
La palabra sentido también nos habla de la orientación de una calle o de un discurso. Remite a la ideología y a la perspectiva histórica. Preguntarnos por el sentido nos enfrenta a la interpretación y contextualización en un acto de lectura crítica, cuando decimos: ¿Qué sentido tiene mi vida, mi trabajo, estar aquí?… nos introduce a la finalidad de la vida, a la razón de ser de la existencia, nuestras acciones y actos. Se convierte en interrogación acerca de nuestra trascendencia.
Como síntesis: el sentido es el dispositivo y el dato, la sensación y la percepción, la intuición y las emociones, la orientación ideológica, la contextualización del discurso y la pregunta por la existencia; una especie de red conceptual, convertida en actos sensibles y críticos. Una respuesta integral del cuerpo en el lejano territorio de la significación.
Y lo que acabamos de decir ¿qué tiene que ver con la infancia? ¿Cómo ingresa el niño al mundo de la cultura? ¿cómo accede el niño a su propia construcción de sentido, lo que le da la medida de la vida y el deseo de vivir? lo hace a través de mundos simbólicos que son los lenguajes. Estos territorios del símbolo no son la naturaleza, los inventamos, son artificiales y arbitrarios.
Yo trabajo en cultura precisamente por eso, por constituirse en un entramado de inventos increíbles: el lenguaje del discurso verbal y escrito, el plástico-objetual, el sonoro, el visual, el matemático, el informático, etc. constituyen la aventura de existir. Son históricos y colectivos. Contienen la memoria y facilitan la tarea de la imaginación. Los chicos juegan y jugando hacen suyos los lenguajes.
Jugar es jugarse, es entrar y salir de la locura diría Eduardo Pavlovsky, es no repetir, no estereotipar, mover el orden de las cosas, inventar caminos, transformar la mirada, simbolizar, movilizar reglas, convenir, crear, que en última instancia es, al fin, la gran operación del sentido.
Con los lenguajes, los niños construyen pensamiento divergente y sensible.
Si un niño entiende el lenguaje de los objetos, desplaza a un espacio oscuro su dolor, en lugar de decir lo tengo en mi cuerpo, si un niño es capaz de pintarlo, bailarlo, decirlo con el gesto y las palabras, levantar una mano en la asamblea, escribir una carta o un correo electrónico, si es capaz de moverse en más de un lenguaje, estará mucho mejor, tendrá una mente múltiple. Hablo de lenguajes y no de formas de expresión. La expresión abunda en la posmodernidad, en detrimento del pensamiento crítico y la auténtica comunicación. Con los lenguajes, los niños construyen pensamiento divergente y sensible.
Y para terminar: un cuento, inspirado en forma lejana, en un pasaje del libro ¿Qué es la filosofía? de Gilles Deleuze y Felix Guattari.
Había una vez una sociedad, una cultura, donde todos sus integrantes estaban debajo de un gran paraguas negro, bellísimo, donde estaban pintados todos los astros del firmamento dorados, plateados y azules, realizados con tintas más antiguas, sobre la seda más maravillosa. Los habitantes del pueblo bajo el paraguas miraban también lo que estaba escrito en tinta china entre los planetas celestes: decía qué significaban las cosas, cómo debían mirarse, interpretarse y cómo percibir el mundo, y todos aplaudían la hermosura de una creación reglada y pacífica.
Hasta que un día, de repente alguien joven o alguien que permanece joven, se mete la mano en el bolsillo y siente con sorpresa, que una navaja le ha empezado a crecer allí. Es un chico o una chica que experimentan cómo se aceleran sus corazones y mientras todos siguen aplaudiendo la versión oficial, uno de ellos toma la navaja, la saca rápidamente de entre su ropa y sin saber por qué, hace una incisión profunda en la tela del paraguas y lo raja.Todos gritan y después sobreviene un largo silencio, porque atrás del tajo puede verse la noche llena de estrellas y de luna, que no es mejor por ser verdadera, es mejor porque es infinita. Entonces los guardianes del paraguas saltan, hieren, matan o arrojan fuera de él al destructor imaginario, lo tiran afuera, mientras corren a zurcir la desgarrada seda y escriben encima con sus pinceles, no se debe cortar.
Pero ya es tarde, porque debajo del paraguas, a un chico o a una chica, a una mujer o a un viejo, le ha empezado a crecer una navaja en el bolsillo.
Publicada el 2 de octubre de 2021.
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