El financiamiento educativo es uno de los puntos más problemáticos de este siglo. ¿Quién paga la formación de docentes y especialistas? La cultura de la cancelación abre una ventana, en la Universidad de Columbia, a que los magnates laven su imagen y consoliden su imagen de mesías salvadores.
El Teachers College de la Ciudad de Nueva York es una de más prestigiosas instituciones del mundo en cuestiones educativas. Fundado en 1887 por la filántropa Grace Dodge, se incorporó posteriormente a la Universidad de Columbia. Desde su origen, y a lo largo de toda su historia, protagonizó y acompañó cambios sociales y educativos. Las fotos que cuelgan en sus paredes muestran orgullosas tanto el ingreso de nuevos y variados públicos como la realización de experiencias innovadoras. Entre sus grandes aportes, que algunos consideran míticos, se encuentran los buses amarillos para transporte escolar, la canción del Happy Brithday, los tremendos y saludables ejercicios “burpees”, y las primeras medidas tendientes a la creación de los Cuerpos de Paz de la ONU. John Dewey, su referente más famoso, está omnipresente en aulas y pasillos. Y entre sus docentes y alumnado se encuentran Margaret Mead, William Kilpatrick, Art Garfunkel, Thomas Popkewitz, Hilda Taba, Shirley Chisholm y Georgia O’ Keefe.
Los tiempos actuales presentan sus marcas ante los ojos de quien hoy lo recorre. Estrictos controles digitalizados para el ingreso, la conversión de la vieja capilla en un auditorio con pantallas, la apertura de una sala de meditación, aulas y oficinas con alto potencial tecnológico, “all gender restrooms” en todos los pisos, varios espacios de lactancia, una oficina de alto rango sobre Diversidad y Asuntos Comunitarios, todo tipo de adaptaciones arquitectónicas y ambientales, banderas de arco iris multicolores, distintas opciones dietarias en sus propuestas de alimentación, acceso a información y tramites vía apps, campañas y afiches por el cambio climático, lenguaje no binario, y vestimentas y cuerpos que muestran una variedad asombrosa y festiva.
Ocupa fastuosamente la totalidad de una gran manzana de Manhattan sobre la calle 120 entre Broadway y Amsterdam Avenue, y está compuesto por un conjunto de edificios interconectados que honran en sus nombres a figuras importantes del pasado educativo e institucional. Por ejemplo, el espacio donde antiguamente estaba su escuela primaria se llama Horace Mann en honor a quien se considera padre de la escuela pública estadounidense.
Hasta julio de 2020, uno de esos edificios, el más moderno, se llamaba Thorndike Hall, en homenaje a Edward Lee Thordnike, el destacado psicólogo experimental conductista que desarrolló buena parte de su obra en la institución. En 2018, cuestionado por sus posiciones eugenistas, misóginas y racistas, un grupo de estudiantes presentó una nota que consideraba que ese reconocimiento entraba en conflicto con los valores institucionales, y que por tal debía cambiarse el nombre al edificio. Ese pedido, además, proponía renombrarlo como “Dr. Edmund W. Gordon”, en honor a un profesor emérito de Psicología y Educación aún vivo que consta con muchísimo reconocimiento por parte de la comunidad.
Lo primero se logró dos años más tarde, al calor de los reclamos generados por el asesinato de George Floyd. Y a principios de 2021, una comisión compuesto por miembros de distintos estamentos de la institución produjo un reglamento para llevar a cabo futuros nombramientos y renombramientos de sus espacios tangibles e intangibles. Allí se establece que se podrá poner el nombre de una persona, una familia o una organización acorde a los principios institucionales, y que quedan excluidos los funcionarios en ejercicio y las organizaciones políticas y religiosas. Pero sobre todo se aclara que, debido al número limitado de casos posibles a nombrar y a la necesidad de cumplir con los objetivos asociativos, en todos ellos debe considerarse prioritario el nombramiento en relación con una importante donación financiera que lo acompañe.
De acuerdo a esto último, la Junta Directiva decidió no dar lugar a la propuesta del estudiantado de renombramiento, aunque sin dejar de reconocer como muy convincentes las razones presentadas para cambiar el nombre del Edificio 528 –como se lo llama ahora- por el de un miembro de la institución que encarna profundamente su misión y sus valores
En un mensaje enviado a toda la comunidad en febrero de 2022, en un tono lleno de corrección política, el Presidente de la institución informa de esta situación y sostiene que se espera que en breve el cambio de nombre venga acompañado con una donación económica importante que permita generar aportes financieros para los estudiantes y reducir los costos de matriculación. También se aclara que el profesor emérito ya ha sido honrado en varias ocasiones, como cuando se le ha puesto su nombre al “Instituto para la Educación Urbana y de las Minorías” y a otras actividades de la institución. Finalmente, se agrega que el propio Dr. Gordon se mostró favorable a la posición oficial sobre el edificio 528, y declinó aceptar su nominación.
De esta forma, Elon Musk, la familia Gates o el Citibank se ubican en posiciones privilegiadas para quedarse con el nuevo nombre del edificio, dejando casi fuera de carrera a quienes lo merezcan por méritos académicos, comunitarios o de otro tipo que no sean financieros. Junto a los baños “all gender” y los menús veganos, este escenario es un excelente ejemplo de la realidad actual, en el que la mercantilización educativa logra colarse detrás de un correcto reclamo de justicia social y revisión histórica. “Donde hay una oportunidad, hay un negocio”, podría ser el mantra que guía la meditación de esta historia.
Hoy, en sintonía con la cultura de la cancelación, casi ninguna marca queda de su viejo nombre en toda la edificación. Como sucedo con el tío Bruno de la película Encanto, “de Thordnike no se habla”. Donde se pudo, su nombre fue cambiado por un escueto “528”, disonando con el resto de las denominaciones, y donde no se pudo, fue tapado por carteles con sentido anodino como “Welcome”.
El ya avanzado siglo XXI parece inscribirse en la larga historia de la educación como un periodo de vertiginoso avance y consolidación de las posiciones y practicas que vuelven mercancía y asignan un valor monetario a todo lo que sucede en su ámbito. Las oposiciones a Thordnike por sus posturas inaceptables en la actualidad no dan paso a una propuesta superadora en el sentido que sustentan esas críticas, sino que habilitan una nueva oportunidad de transacción económica y legitimación del presente.
Debe decirse también que la pesada deuda financiera con la que buena parte del estudiantado se gradúa vuelve muy seductora a esa propuesta. Aun las más prestigiosas instituciones enfrentan graves problemas presupuestarios, y las propuestas de millonarios para limpiar su imagen y alimentar su ego se imponen en épocas de dificultad de generación de propuestas colectivas y de pedido de respuestas rápidas.
En esta situación, tal vez sea preferible no tanto clausurarlo, sino sobre todo agregar una placa que reponga tanto la historia como la mirada actual sobre el tema. Hasta que se decida por alguien que lo merezca por motivos que no sean financieros, pongan una marca que dé cuenta de todo esto. Y si te proponen Elon Musk, dejale Thorndike, mejor.
Publicada el 8 de mayo de 2022.
Si te gusta lo que hacemos en Gloria y Loor podés apoyarnos asociándote a la Cooperadora de GyL.