El rol docente en la participación escolar: convocar a la palabra

Fotografía: Julio Pantoja (“Presente: retratos de la educación argentina”)

La participación estudiantil en las escuelas secundarias tiene como objetivo que los alumnos traigan su voz en los ámbitos establecidos. ¿Existe en esos espacios un temor docente a escuchar discursos incómodos, disruptivos, "peligrosos"? ¿Cómo convocar a un diálogo y que no se transformen en bajadas de línea que silencian?

A finales de la década del noventa, casi entrando al siglo XXI, en Argentina comenzaron a promulgarse marcos legales que favorecían la democratización de las culturas institucionales escolares. Estas nuevas legislaciones ponían en cuestión el paradigma vigente y buscaban un cambio en lo referido a los vínculos en las escuelas. Se proponía abandonar una concepción disciplinar para pasar a una mirada centrada en la participación y en los acuerdos escolares de convivencia.

En nuestro país, una de esas normativas pioneras fue la Ley Nº 223 de la Ciudad de Buenos Aires, sancionada en 1999, que a su vez promovió otras leyes y reglamentaciones nacionales como la Resolución 93/09, que define los lineamientos de la nueva escuela secundaria (N.E.S), la Ley Nacional de Convivencia Escolar Nº 26892/2014 y muchas otras legislaciones provinciales.

A veinticinco años de ese punto de partida, cabe hacerse algunas preguntas. ¿Cuántas escuelas pudieron realmente transformar sus culturas institucionales? ¿Qué experiencias existen en las secundarias sobre asambleas de aula? ¿Los consejos de convivencia son convocados para pensar la institucionalidad o acaban siendo órganos punitivistas, sólo orientados a un castigo?

Estos interrogantes sobre la participación estudiantil y la democratización de las culturas institucionales nos surgen en una época en que los y las jóvenes son el foco de múltiples mensajes: deinfluencers,youtubers y tiktokers, contenidos virales de redes sociales, discursos de los políticos, de Google, de sus cantantes favoritos y de sus familias; pero ¿En qué momentos se los convoca como sujetos de la palabra? ¿Qué significa democratizar una cultura institucional?

Pedro es asesor pedagógico de una escuela del nivel medio. Hace muchos años que pertenece a la misma institución. Se ocupa de la situación escolar de sus alumnas y alumnos y tiene un vínculo muy cercano con ellos sin perder el encuadre de su rol. Hace meses que le ronda una pregunta que enlaza democracia, participación y actualidad política. ¿Por qué tantas y tantos chicos con los que hablamos sobre derechos humanos o diversidad, y sobre la responsabilidad del Estado en el bienestar de la población, votaron por la mano dura, por el achique, por la anulación del otro que no “me gusta”, por los discursos de odio? El enigma que desvela a Pedro es un interrogante sobre la influencia de esas voces que les hablan sin pausa.

Este asesor pedagógico siempre creyó conocer muy bien a su comunidad educativa, supo cómo acercarse, cómo armar vínculo y acompañar a los docentes, pero la coyuntura política argentina lo desconcierta. ¿Qué valor tiene el mensaje que porta su escuela sobre justicia social y democracia para los jóvenes? Para Pedro, su escuela dice una “verdad” que no puede ser escuchada.

Acá viene lo paradójico. Sostener los ideales democráticos no implica democratizar una cultura institucional escolar. ¿Cuántas veces nos encontramos tratando de persuadir a los otros acerca de qué debería ser lo mejor para ellos y dejando en claro que hay cosas que no se deben ni pensar? Sin embargo, no podemos olvidar que Freud y Lacan nos enseñaron que eso que se forcluye (se rechaza) del mundo simbólico retorna de forma violenta y disruptiva al interior del orden simbólico que lo expulsó. Esa polifonía de voces de la que habla Pedro, y de la que también es parte, transmite sentidos parecidos, iguales o contrarios; pero cada una de esas voces demanda lo mismo: ser escuchada en su “verdad”. En cambio, el sistema de participación convoca a los y las jóvenes a decir en el marco de una institución que integra una comunidad.

Por supuesto, la escuela debe transmitir el saber que porta, pero un saber que deje lugar a que los chicos construyan el propio. Esto no implica renunciar a los valores democráticos que debe sostener una escuela. Por el contrario, esto debería generan un encuadre institucional para que aparezcan las voces de los y las jóvenes, paraque ellos mismos puedan quedar advertidos de eso que quieren, para que se impliquen en lo que son capaces de enunciar. Cuando se habilitan los espacios de participación en una escuela no es para que surja la repetición sino lo nuevo. Si se hace una asamblea áulica y los estudiantes repiten lo que dijo el docente, hay que revisar la posición del adulto que participa del espacio. Éste debe garantizar que los y las chicas construyan a partir de lo propio, no es un espacio para convencer o bajar línea. No todo saber implica la palabra, algunos se sostienen en un dispositivo que implica la práctica de valores que se quieran sostener. A participar se aprende participando.

Muchas veces, a los docentes les genera temor dar la palabra. Los adultos, en general, sienten un miedo primitivo a perder ese saber que elevamos a la categoría de “verdad” y que nos permite orientar futuras acciones y justificar las ya hechas; porque cuando ese “saber-verdad” se nos conmueve, aparece la angustia. Convocar a los jóvenes como sujetos de la palabra y no como objetos de nuestros “buenos” deseos es lo único que genera las condiciones para que asuman la responsabilidad que les cabe con ellos mismos y con los otros. Esto implica facilitarles un pasaje desde la posición de objetos de la palabra de los otros hacia la posición de sujetos de sus propias voces.

Las leyes de las que hablamos al principio, con su énfasis en la participación y los acuerdos de convivencia, plantean diferencias fundamentales con otras propuestas propias de nuestra época en las que las personas se sienten desafiadas a ser lo que la sociedad demanda. Son legislaciones que proponen convocar a los actores de las comunidades educativas a decir, a construir su propia voz, a buscar lo propio de su comunidad y a construir entre todos. Se convoca al otro con su singularidad, no se lo desafía a lograr algo que le interesa al que demanda. Entre convocar y desafiar existe mucho más que una diferencia semántica: hay un cambio de registro que denota la inclusión o la exclusión de la voz de los otros.

Según el diccionario de la Real Academia Española, el significante “desafío” –que está tan de moda– implica un reto, una provocación, una competencia, una rivalidad, un enfrentamiento, un combate. Al que es desafiado se lo deja solo. El desafío reta al “yo” para que logre lo que se le propone y es el “yo” el que fracasa o triunfa. En cambio, convocar a decir lo propio está fuera de la esfera del éxito o del fracaso. Es una invitación a ocupar el lugar de sujeto de la palabra propia.

El “desafío” es una marca de una época individualista en la que el otro es un rival y el yo es el responsable de cumplir con esa exigencia velada por un “reto” con el que se ensalza su narcisismo o se lo juzga. Por eso el desafío es adrenalínico y en el mundo de las “emociones” representa el sentir del emprendedor tal como lo conceptualizó Byung-Chul Han: “El hombre contemporáneo se ha convertido en una fábrica de sí, hiperactiva, hiperneurótica, que agota cada día su propio ser diluyéndolo en un afán competitivo, de allí que el síntoma de nuestra época es el cansancio”.

¿Qué nos queda? Convocar como sujetos de la palabra a los jóvenes bombardeados por múltiples estímulos y demandas; acompañarlos con nuestra presencia a construir la voz propia; porque ubicarse en el lugar de sujeto es la única posición en la que se puede asumir la responsabilidad de lo que se dice y lo que se hace. Desde este lugar ético, que implica asumir lo propio, se generan las condiciones para salir del territorio narcisista del “sí mismo” e imaginar nuevas realidades en las que puedan dialogar las diferencias.

Publicada el 25 de agosto de 2024


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Mara Brawer

Mara Brawer es maestra de grado y psicóloga. Fue subsecretaría de educación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, subsecretaria de equidad y calidad educativa del Ministerio de Educación de la Nación, Diputada Nacional por dos periodos (2011-2015 ~ 2019-2023), y autora de la Ley 26.892 de convivencia escolar. Es coautora del libro "Violencia como construir autoridad en una escuela inclusiva", Editorial Aique.

Marina Lerner

Es profesora de Lengua, Literatura y Latín y Lic. en Psicología. Tiene un posgrado en Psicoanálisis, y actualmente es la Coordinadora del Equipo de Promoción de Vínculos Saludables del Ministerio de Educación del Gob. de la Ciudad de Buenos Aires, Directora del departamento de Educación de APBA (Asociación de Psicólogos de Buenos Aires) y Co-directora de la Diplomatura de la Universidad Nacional de Tucumán: “Intervenciones profesionales en la escena escolar”. Es coautora del Libro “Violencia, Cómo construir autoridad pedagógica para una escuela inclusiva” (Aique, 2014) y autora del Libro “Intervenciones. Equipos de orientación y convivencia escolar”. (Aique, 2023).

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