¿Por qué la escuela no puede resolverlo todo? A una sacralización de sus deberes esenciales, se le exige que se haga cargo de cada vez más demandas de todo tipo. ¿Y si dejáramos de pedirle tanto?
La escuela NO es un encantamiento defensivo
Desde hace mucho tiempo circulan, fundamentalmente en medios masivos de comunicación y redes sociales, opiniones muy bien intencionadas que abogan para que la escuela “haga algo” frente a un sin número de problemáticas sociales y culturales que aquejan a la sociedad.
Hace algunas semanas los medios masivos de comunicación comentaron sobre los resultados del operativo APRENDER. Claramente el debate sobre la calidad educativa volvió a ocupar la primera plana para decirnos que los resultados no son los esperados (o deseados), que “la escuela ya no es lo que era” y/o que la escuela “ha perdido (o dejó de lado) su función principal que es enseñar”. Estos discursos casi paradójicamente, conviven todo el tiempo con otros en los cuales cada vez se le asignan nuevas funciones a la escuela, más complejas y para colmo más burocráticas y ralentizantes. Así vemos funcionarios gubernamentales que hace tiempo bregan sobre la necesidad que la escuela ofrezca nuevas posibilidades para garantizar el ingreso al mercado laboral para los sectores más vulnerables, la (no tan nueva) ley de educación ambiental integral, reformas curriculares que apuestan por la educación financiera, las prácticas para alumnos de los últimos años en CABA, la educación emocional y muchos etc.
Nuestro encantamiento defensivo consiste en decirle a la escuela que “haga algo”, “que se ocupe”, mientras invisibilizamos o negamos la responsabilidad de otras instituciones del Estado, del mercado y de los medios de comunicación en la educación y la ética del cuidado de nuestros niños y jóvenes.
Mi intención no es cuestionar estos discursos por separado ni a quienes los enuncian, lo que me preocupa es que observo que la escuela aparece ante la sociedad casi como un encantamiento defensivo, como el famoso Encantamiento Patronus que el conocido mago de la literatura infanto-juvenil Harry Potter utilizaba para defenderse del mal. Cuando Harry era amenazado lanzaba su hechizo y, gracias a su varita mágica, aparecía un escudo defensivo que oportunamente cambiaba su forma de acuerdo a la amenaza. Casi toda la saga transcurre en Hogwarts: la Escuela de Magia y Hechicería de los protagonistas. Sí, la salvación depende de la escuela.
El problema parece claro: ni los docentes somos magos, ni tenemos varita (¡mejor ni pensar en lo que no tenemos!), ni las escuelas son Hogwarts. El tema es que cada vez son más los problemas “que tenemos que solucionar”, mientras que el mal sigue acechando y, la gran mayoría de las veces, ni siquiera nos animamos a llamarlo por su nombre completo. Entonces nuestro encantamiento defensivo consiste en decirle a la escuela que “haga algo”, “que se ocupe”, mientras invisibilizamos o negamos la responsabilidad de otras instituciones del Estado, del mercado y de los medios de comunicación en la educación y la ética del cuidado de nuestros niños y jóvenes. La escuela ahora debe cumplir con la ley de Educación Ambiental, pero ¿Qué responsabilidad otorga la misma ley a las multinacionales principales responsables del calentamiento global? El mundo de las billeteras virtuales, criptomonedas y demás ofrece nuevos desafíos para la inserción financiera de los ciudadanos, pero ¿es la escuela la que debe educar en esto? Parece bastante forzado. La escuela debe ofrecer oportunidades para la inserción en el mercado laboral, pero ¿es la única capaz de hacer algo contra la marginación y la pobreza? ¿No son otros agentes también los responsables de todo esto? Al mismo tiempo, los docentes debemos enseñar, debemos formar en competencias porque las pruebas estandarizadas exigirán que niños, niñas adolescentes acrediten conocimientos específicos en matemática, lengua y ciencias. ¿En qué tiempo hacemos todo lo otro?
Cuando la “varita mágica” deja de funcionar
Sin duda la tentación es no oír, pensar que son dichos algunos de cuyos efectos no son tangibles, no tienen consecuencias, pero sí las tienen. Quizás haya que mencionar que a la tarea docente todavía hay que seguir pensándola, profesionalizándola, pero también me atrevo a decir que hablamos de la escuela con liviandad porque creemos conocerla, creemos conocer que “hace un docente”, pero ¡NO! Tal vez por eso, circulan imágenes como ésta para el día del maestro.
¿Por qué no me gusta esta imagen? Porque los docentes no somos ni jueces, ni abogados, ni fiscales, ni psicólogos, ni banqueros, ni escritores, ni ingenieros ¡mucho menos gobernadores ni ministros! Somos docentes, trabajamos de docentes y, como tales, no pueden pedirnos que cumplamos funciones de otros organismos estatales o el mercado. Somos docentes, nos capacitamos como tales y hemos estudiado esa carrera, por eso ya no podemos seguir supliendo esas funciones. Garantizar derechos de nuestros niñes y jóvenes no puede terminar en la exclusiva responsabilidad de la escuela, necesitamos urgente de un compromiso político y social abarque a la sociedad completa, con responsabilidades claras para cada organismo e institución del Estado nacional, provincial y municipal; el mercado y los medios masivos de comunicación. Casi a diario, la crisis social llega a la escuela y toca la puerta, acto seguido las demandas hacia ella se multiplican y se traducen en muchísimos documentos públicos de donde emanan responsabilidades (cada vez más profundas) hacia la escuela, sus docentes y directivos.
Como dijo el sociólogo Émile Durkheim hace un siglo, la escuela ha sido concebida como la institución fundamental para la socialización de nuestros jóvenes, la mejor manera que encontró la sociedad para transmitir conocimiento a las nuevas generaciones. Sin embargo, la escuela no es, menos en nuestros tiempos atravesados por la era de la globalización y las TIC, la única que educa. Necesitamos poner el foco en esto último para pensar en alternativas que permitan garantizar (de manera efectiva) los derechos de nuestros niñes y jóvenes.
Escuela y sociedad. Una relación compleja.
Desde hace algunas décadas ya se ha puesto el foco en que el vínculo entre sociedad y escuela es, al menos, complejo. Así, la escuela dejó de pensarse como aquel recinto sagrado del saber (separado del resto de la sociedad y de los “males” que esta traía aparejado) y comenzaron a surgir otros conceptos interesantes como el de cultura escolar. La atención puesta en este sentido nos permitió pensar en las prácticas escolares como híbridas, fruto de mestizajes, constituidas como un medio donde los sujetos se sitúan frente a la heterogeneidad de bienes y mensajes de que disponen los circuitos culturales y como forma de afirmación de sus identidades sociales. Así podemos concluir, con Diana Gonçalves Vidal, que en la escuela conviven diferentes culturas (familiares, docentes, infantiles, administrativas) que se perciben no como aisladas o puras, sino como mestizas y se reconoce a la escuela como un lugar de frontera cultural y a la cultura escolar como una cultura híbrida. Entonces si en la escuela conviven diferentes culturas, también conviven diferentes demandas las cuales irrumpen en la escuela mientras los problemas sociales se agudizan más y más: pobreza, abusos de menores, violencia, violencia de género, etc. Ante esto la salida que se propone es la misma: “¡Que la escuela haga algo!”
La escuela debe ofrecer oportunidades para la inserción en el mercado laboral, pero ¿es la única capaz de hacer algo contra la marginación y la pobreza? ¿No son otros agentes también los responsables de todo esto?
Para entender un poco más esto es importante poner el foco en la gran feminización de nuestro sistema educativo. Siguiendo a Alejandra Birgin, el proceso de conformación del sistema educativo nacional atribuyó a la maestra una misión sagrada, vocacional y de entrega, equivalente a la de un sacerdote. Se trataba de una tarea redentora, en la que la escuela era el templo del saber y trabajar en ella, un apostolado. El camino quedó claro: la construcción de la ciudadanía requería vocación docente y quieres mejor “entendían” ese papel eran las mujeres: amorosas y puras destinadas a formar ciudadanos, en casa y en la escuela: “la maestra como segunda mamá”. El tema es que, como una bomba, nos explota en la cara: las demandas a la escuela se amplían cada vez más, las identidades culturales incursionan en la escuela cada vez con más ímpetu.
Es fundamental, y urgente, entender esto. Necesitamos profesionalizar aún más la tarea docente, entenderla cómo profesión específica. Los docentes son profesionales (aunque algunos crean que simplemente somos vagos, con poco capital cultural o que trabajamos cuatro horas). Insisto con esto, la escuela no puede resolverlo todo, no hace magia. No todo se resuelve con vocación, con buenas intenciones. No somos madres de nuestros alumnos, somos docentes de nuestros alumnos con responsabilidades específicas y ¡sueldos bajos! Pensemos juntos cómo salimos del atolladero, cómo garantizamos y ampliamos derechos. Acá va alguna idea, ojalá sea la punta del ovillo
Creando redes. El camino viable.
Todo lo que he escrito antes viene dando vueltas en mi cabeza desde hace algunos años. Creo que el principal disparador fue escuchar a muchos colegas y compañeros decir: “estoy sola/o”, “al final estamos solos” o “la escuela se queda sola”. La sensación de soledad aparece siempre acompañada de una profunda sensación de tristeza y resignación.
Creo que es un problema y como tal es mejor proponer algo para salir del atolladero: ¡llorando tampoco solucionamos nada! Entonces creo que la única salida posible es tejer redes, lazos de solidaridad y división de las responsabilidades entre diversas instituciones del Estado que tiene como horizonte garantizar y ampliar derechos. Necesitamos que el hospital, que el ministerio público fiscal, las organizaciones estatales destinadas al cuidado de nuestros niños y jóvenes, el SEDRONAR, etc. estén presentes en la escuela, se constituyan como referentes, portadores de saberes específicos, ante directivos y docentes, cuando la precariedad social golpea la puerta de la escuela, cuando la violencia, los abusos a menores, la pobreza, la violencia de género se convierte en realidad dentro de nuestras aulas. Necesitamos que estén allí y juntos construyamos salidas, puentes para que ningún niñe vea vulnerado en sus derechos. No pueden pedirnos a docentes y directivos que seamos fiscales, médicos, abogados o guardaespaldas de nuestros alumnos: somos docentes.
Que nadie se confunda, no quiero que me eximan de mi responsabilidad, no quiero desconocer la ética del cuidado o la pedagogía del cuidado que mi profesión lleva implícita, pero no quiero que el Estado (y sus instituciones) nos sigan abandonado, nos sigan dejando solos. No quiero directivos mareados, porque van de institución a institución rogando ayuda, mendigando respuestas que no consiguen. No quiero enterarme más de algún docente que sale del aula llorando porque no sabe qué hacer, a quién recurrir y encima tiene miedo de alguna sanción disciplinaria por algún vericueto legal que no conoce.
La escuela está (y debe estar) inmersa en la ética del cuidado, pero también lo está (y debe estarlo) el resto de las instituciones del Estado. Necesitamos redes, redes de profesionales bien pagos que den respuestas, con responsabilidades claras. ¿Cómo se hace? Eso es lo que les toca diagramar a nuestros gobernantes.