La escuela como gracia

Fotografía: Julio Pantoja (“Presente: retratos de la educación argentina”)

Con Simone Weil, podemos pensar la escuela como un lugar donde ocurre lo inesperado, pero también a través del cual pensar ideas como la obediencia, el látigo contra el azúcar, la luz entre tantas nubes.

A veces pasa que ciertos docentes nos sentimos muertos por dentro. Algunos por tener un carácter que se inclina a lo triste, a lo melancólico, a lo nostálgico. Otros, por habitar una actitud demasiado crítica que nos tira, frecuentemente, para atrás. Lo cierto es que este meme nos estaría representando en más de una ocasión:

La imagen muestra que el docente está muerto por dentro y que voluntariamente lo disimula. Pero también creo posible la opción de que la docencia, sin que nos demos cuenta, nos devuelva de a ratos a los bajoneros y melancólicos algo de la alegría que creíamos sofocada. Como decía el colectivo Juguetes Perdidos en un texto que perdí, quizás buscamos en los jóvenes el combustible vital que necesitamos para seguir; tal vez necesitamos más nosotros de ellos que ellos de nosotros, aunque el sistema educativo razonablemente se sostiene en la idea contraria.

Para pensar esta cuestión, con perdón, voy a tomar con sumo libertinaje unas pocas, parafraseadas y mal masticadas, rumiadas ideas, de la filósofa Simone Weil. 

1

Simone Weil habla de la gracia como una fuerza inesperada, no buscada, la irrupción sin explicación de una alegría, una suerte de bendición que todos (ateos, agnósticos o creyentes) recibimos y nos empuja a la vida. Más de una vez algunos alumnos me preguntaron cómo podía estar siempre contento o de buen humor. Como buen neurótico, siento que la sensación subterránea de la tristeza no me abandona casi nunca. Pero una vez en el aula, como una gracia, eventualmente la sonrisa viene sola: me encuentra, sorprendido, cuando la señalan ellos.

2

Simone Weil afirma que la obediencia es un valor en sí mismo porque nos arranca de nuestro yo. No buscar, sino responder al llamado -divino o el de la obligación- no por pensarlo correcto sino por sentirlo necesario, es una imposición irresistible. Todos hemos sentido el peso docente de la obligación: entregar infinitos papeles, planificaciones, armar actividades, ¡corregir!, aguantar hostilidades de alumnos, padres, medios de comunicación, gobiernos… obligación que lleva tiempos terribles de padecer. Es horrible, pero tiene su lado de bondad: forzados a responder y con el deseo de que lo que hagamos funcione, dedicamos nuestro tiempo a ese Otro, nuestros alumnos, aunque suframos. Mal que le pese a quienes nos critican, dedicamos muchísimo a los demás. Mal que nos pese a nosotros mismos, tal vez no somos tan rebeldes: raramente nos disponemos a trabajar mal con la intención de hacerlo. Somos bastante obedientes en este buen sentido: estamos bastante dispuestos a relegarnos. Aunque, como también la misma Simone decía en sus estudios sobre la clase obrera -que se pueden traspolar, con las salvedades del caso, a nuestra propia tarea- el ritmo alienante sofoca el pensamiento y eso es algo que no nos podemos permitir.

Traigo un ejemplo propio de esta productividad de la obediencia. El primer cuatrimestre tuve un curso con cuarenta y cinco alumnos en un SUM abierto porque el aula estaba en construcción. Un día a la semana tenía ese curso en la fatídica quinta hora. El director, en dos ocasiones, subió a retarme y marcarme que algo que estaba haciendo no funcionaba. Me lo tomé con bastante malestar y temor: nunca me había pasado que un director me evaluara la clase, sus formas no me habían parecido las mejores. Me enculé, puteé… pero también hice caso. Mal que mal piloteé el barco, conseguí que esa quinta hora diabólica fuera algo mejor. Aunque agradezco que el aula ya esté terminada y la cosa se haya vuelto más calma, he de admitir -con dolor de mi no pequeño orgullo- que obedecer funcionó.

3

Simone decía que como individuos necesitamos adiestrarnos a nosotros mismos y que para eso tenemos dos recursos a la mano: látigo y azúcar, que según ella deben ser administrados sabiamente. Mucho latigazo nos vuelve débiles; mucho azúcar nos vuelve condescendientes, otra forma de la debilidad. Tiendo a pensar que lo mismo aplica hacia los alumnos: mucho azúcar los empalaga y piden más azúcar -y entonces los chicos nos quieren pero no trabajan: no nos pagan para eso. Mucho látigo genera dolor -y eso convierte al conocimiento en un sufrimiento. El justo medio quizás sea el mejor adiestramiento para todos.

4

Simone decía que el júbilo puro es el júbilo inesperado. Un buen día, la paciencia que tuvimos en aguantar y obedecer fructifica sin que lo busquemos: es la gracia. Todos los docentes, pienso, tenemos esa clase de momentos. Como cuando una alumna apática, después de leer “El otro” de Borges, contó los motivos de su apatía. O cuando en pandemia, tras haber leído ese mismo cuento por Meet, el único alumno que estaba presente escribió con una ortografía espantosa un cuentazo, sentídisimo, superior a cualquier cosa que yo podía enseñarle. O ayer mismo, cuando tras la recreación por el Día del Estudiante varios alumnos preguntaron cosas como por qué la Esperanza estaba en la vasija de los males en el mito de Pandora. O como hace unos meses, cuando una alumna que no daba nada de bola en clases escuchó el final de La casa de Bernarda Alba entre sus cuarenta compañeros y dijo con una lucidez pasmosa que el suicidio de Adela no era una debilidad, sino su gesto máximo de rebeldía. O como cuando una alumna dijo que cazó en una serie una referencia a los vanguardistas porque tras el primer cuatrimestre algo le quedó sobre el tema. O como estos días, en los que los del sexto de la noche extrañamente están soportando clases de literatura de dos horas y media leyendo El Quijote, cosa que me juego que para buena parte de los más adultos, yo incluido, sería cosa imposible. O como la vez que una alumna me dijo que le marcó a la madre una falacia -y la madre se puso contenta. O como cuando otro alumno, que suele ser bastante atorrante, en una breve charla sobre las relaciones me dijo que morimos solos: frase que casualmente había leído una hora antes en mi casa, antes de salir a la escuela, en los Pensamientos de Pascal. Si no es exagerado hablar de gracia para estas cosas, la gracia está en todas partes.

Mucho latigazo nos vuelve débiles; mucho azúcar nos vuelve condescendientes, otra forma de la debilidad. Tiendo a pensar que lo mismo aplica hacia los alumnos: mucho azúcar los empalaga y piden más azúcar -y entonces los chicos nos quieren pero no trabajan: no nos pagan para eso. Mucho látigo genera dolor -y eso convierte al conocimiento en un sufrimiento.

5
Héctor Schmucler, gracias a quien descubrí a la Simone Weil que mencioné (otra irrupción de la gracia), decía que el sentido originario de educar no es el de conducir, sino el de sacar hacia afuera lo que ya está ahí. Invirtiendo la fórmula, generalmente dirigida hacia el estudiante, educar también puede ser sacar afuera lo mejor que el docente tiene: lo más dulce, lo más riguroso, lo más dispuesto a servir. Y en ese encuentro forzado con los estudiantes, en esa diferencia que es trabajosa y frustrante en muchos casos, hay espacio para que venga la gracia. Una gracia eventual, fluctuante, pero totalmente bella -Simone decía que el bien es multiforme, brillante, contra el tedio y la monotonía del mal. Una gracia pobre, o un artilugio para justificar un desempeño dudoso, para los que están fuera de la escuela, o no ven esto, o sienten asco de este esoterismo dudoso e indigesto. Sin lugar a dudas, una gracia escasa para las necesidades de este mundo justamente desgraciado. Quizás una gracia insuficiente, pero aún así considerable, para los que la reman en medio de esta época hostil. Una gracia inmensa, creo yo, para los que cada tanto nos sentimos muertos por dentro.

Publicada el 14 de octubre de 2022


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Ezequiel Torres@batracio20

Indocente y aparato. Por culpa de Oscar Wilde y de algún impulso desafortunado, a los ocho años decidió que iba a estudiar Letras en la UBA, de la cual se recibió y ahora está rehabilitándose. Es docente taxi (aunque en bicicleta) de Prácticas del Lenguaje y Literatura en secundarios de la zona sur del conurbano bonaerense. Como muchos otros docentes, anda entre el pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad.

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