¿Modalidad híbrida o monstruosa?

Ilustración: Mateo Gimenez @mateogimenez82

¿Modalidad híbrida o monstruosa? Laura Mattas discute la bimodalidad en el nivel superior cordobés, preguntándose si realmente ayuda a quienes dice ayudar o si es otra forma más de precarización docente y estudiantil

Nota preliminar: El espíritu de este artículo es poner en debate el tema de la virtualidad en la educación en general y la bimodalidad como estrategia actual para el nivel superior en particular.  La idea es que genere inquietudes, acuerdos, desacuerdos y debates que tanta falta nos hacen.  Una comunidad educativa que no debate termina reproduciendo automáticamente lo que viene “desde arriba”.  Pero quienes estamos en el aula debemos ser los y las protagonistas. 

En 2022, luego de dos años de completa virtualidad,  el gobierno de la provincia de Córdoba instaló en el nivel superior la modalidad dual (presencial-virtual) en los Institutos de Nivel Superior, otrora conocidos como “terciarios”.  En las “Orientaciones” oficiales repartidas a estos institutos a principios del corriente ciclo lectivo, se explica que “desafíos inéditos” reclaman propuestas formativas combinadas con articulación entre los distintos actores institucionales a partir del “conocimiento situacional”, promoviendo una nueva factibilidad para el tránsito por las carreras, “con una formación de calidad y con menos requerimientos de asistencia presencial física”. Se establecen, a continuación, un conjunto de “criterios” que permitirían orientar la propuesta autónoma de cada  una de las instituciones de nivel superior, incluyendo los mismísimos porcentajes para la virtualidad y presencialidad que también se encuentran a cargo de cada instituto.

Una vez más, la táctica de delegar la responsabilidad de pensar cómo concretar esos objetivos a lxs docentes y directivxs en las escuelas se pone en marcha aduciendo autonomía institucional y saberes situados. Es así que en estos momentos en la provincia existen, sólo por nombrar algunas diferencias, institutos que establecieron que sólo una semana por mes será de carácter virtual mientras otros han incrementado los días de virtualidad en distintas magnitudes. El qué y el cómo de las tareas a realizar en la/s semana/s de virtualidad también queda en manos de la decisión de cada institución: puede tratarse de clases sincrónicas por zoom o meet o de actividades de lectura domiciliarias con algún tipo de guía de trabajo, y en el medio de ambas opciones todo el abanico que el público lector pueda llegar a imaginar. 

La mencionada táctica de delegar la toma de decisiones en las instituciones formadoras tiene dos consecuencias fundamentales. La primera es que neutraliza (o intenta neutralizar) la queja de la docencia respecto de los resultados de las reformas, porque de alguna manera nos hace partícipes de los cambios implementados.  No podemos engañarnos: desde la Ley Federal de Educación menemista se alude a las autonomías escolares y al potencial de las propias instituciones como forma de legitimar las “lavadas de manos” de los estados en materia de educación, lo cual aumenta enormemente la brecha desigualitaria entre instituciones según los distintos recursos materiales, humanos y tecnológicos que tengan a disposición, así como también de los sujetos de la educación que atiendan. Por sólo nombrar un ejemplo, no es lo mismo la posibilidad de construir proyectos para la/s semana/s virtual que tiene un instituto que puede pagarse un campus virtual con todos los chiches, que aquel que depende de  un zoom gratuito al que sus alumnxs y docentes se conectan como pueden con sus precarias conexiones a internet. 

La segunda consecuencia es que estas medidas se apropian gratuitamente del conocimiento que lxs docentes construimos con nuestra experiencia y se ahorran el pago de personal específico para esa tarea, ya que lxs docentes la realizamos sin remuneración alguna y fuera de las horas cátedra abonadas en este sistema perverso de contratación.  Este mecanismo, lejos de darnos el control de lo que pasa en la escuela, nos obliga a modificar las prácticas escolares con el fin de cumplir objetivos ajenos a la escuela.  

La bimodalidad en el nivel superior atenta  contra el derecho a estudiar y precariza la formación de lxs futuros egresadxs. El principal argumento esgrimido es que esta modalidad satisfaría a estudiantes que prefieren la virtualidad y también a quienes prefieren la presencialidad.  Pero ni una, ni la otra.  Para quienes trabajan y/o desarrollan exigentes tareas de cuidado y necesitan desesperadamente hacer uso de la educación a distancia, las clases presenciales son un obstáculo.  Y para quienes prefieren la presencialidad el obstáculo está en la parte virtual que deben cumplimentar.  Entonces, esta modalidad no soluciona absolutamente ninguno de los problemas, ni atiende la realidad de nadie.  Por si esto fuera poco, en términos reales la cursada efectiva se reduce, por lo que los y las docentes nos vemos en la obligación (encubierta) de achicar nuestras planificaciones.  Mientras tanto, la tecnocracia oficialista de los gobiernos pregona metodologías y teorías que intentan convencernos de que esa reducción no es un problema.  Por ejemplo: han “inventado” el concepto de “aula invertida”, o “flipped classroom” (en inglés porque recordemos que estas cosas no son inventadas para nuestra realidad, sino que son políticas educativas mundiales) que no es más que una técnica que ya se venía aplicando y que tiene que ver con que la presentación de un concepto o temática parta de la investigación de lxs estudiantes y que luego la o el docente lo sistematice, amplíe, o le otorgue el marco necesario.  Por lo tanto, no es una técnica que nace con las TIC, ni menos aún  una metodología que sirva para todas las disciplinas y para todos los temas o momentos del año académico: ingenuo sería suponer que tal estrategia es efectiva a la hora de desarrollar estructuras sustantivas de las disciplinas, cuya exposición requiere otros protagonismos docentes y otros diálogos con les estudiantes a partir de estas presentaciones organizadoras.  

La bimodalidad en el nivel superior genera precariedad de las condiciones de estudio y trabajo. En el caso de la enseñanza de Lenguas (materna y extranjera), la semana de virtualidad  establece una interrupción en instancias de monitoreo y revisión de producciones escritas que deben realizarse cara a cara para ser efectivas, con lxs docentes sentadxs al lado de lxs estudiantxs, provocando reorganizaciones que no son productivas en espacios que precisan aprovechamiento máximo de los tiempos presenciales para talleres guiados. Por otro lado, por más que adjuntemos soportes visuales diversos, la clase sincrónica tiene limitaciones y tiende a ser expositiva, no pudiendo desarrollarse actividades como el trabajo en equipo con asesoramiento in situ del docente, con profesor o profesora pasando grupo por grupo, observando la construcción colectiva de un mapa conceptual, frenando para dar una indicación a todxs y volviendo a dialogar con los grupos, en la dinámica del “para uno y para todxs” de la que hablaba Inés Dussel. Mientras tanto, en lo que refiere a la sobrecarga laboral de profesores y profesoras, la exigencia de subir a la plataforma extensas rúbricas con devoluciones on line se suma a la realización de devoluciones presenciales, que, por supuesto, siguen siendo las más valoradas y demandadas por lxs estudiantes. 

La bimodalidad en el nivel superior genera precariedad de las condiciones de estudio y trabajo.

Las tecnologías de la información, objetivamente, no son más que una herramienta, al igual que un libro o un pizarrón.  El mercado (y los Estados que repiten esa lógica) endiosan la tecnología por razones económicas e ideológicas diversas.  Pero hay que entender que la tecnología no es más que una vía de comunicación, una herramienta que puede ser utilizada pero que no reemplaza los objetivos de la educación, y de ninguna manera puede compensar la pérdida del encuentro personal entre docentes y estudiantes.  El mundo digital es ciertamente limitante:  por más trabajo colaborativo y programas ultra modernos que utilicemos, estas perspectivas siempre priorizarán lo individual y disminuirán el espacio para el pensamiento crítico, que es la base de la educación.  De instalarse este paradigma, avanzaremos en una era de egresadxs meros ejecutores de tareas, lo cual es especialmente preocupante cuando nos tomamos conciencia de que es en los institutos de educación superior no universitario donde se forman la mayor parte de los docentes de todo el país. 

Avanzaremos en una era de egresadxs meros ejecutores de tareas

Otro problema que estamos viviendo con este endiosamiento mesiánico de la tecnología es que hay un desplazamiento de la centralidad de la docencia a la máquina, y estamos hablando de centralidad en el sentido de planificadores de la dinámica de la clase. Y es precisamente aquí donde la tecnología deja de ser una herramienta neutral para ser una herramienta de otros intereses.  En el pasado, este rol lo cumplían las editoriales de los manuales escolares, y lxs trabajadorxs de la educación resistían a esas imposiciones creando materiales propios o criticando junto a lxs estudiantes esos mismos manuales.  Hoy, detrás de la tecnología de la información, hay empresas que lucran con la educación y generan contenidos, amparados en la fantasía de enseñar el futuro.  Los programas nos imponen la modalidad de nuestras clases, las posibilidades, y hasta los materiales, y nos vemos inmersxs en debates en torno a qué programas usamos y no sobre problemas epistemológicos, pedagógicos, filosóficos y disciplinares necesarios para no perder de vista el objetivo de la formación.  

Otro de los grandes objetivos de la bimodalidad es la reducción de presupuesto.  Intereses dominantes vieron en la virtualidad una herramienta clave para reducir costos de producción a la vez que se evita la organización de lxs trabajadorxs en sus lugares de trabajo.  Y así también lo vieron los Estados para la educación.  Vaciar los lugares de trabajo para ahorrar en mantenimiento, para evitar la construcción de aulas o edificios tan necesarios para el funcionamiento, y fundamentalmente para que no nos organicemos y debatamos.  Este ahorro viene de la mano del mercado que viene a hacerse cargo del espacio que el Estado no ocupa.   Las empresas que venden productos educativos digitales crecieron y están íntimamente ligados a los diferentes gobiernos.  Las plataformas y programas institucionales también son realizados en gran parte por empresas a las que el Estado les paga.  Y si no las paga el Estado, debemos hacerlo lxs trabajadorxs de la educación comprando programas que usamos para nuestras clases.  Hoy, la educación también es un nicho de mercado para explotar, de manera que el cambio de paradigma desde “la educación como derecho” a “la educación como servicio” responde a la necesidad de transformar a la educación en una mercancía más.   

Para concluir, la bimodalidad no es más que un paso más hacia la mercantilización del conocimiento y la estandarización del proceso educativo; disminuye el “gasto” Estatal, lo delega al mercado y habilita distintos niveles de control ideológico.  Con la pandemia los gobiernos nos impusieron la idea de que se puede educar en la virtualidad.  Hoy sabemos que los docentes podemos hacerlo. Sin embargo, es todo un engaño: la educación virtual no es verdadera educación, es transmisión de información unilateral y es aceptar la educación bancaria.  La excusa de que la virtualidad atendería las necesidades de la población que vive lejos de las ciudades es sólo eso: una excusa.  Para atender esas necesidades se deben construir instituciones superiores y/o universitarias en todo el interior de la provincia, con el personal suficiente, con becas para estudiantes y con transporte público organizado para que el acceso sea real. Sin embargo, sorprendentemente la estrategia suele ser limitar los espacios formativos en el interior, como sucede con los cierre sufrido por múltiples Trayectos Pedagógicos para Profesionales en diversas localidades del interior de la Provincia.

Lxs trabajadorxs de la educación debemos pensar el sistema educativo en su conjunto, luchar y movilizarnos.  No debemos regalarles esta tarea a los gobiernos que gestionan el sistema y reforman la educación para que esté al servicio de las necesidades del mercado laboral precarizante.  Retomemos las premisas de los reformistas de 1918, porque los dolores que nos quedan son las libertades que nos faltan.   

Laura Mattas@LauMattas

Laura Mattas es trabajadora de la educación, docente de inglés egresada del ISP Joaquín V. González (CABA). Se desempeña como profesora del nivel medio y superior en escuelas públicas de gestión estatal por convicción. Le preocupan las condiciones de trabajo y estudio porque la educación es pilar fundamental para la construcción de una nueva sociedad donde no haya explotación ni desigualdades. Apasionada de la lingüística, algún día, cuando sus condiciones de vida se lo permitan, terminará su maestría en Lingüística Teórica de la Universidad del Comahue. Reside y enseña en la provincia de Córdoba desde 2017. Miembro del Colectivo Docente Otilia Lescano.

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