¿No tendrás una novelita para dar ESI?

Fotografía: Laura Frydenberg. En Instagram: @ojo.de.tiza

¿Para qué leer en la escuela? ¿Necesitamos una literatura que se adapte a los contenidos o la literatura es un contenido en sí misma? Enseñar esta rama del arte es mucho más que querer usarla como "puente" hacia la Educación Sexual Integral, la Educación Ambiental o el contenido que fuere.

Últimamente el par literatura-escuela está gozando de primeras planas en diferentes medios de comunicación con voces que se yerguen hablando sobre virtudes y peligros de la ficción en la escuela, deberes seres, cosas que y cosas que no y un sinfín de proclamas de diverso tenor graso.

Es tanto lo que se mezcla sin miramientos y sin criterios claros que se hace necesario despejar un poco el territorio para compartirles algunas ideas que me inquietan desde hace un tiempo ya: la presencia de la ficción en la escuela y su enseñanza, las derivaciones didácticas y metodológicas, el concepto mismo de calidad literaria y… (me guardo la frutilla del postre para el final, como corresponde) la histórica necesidad de buscarle un fin didáctico. Así que, como buena docente, me armo un pizarrón imaginario y empiezo por algunas ideas que me parecen clave:

  • La ficción en la escuela: pareciera que, a lo largo de la historia, la literatura siempre ha necesitado ser encorsetada, encausada, controlada, disciplinada porque, entre otros motivos, la escuela necesita organizar, clasificar, secuenciar. Seguramente muchos y muchas de ustedes tendrán en su memoria alguno de estos paisajes asociados al trabajo con la literatura en la escuela: recordar poemas de memoria, recordar moralejas a partir de lecturas de cuentos o, el nunca bien ponderado, análisis estructural que nos hacía recorrer textos literarios marcando introducciones, nudos, desenlaces, metáforas, comparaciones, personificaciones o clasificando obras según el género y el movimiento al que pertenecían, como cuando leíamos El Matadero y recitábamos que pertenecía al Romanticismo. Estas prácticas, hijas de diferentes momentos y enfoques en la enseñanza de la literatura, (y que no estamos demonizando) dejaban de lado, la mayoría de las veces, interpretaciones, discusiones acerca del sentido y valoraciones estéticas pues ése no era un contenido a enseñar, al menos de manera explícita. De esta forma, estábamos todos más o menos tranquilos y seguros porque sabíamos qué enseñar y, de paso, la literatura estaba medianamente controlada de sus propios excesos.
  • De Lengua y Literatura a Prácticas del Lenguaje: Los sucesivos cambios en el nombre de la asignatura son muy elocuentes y nos orienta bastante para encontrar algunas claves para el debate. Por ejemplo, cuando yo cursé el Nivel Secundario a fines de los 80’, la materia se llamaba Lengua y Literatura. Esta denominación maridaba perfectamente con un objeto claramente delimitado, con un listado de contenidos bien “definidos” que venían secuenciados en el manual de turno, en mi caso, éste, de tapas bordó.
  • Acompáñenme, entonces, en este pequeño recorrido por tres nombres del espacio que, me parece, ilustran con bastante claridad ciertos giros de la enseñanza de la literatura en el aula: Lengua y LiteraturaLiteraturaPrácticas de oralidad, lectura y escritura en torno a la literatura. Hemos pasado de enseñar “cosas” del objeto disciplinar, a tener que enseñar una práctica cultural en torno a. Les propongo que se hagan esta pregunta: ¿Podríamos responder con la misma claridad cómo se enseña la estructura de un cuento y cómo se enseña una práctica de oralidad en torno a la literatura? O, mejor aún, ¿qué enseño, cuando enseño una práctica? ¿Tal vez enseñar a leer literatura se trate de enseñar a emocionarse, conmoverse con las palabras, a encontrar en ese párrafo, en ese autor o autora ese rincón del lenguaje donde se puede decir más, diferente, cruzar barreras? Convengamos que, en todo caso, esto supone que quien enseña la práctica la posea, es decir, sea lector literario. Pero este es otro problema que ya supe abordar aquí.
  • Hablar de calidad literaria en el ámbito educativo tiene mala prensa: ¿Hay “buena” y “mala” literatura? Existe, creo yo, una tendencia a no querer levantar el dedo para señalar calidades en el diverso universo literario. Y entonces, ante intentos de hablar de calidad literaria, aparecen acaloradas afirmaciones del tipo: ¿quién define la calidad literaria? ¿quién construye la calidad literaria? ¿acaso no es una construcción subjetiva de quien lee? Y mi respuesta, poco académica es: sí pero no. Por supuesto que está involucrada la subjetividad. Por supuesto que entender quién define cánones literarios es interesante y nos permite problematizar cómo se construye esa “escala” de libros más o menos aceptados por la crítica y por el público lector. Pero en literatura, como en otras expresiones artísticas, hay obras que son burdas copias de otras, hay obras plagadas de chichés remanidos, hay obras que, de antemano, y como nos sucede en el cine, ya sabemos desde el comienzo quiénes son los buenos/as, los malos/as y un largo etcétera de lugares comunes. No toda obra literaria “da igual”, porque existe la calidad, aunque a veces nos guste, o nos sintamos más cómodos pensando que no.
  • “¿Tenés una novelita para dar ESI?” Esta pregunta (que me han hecho más de una vez) pone sobre el tapete dos cuestiones que tironean al texto literario hasta desarmarlo y dejarlo dividido en pequeños pedacitos que se puedan masticar con comodidad, sin atragantarse. Por un lado, es tironeado por una utilidad didáctica -en este caso, a usar para Educación Sexual Integral-, y por el otro lado aparece, para salvarnos, un contenido que permite darle un norte a la lectura de literatura. Entonces, leemos literatura para trabajar algún contenido de ESI. Leemos literatura para abordar algún contenido de -salgamos por un momento de la ESI- Educación Ambiental. La literatura siempre ha sido perseguida por un intento de darle una utilidad bien definida y asociada, incluso, a un orden práctico. Hoy una vez más vuelve a aparecer con fuerza (e incluso en propuestas de  diferentes organismos gubernamentales a lo largo del país) la función didáctico-moralizante que tiene larga trayectoria en la historia de la literatura en las aulas. ¿Qué problemas origina esto?
    • Empieza a aparecer literatura escrita “para” y esto, ya coloca a esa obra por fuera de la tan mentada y discutida calidad literaria porque ha sido preconcebida con un fin utilitario, y como dice María Teresa Andruetto en Hacia una literatura sin adjetivos, un buen texto literario se ha librado de su condición de utilidad, y un buen escritor “se niega a escribir a demanda”.
    • Este tipo de textos hacen que toda la lectura gravite, cual satélite predecible, en torno a ese contenido que no es el propio texto literario y sus múltiples sentidos. Leemos un cuento que aborda “la contaminación” para hablar de… “contaminación” pero lo disfrazamos de literatura porque así queda más elegante o entretenido, o no sé qué.
    • El tercer y último inconveniente se da cuando aún a las obras literarias excelentes se las propone para trabajar determinados contenidos. ¿Qué sucede aquí? Se lee en busca del párrafo que hable de “eso” que se relacione con ESI, por ejemplo. Entonces, una novela pasa a ser un párrafo, la parte, pasa a ser el todo y se la juzga realizando una disección que ninguna expresión artística se merece.

Hacia una literatura sin segundas intenciones

Retomando a Andruetto, quisiera despedirme deseándonos una escuela plagada de literatura (porque , debe haber literatura en la escuela, y mucha) sin segundas intenciones, sin fines utilitarios que gobiernen esa lectura de la obra para encontrar lo que “tenga” de ESI, de Educación Ambiental, o del contenido de turno que necesitemos dar.

Lo que pueda haber (y que hay, por supuesto, y mucho) para pensar vinculado a ciertos temas propios de la escuela debe ser absolutamente secundario y debe aparecer, en todo caso, por añadidura, porque el corazón de un texto literario, lo que lo hace valioso, no es su capacidad de adaptarse a tal o cual contenido sino, precisamente, su calidad y su capacidad de decir por fuera de mandatos, de prescripciones.

El desafío al que las y los invito es, entonces, a que la próxima vez que entre la literatura al aula, pueda hacerlo sola, sin tener que justificar su existencia y explicar por qué ha sido invitada como si tuviera que explicar su presencia en un mundo cada vez más acelerado, fugaz y pragmático. Precisamente, su razón de ser, es contrarrestar, hacer de contrapeso a ese mundo que empuja para apoderarse de todo.

Publicada el 17 de noviembre de 2024


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Anabella Díaz

Anabella Díaz es cordobesa nacida en las sierras. Profesora en Lengua y Literatura Castellana (UNC) y Especialista en Lectura, Escritura y Educación (FLACSO). Trabaja como docente en Nivel Superior y vicedirectora y docente de nivel medio. Se ha desempeñado como capacitadora en programas a Nivel Nacional y Provincial de alfabetización y didáctica de la lengua y la literatura. Sus hobbies son hacer trekking, leer, cocinar, ver cine y mandonear todo el tiempo a sus mellizos varones de casi 12 años.

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