Un viajero en el tiempo aterriza en los albores de la década del 90 para narrar lo que deparará el futuro. 30 años de políticas educativas, de la descentralización a la pandemia. Una sucesión de dislates tan variada e intensa que no hay cuerpo docente que lo resista.
Permítanme un pequeño juego: supongamos que estamos en 1990; sí, uno de los años de la híper inflación argentina. Imaginemos qué sucederá con la educación del país en los próximos 30 años. Algo muy difícil de proyectar en medio de ese caos. Entonces, mejor, más fácil, supongamos que alguien de 2021 viaja tres décadas atrás y nos cuenta la historia que sigue:
El año que viene se tomará una medida importante: en el proyecto de presupuesto del gobierno nacional se propondrá que las escuelas secundarias estatales y los institutos de formación docente pasen a manos de las provincias. Se va a armar un gran revuelo por las diferencias salariales entre docentes provinciales y nacionales, por el destino de los subsidios a la educación privada y, única preocupación de las provincias, por quién pondrá el dinero para sostener el traspaso. Nuestro mensajero nos calma y nos cuenta que no nos preocupemos. El lío será tal que, finalmente, saldrá una ley específica que se ocupará de estas cuestiones, la Ley de Transferencia de Servicios Educativos.
Nuestro alivio dura poco porque nos dice que el proceso demandará varios años, pero que en el medio, en abril de 1993, se sancionará una ley que pondrá patas para arriba el sistema educativo argentino. Lo que nos cuenta nos deja atónitos: los tradicionales niveles educativos dejarán de tener la duración que tenían, incluso cambiarán de nombre. El Primario ya no será de siete años. Ahora existirá la Educación General Básica (la EGB), de nueve años. Al Secundario lo sustituirá el Polimodal, de tres años.
Nunca quedará del todo clara la estructura de cada nuevo nivel en las escuelas. La EGB se compondrá de tres ciclos de tres años cada uno, pero el tercero podrá sumarse a los dos primeros (“primarizarse”) o agregarse al Polimodal (“secundarizarse”). Cada provincia podrá elegir; es más, algunas continuarán con los viejos niveles anteriores a la reforma. El galimatías es total: se llegarán a contabilizar 55 modelos de escuelas que combinan su oferta de Nivel Primario, Secundario, de EGB y Polimodal. La resolución del lío tardará más de una década en encaminarse.
Pero no es lo único. La sala de cinco años pasará a ser obligatoria. A cambio, la educación técnica quedará relegada a un segundo y modesto plano.
Se diseñará un nuevo currículo. Saldrán unos mamotretos que leerán muy pocos, los Contenidos Básicos Comunes (los CBC). Lustros más tarde se elaborarán unos opúsculos más digeribles -los Núcleos de Aprendizajes Prioritarios (NAP)- para que las escuelas sepan qué es lo importante de los CBC, porque gran parte continuará sin consultarlos.
Pasaron más cosas, pero el mensajero tiene prisa y nos cuenta que algo distintivo de esos años será la proliferación de programas y proyectos por parte del Ministerio de Educación Nacional. Esto es toda una innovación. Inaugurará una era que seguirá ininterrumpidamente a lo largo de los años. Es comprensible: el ministerio es un imperio sin colonias, ya no tendrá escuelas y su posibilidad de incidir es solo con recursos y… programas. En los próximos 30 años, nos sigue contando, habrá 92. En realidad serán más de 150, pero como algunas gestiones les cambiarán el nombre para distinguirse de las anteriores y mostrarlos como algo novedoso, la diferencia neta son esos 92. Una enormidad. ¿Hay tantas cuestiones a resolver? En esto no habrá distinción del signo político: ningún ministro o ministra se privará de tener su propio conjunto de soluciones a los problemas de la educación argentina.
Es comprensible: el ministerio es un imperio sin colonias, ya no tendrá escuelas y su posibilidad de incidir es solo con recursos y… programas. En los próximos 30 años, nos sigue contando, habrá 92. En realidad serán más de 150, pero como algunas gestiones les cambiarán el nombre para distinguirse de las anteriores y mostrarlos como algo novedoso, la diferencia neta son esos 92. Una enormidad. ¿Hay tantas cuestiones a resolver? En esto no habrá distinción del signo político: ningún ministro o ministra se privará de tener su propio conjunto de soluciones a los problemas de la educación argentina.
Cuando estamos por dejar de escucharlo por fantasioso, nos asegura, como si nada, que en unos años, en 1997, los docentes iniciarán una huelga de hambre frente al Congreso Nacional. Ustedes le recuerdan que todavía están en medio de la híper y que apenas alcanza el sueldo, que no ven la novedad. Pero lo que nos quiere contar es otra cosa: que la medida durará más de dos años y que concluirá cuando el gobierno nacional comience a pagar un adicional salarial (el Fondo Nacional de Incentivo Docente, FONID). Previsto solo por cinco años, todavía estará vigente dos décadas más tarde. Para afrontar ese bono semestral el ministerio nacional reasignará su presupuesto con el consiguiente impacto negativo en los programas que habían proliferado unos años antes.
El relato continúa. Dentro de diez años -nos cuenta- vendrá otra gran crisis (se refiere al 2001-2002) y un efímero presidente va a deslizar que cerrará el ministerio de educación. Habrá quienes se entusiasmen; se pasará del fortalecimiento de un ministerio sin escuelas al fortalecimiento de las escuelas sin un ministerio. Al final no pasa nada y en los dos años siguientes el Estado Nacional se concentrará en girar dinero a las provincias para sostener sus comedores escolares. De la educación, ni noticias.
Luego, como el cupo de leyes educativas que nunca se cumplen todavía no está del todo cubierto, vendrán cuatro más. Así, nos cuenta que la primera garantizará 180 días de clases. Ustedes se entusiasman, pero enseguida les dice que se olviden, nunca se va a cumplir. Saldrá otra para compensar el espacio perdido por la educación técnica años atrás. Comienza con fuerza, pero 15 años más tarde la norma ya no será recordada. La tercera logra animarlos: el dinero para educación llegará como maná del cielo. Será una Ley de Financiamiento Educativo. Tardará más de lo previsto en alcanzar el prometido 6% del PBI, pero, con todo, los salarios mejorarán, se crearán más programas (estarán tan esplendorosos como siempre) y todos felices… hasta que en unos años los recursos caerán otra vez, los programas languidecerán y los salarios se volverán a deteriorar.
Pero no hay que desanimarse, la cuarta promete mucho: la Ley de Educación Nacional de 2006. Derogará la Ley Federal de Educación, promulgada después de la transferencia de escuelas, a la que ya nadie recuerda aunque muchos creen haberla detestado. La nueva ley será una joya literaria aunque muy pocos podrán jactarse (?) de haberla leído entera. Una característica distintiva es que dejará todo tan abierto y será tan imprecisa en sus partes medulares que no tendrá ningún efecto práctico. Solo quedará como otro símbolo entre los muchos que hay; venerado sí, pero ignorado.
Cuando ustedes creen que ya no hay lugar para más fabulación, el enviado del futuro les dice que falta algo más. Luego de este híper activismo normativo vendrá una etapa que denomina “anarco-provincialismo educativo”. Ya no toleran tanta fantasía descontrolada, pero él les asegura que es cierto, que no exagera: serán unos años donde si bien continuarán creándose programas y eliminando otros (de eso nadie se privará), el ministerio nacional cada vez tendrá menos dinero y, consecuentemente, menos injerencia. Así, ante cada problema, y en un giro de 180 grados respecto de los últimos lustros, la respuesta del gobierno central será que cualquier problema que surja es responsabilidad de las provincias, que no lo miren a él…
Esto también es algo nuevo y quieren saber más. Pero nuestro relator sigue hablando y les dice que inmediatamente después de ese período se suspenderán las clases presenciales durante más de un año. Pero que no se preocupen, la “continuidad pedagógica” no se verá afectada porque después de tantos años de anomia estarán preparados para afrontar los problemas casi en soledad. Acá, el mensajero da por terminado el juego.
¿Inciden, entonces, las políticas educativas en el desempeño docente?
Muchos analistas, políticos y comunicadores responsabilizan a los docentes de los malos resultados educativos. Y sí, son tan responsables de sus alumnos como los médicos de sus pacientes, los ingenieros de sus obras, los abogados de sus representados, y así en cada caso. Pero ninguna profesión soportó una sucesión de dislates tan variada, tan intensa y en tan pocos años como en el ámbito de la educación argentina. Por eso las políticas educativas nos tienen que interesar a todos. De lo contrario, el próximo mensajero nos seguirá trayendo, una y otra vez, este tipo de noticias… Y correremos el riesgo de que se responsabilice siempre, y únicamente, a los mismos.
Ilustración: Tamara Aimé Contreras
Publicada el 9 de septiembre de 2021.
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