Enviado el 13 de Octubre
Hola, ¿cómo va? Yo bastante bien, aquí comenzando este espacio para compartir un poco las rumiaciones que a todo ser humano le surgen cuando va o viene de su trabajo, que en épocas prepandemia me acaecían en el subte, y ahora se corporizan mientras pedaleo (hermoso hábito se ha vuelto mi ida y vuelta en bici por la ciudad) hacia la escuela. En uno de esos pedaleos surgió el nombre de este newsletter, por dos razones: una, porque Julio Iglesias forma parte de la banda sonora de mi infancia (sí, se me cayeron varias sotas ahí), y cobró nuevas fuerzas con sus encantadores memes (me confieso muy fan de algunos), y otra, desde Aula dulce, aula salá quiero dar cuenta de esa sensación ambivalente, agridulce, que muchas veces tenemos en el aula, donde pasan cosas geniales, y otras no tanto.
Soy profe de Lengua y Literatura, pero también preceptora, tutora, referente del Programa de alumnxs madres, padres y embarazadas, y referente Esi de una escuela media de CABA, así que al aula llego desde diferentes lados. Y a veces el aula se traslada a otros ámbitos.Quería contarte que en vacaciones de invierno pude conocer el espacio de Scholas en el barrio Padre Mugica (también Retiro, también la villa 31, también el barrio, a secas). Hermoso edificio, limpio limpísimo, ladrillo a la vista, ambientes amplios, ventanales enormes, un baño inmaculado que ya quisiera yo en mi casa. Buena onda con la gente de Scholas, posibilidad de compartir espacios, el de nuestro colegio, el del barrio y así todos felices. Entonces tomó forma y color una vieja idea, la de reunir alumnas madres de la escuela, es decir, estudiantes tuteladas bajo el Programa de Retención escolar de alumnxs madres, padres y embarazadas. Para los íntimos, Programa de Alumnas madres, del que soy referente, cuyo objetivo es ayudar a estudiantes que atraviesan la maternidad/paternidad mientras cursan sus estudios secundarios, de modo que puedan terminarlos con éxito y no los abandonen.
El sueño era juntar a las chicas de ahora, a las de ayer, y que se contaran experiencias, se dieran fuerza, se apoyaran en más de un sentido. En la escuela esto había sido prácticamente imposible, ya que ellas nunca contaban con tiempo para encontrarse, porque llegaban al cole justo para rendir algo, traer algún trabajo práctico, con el/la bebé en cochecito, a upa o dando sus primeros pasos. Había otro elemento que hacía más jugoso el encuentro: la presencia de Yanina, muchacha ya de veintipico, que había sido alumna mía hacía más de una década, de esas que se sientan atrás y ponen la clase picante. Ahora era una mujer con dos hijas, que había tenido una pareja muy complicada, de la cual se había liberado. Su discurso power emancipador era música para mis oídos, con el plus de decirlo en español, pero con esa cadencia simpática que le da el guaraní, que les resultaría tan cercano a mis otras alumnas madres.Quedaba solamente citar a Milagros, muy cerca de su fecha de parto, y a Marcela, mamá de Ulises, ambas alumnas actuales del cole.
Meta watsap con las chicas y sus respectivas madres, para garantizar la asistencia de todas un sábado a la tarde ahí en el barrio, para charlar un poco del colegio, de los trabajos prácticos, de la vida misma. Minucioso trabajo de orfebrería mandando mensajes, prestando pequeños favores para lograr el encuentro.
El día D llegó a la puerta del barrio
Yanina me pasa a buscar, yo con una docena de facturas, termo con agua caliente, mate cocido y vasos plásticos. Recorremos las calles intrincadas, con abundancia de escalera caracol y reja externa, con venta de platos regionales, con canchitas de fútbol donde se concentra mucha gente. Durante la caminata Yanina me cuenta más detalles de su vida, algunos había escuchado en una reunión anterior, otros había intuido y ahora confirmo. Damos vueltas y vueltas, nunca hubiera podido llegar sola hasta la sede. Me llega un mensaje: “Holaaaaa, ¿en dónde están? ya estamos acá en Scholas”; “Ay sí, perdón Bety, estamos llegando, lo que pasa que… estamos… ¿dónde digo Yanina que estamos? Estamos llegando, estamos dando vueltas… espérennos, por favor, ya llegamos”.Sentadas en el borde de la rampa de cemento nos esperan Milagros y Bety, su mamá. A unos metros, apoyadas en la baranda metálica, Marcela y su mamá, Zulma. Me miran con un poco de desconcierto, sin entender todavía de qué va la reunión.Pongo cara de certeza y las presento. Yanina me ayuda sosteniendo las facturas. Toco el timbre en Scholas, no sale nadie. Puta madre, la cosa hace agua desde el lugar insospechado, tanto temer que me plantaran las pibas y al final… Wasap otra vez, y me habilitan el jardín de infantes próximo a Shcolas, Detrás de todo, dónde trabaja Bety, que justo no tiene la llave encima. “¡Yísus, esto no termina más…!” Por suerte enfrente del jardín vive Tita, la compañera de Bety, que sí tiene la llave. El bombeo de mi corazón me aturde mientras me concentro en cómo gira la llave en la cerradura, no me atrevo a mirar a todas esas personas que cité, y trato de diagramar la charla que tendrá lugar a continuación.
Entramos, Bety conoce el lugar, así que se dirige a la cocina, mientras Yanina y yo acomodamos una mesa larga y unos bancos.Finalmente nos sentamos, abro el paquete de facturas, sirvo los mate cocidos, Bety me alcanza el azúcar y cucharitas, agarro una medialuna para romper el hielo, y le digo a mi guía “bueno, contanos un poco”. Esa simple frase desata el río empoderado de Yanina, que arranca y no para, y nos relata cómo fue conocer a ese hombre a sus dieciséis años, él le llevaba diez, y pasarla bien al principio, pero después quedar atrapada en ese esquema de criar a sus dos hijas, que se llevan apenas un año de diferencia, mientras él le decía “Si sos una burra, vos no vas a terminar la escuela”, “si sos fea, ¿quién va a querer estar con vos?”.
El abandono del colegio, la imposibilidad de recibir apoyo familiar, ya que el mandato de permanecer al lado del padre de sus hijas cueste lo que cueste es un principio grabado a fuego en la escala de valores de la comunidad paraguaya a la que pertenece Yanina. Después de años de sentir que había perdido todo su carácter, un día le pidió a su madre que se quedara cuidando a las nenas y salió a caminar sin rumbo. Llegó sin saberlo a las puertas del colegio. Alguien salió, la reconoció “Yanina, ¿qué hacés acá?” “¿No terminaste el cole?” “Ya te anotás otra vez”. Y así fue, Yanina volvió, terminó la secundaria contra viento y marea, a pesar de todos los obstáculos que le impuso su antigua pareja, desde cortarle los víveres, pasando por llamarla durante la cursada inventando problemas con las hijas, y otras delicadezas.
“A veces te tenés que olvidar un poco de tus hijos para ser una buena madre. Me tuve que olvidar un rato de mis hijas para poder salir de eso, para poder volver a mí”. Las palabras de Yanina me quedaron rebotando en la cabeza.
Ella lo explica así, nos mira, y los ojos se le ponen brillosos. Como los de Marcela, cuando asiente y dice “Sí, a mí también me pasa que él me dice que va a cambiar y me pide perdón, pero después vuelve a pasar lo mismo”, mientras mira a su mamá. Bety también se identifica con esas promesas rotas, ese padecimiento, y Milagros se toca la panza enorme y se queda pensando. Ella acaba de dejar el hogar de su pareja, porque prefiere estar cerca de su madre cuando llegue el bebé. Tony ya le rompió un celular, y amenazó con romperle una tablet que le prestaron, para que no hable con ningún otro. Ella le cuenta a Yanina que está enamorada de Tony, pero por dentro creo que está empezando a hacerse preguntas.Ya se terminaron las facturas, cada una contó un pedacito de su vida, todas estamos un poco conmovidas de lo que escuchamos. Yo siento que en esta reunión pasó algo. Limpiamos el lugar, agradezco a todas la presencia, Zulma me dice “Linda tarde pasamos, profe, charlando”. Digo que se puede repetir, una vez que nazca el bebé de Milagros. Después, por wasap, sigo agradeciendo, “Gracias a vos” me dice Bety.Yanina me guía otra vez por el laberinto de calles hasta la salida, pero antes me lleva a conocer a sus padres. Les digo que su hija es la mejor alumna que he tenido, que me volvía loca en el aula y ahora es un orgullo total. En el camino de regreso creo que le digo veinte veces “gracias”. Ella me mira y me dice “Esto hay que hacerlo otra vez, profe, todas las semanas, con unas veces más que charlemos, ellas se van a dar cuenta”. Me quedo pensando…
Si llegaste hasta acá, está buenísimo. Espero que me sigas acompañando en los recorridos, a veces mentales, a veces llevando la escuela a otros lugares, cómo en esta entrega. Esta vez fue Aula dulce, veremos cómo sigue. Hasta la próxima y gracias.
Enlaces para seguir pensando
Si te interesa saber un poco más acerca del contacto entre el español y el guaraní, acá va el link de un artículo del Conicet al respecto. Soy profe de Lengua, me encantan estos temas. Para profundizar en el rasgo patriarcal de la sociedad paraguaya es pertinente esta investigación de Flacso.