Dos compañeras docentes alertan sobre la presente brecha de género en los espacios escolares. ¿Cómo tomar protagonismo y reclamar un lugar que nos corresponde?
Sobre la brecha de género en los espacios escolares
Advertencia preliminar: Los planteos que se desarrollarán a continuación no están destinados a usted, varón docente que lee esta nota algo alarmado, ni a los compañeros que de manera totalmente legítima ocupan hoy algunos lugares. Estos planteos buscan llamar la atención a nosotras, mujeres docentes, para alertarnos sobre nuestras propias prácticas que nos perpetúan en lugares invisibilizados.
Ser docente en el 75% de los casos implica ser mujer. En todo el mundo. En casi todos los niveles.
Ya dijimos mil veces que nuestro trabajo está precarizado porque es considerado como una tarea de cuidado más y lo explicamos hasta el cansancio… y sin embargo… aquí estamos, escribiendo una nota más sobre ser maestras y ser profesoras en un mundo patriarcal.
El tiempo pasa y todos gritan que la escuela debe innovar, estar a tono con los tiempos actuales, responder a mil demandas habidas y por haber. Y, sin embargo…
Nadie habla de innovación cuando hacemos planteos de género: los planteos de paridad son una antigüedad, algo vetusto, al borde del inventario. A riesgo de ser obvias, de sonar ofensivas o directamente insatisfechas, todas sabemos que en nuestros espacios de trabajo (escuelas primarias y secundarias primordialmente) aquellos compañeros varones que existan (en inicial casi únicamente como profes de educación física o música) terminarán ocupando un lugar privilegiado: bendito tú eres entre todas, etcétera.
Este lugar, vale aclarar si es que hiciera falta, les es asignado de manera totalmente involuntaria ya que como la propia definición de privilegio lo indica, es imposible escapar de él. Viene dado con el cargo como la más que segura miopía o los nódulos en las cuerdas vocales.
Los sociólogos dirían que se trata de una cuestión estructural. En un libro que ya casi es un clásico, Graciela Morgade afirmaba hace veinte años que en las escuelas se enseñaba y se aprendía a ser varón y a ser mujer reproduciendo estereotipos de género en los espacios menos pensados. Es así que nos invitaba, quizá por primera vez, a mirar consignas de matemática donde los varones construían puentes y las mujeres compraban tomates en la verdulería y a observar que las niñas eran más estimuladas que los varones en las áreas artísticas y literarias, mientras que los nenes eran instados mucho más que las nenas a realizar deportes y destacar en ciencias. El libro repasaba, además, las formas en que maestros y maestras asumíamos (y perpetuábamos) la idea de que las nenas son naturalmente más prolijas, cumplidoras y ajustadas a la norma que los varones, mientras los nenes poseen espíritus naturalmente más libres y rebeldes, diversidad que se plasmaban en trayectorias naturalmente diferenciadas.
En el momento en que ese libro (Aprender a ser mujer, aprender a ser varón, Ediciones Novedades Educativas, Buenos Aires, 2001) se hizo conocido en las instituciones, hubo una resistencia importante a reconocer que el lugar de la escuela como reproductora de los estereotipos de género iba bastante más allá de la necesidad de evitar rosas y azules para distinguir las mesas de trabajo del jardín, y que los docentes debíamos mirar prácticas naturalizadas en espacios que nos parecía que nada tenían que ver con este tema.
Hoy hemos decidido preguntarnos, como docentes, madres y trabajadoras, cuánto de estas cosmovisiones que impregnan la propia biografía escolar de maestras y profesoras se transfiere a nuestras maneras de habitar las relaciones entre varones y mujeres en las escuelas en las que damos clase. Nuestra hipótesis es que se transfiere demasiado.
Somos las compañeras mujeres las que le decimos al compañero que no se preocupe, que a la cartelera la hacemos nosotras porque esas cosas “no se le dan“.
Hemos decidido preguntarnos, como docentes, madres y trabajadoras, cuánto de estas cosmovisiones que impregnan la propia biografía escolar de maestras y profesoras se transfiere a nuestras maneras de habitar las relaciones entre varones y mujeres en las escuelas en las que damos clase.
Nosotras redactamos las planificaciones y los proyectos, porque somos más ordenadas y prolijas para estas menudencias burocráticas, mientras ellos se ocupan de los “grandes temas de la educación”.
Nosotras labramos las tediosas actas e infinitos diplomas ya que ellos “no tienen buena letra”.
Nosotras preparamos a los nenes que bailarán en el acto escolar, ellos leen los discursos.
Nosotras hacemos el curso de didáctica de las ciencias naturales, pero son ellos los que saben cómo, cuándo y con quiénes se debe usar el laboratorio.
Minucias como capacitarse, preparar clases, y escribir documentos escolares parece ser cosa de chicas. Ellos se resisten a hacer cursos que creen que son pérdidas de tiempo y parecen estar más allá de estas pequeñeces. Ellos improvisan y/o repentizan, y no muestran vergüenza alguna en utilizar estos verbos para describir su trabajo.
Nosotras explicamos día a día temas difíciles y aburridos con tiza y pizarrón, ellos aparecen para motorizar cosas excitantes y desrutinizadoras como la Feria de Ciencias o la charla debate con el Veterano de Malvinas.
Seguimos recordando a Sarmiento y muy poco a Juana Manso.
Es incontable la cantidad de veces que las mujeres decimos “dejá que yo lo hago” a un varón cuando se trata de un trabajo no conducente al estrellato, porque sabemos que es muy probable que tengamos que esperar sentadas una resolución cuando el tiempo apremia. Las chicas somos quienes sostenemos las grises tareas aburridas que mantienen todo funcionando.
A veces, también, nos enamoramos y esponsoreamos compañeros que no se lo merecen, guiadas por principios del amor romántico y nuestro mandato redentor de almas masculinas rebeldes (y especiales, ya que sino por qué habrían de haber elegido este femenino camino de sacrificio docente), almas que resisten el ajuste a las normas y los plazos que parecen aplicar para todas, pero no para ellos.
Ellos nos explican cómo “manejar” grupos y familias. El mansplaining docente es el más sofisticado de todos los mansplainings. Siendo total minoría y habiendo ellos entrado después al partido… son DT, árbitro y comentarista. Tienen la fórmula correcta para casi todo. No importa si son profesores de matemática, también saben cómo abordar una situación traumática de un pequeñito mucho más que la mismísima psicóloga de la escuela.
Mamá
Mamá
Mamá
Mamá
El hijo de una de las autoras de esta nota nos interrumpe.
Seguimos recordando a Sarmiento y muy poco a Juana Manso.
El cuarto propio de Virginia Wolf sigue sin ser una realidad para la mayoría de nosotras. Cuando queremos regresar al baile, después de parir y criar, parece que llegamos tarde a la fiesta. La regla para triunfar es nunca bajarse del tren (sea cual fuese): sostenerse, estar vigente (no tenemos nada que envidiarle al showbusiness) es la condición necesaria para el ASCENSO y a nosotras se nos dificulta por triplicado. Sin embargo la seguimos peleando pero obviamente vamos a llegar (si es que llegamos) agotadas y de mal humor.
Sabemos bien que éste es un tema áspero como lengua de gato pero no nos queda otra más que tirarlo sobre el tapete, así nomás, con crudeza y sin anestesia.
En un mundo donde una comunicadora dice en prime time que más vale que las mugrientas manifestantes del 8M vayan a depilarse y laburar porque seguro que están protestando a causa de daddy issues o insatisfacciones sexuales universitarias, volver a colocar en el centro la agenda feminista es un problemón.
Por suerte existen despeinadas y (mal) educadas que siguen sosteniendo que la desigualdad está ahí, que la brecha de género no hace más que aumentar en un contexto donde todavía los varones parecen tener el baremo para catalogarnos de “buena” o de “mala” mujer, e incluso de “buena” o “mala” feminista. De todos modos, el escenario actual requiere mayor inteligencia y estrategia.
La mayoría de los docentes varones acceden a cargos de conducción y jerarquía dentro de las escuelas y los sindicatos.
¿Cómo es esto posible? ¿Cómo una minoría llega a lo más alto del escalafón sin necesidad de cupos? ¿Por qué no funciona de la misma forma en gremios mayormente masculinos con la posición de las mujeres? ¿Por qué cuando los docentes varones toman la palabra llegan más lejos con sus reclamos en los medios? Sus inquietudes no son tomadas como quejas y sus exabruptos son considerados necesarios, propios de gente apasionada, pero jamás hijos de la histeria y la locura.
Cuando una de las autoras de este texto fue delegada del gremio docente por primera vez, se sintió absolutamente sorprendida porque en la Asamblea sólo veía varones y más varones… pero, ¿cuál era la razón, dados los aplastantes números que dan cuenta de la feminización de la profesión docente?
La otra firmante de esta nota osó ser parte de la conducción de un sindicato y vivió en carne propia la amansadora militante que recorre todo el arco ideológico, porque en esto parece que no hay grietas. Sólo conducen las que aguantan espacios absolutamente expulsivos a costa de dejarlo todo (incluso la salud).
En la serie Borgen, el personaje de Birgitte es nombrada como Primera Ministra de un país primermundista como Dinamarca y es criticada por su propia secretaria por ir a trabajar con su hijo, a la vez que le espeta un “esto no es una guardería”. Cuando una problemática llega a una ficción danesa ya podemos afirmar que es global. Al fin y al cabo la única realidad es Netflix.
Que nos representemos a nosotras mismas es muy importante. No dejemos que otros expliquen cuáles son nuestras necesidades sin vivirlas. Sabemos que es difícil y sabemos que no es condición suficiente ser mujer para ejecutar o motorizar políticas de género o que sean favorables al gremio (ejemplos en la mala gestión saltan inmediatamente a la vista y son usados en nuestra contra) pero es condición necesaria.
Nosotras mismas replicamos en las escuelas la cultura tóxica de la competencia entre mujeres como rivales. Nunca entendimos cómo hacer camarilla a nuestro favor.
Un buen número de directoras reclutan varones y no temen expresar que lo hacen para que el ambiente no sea un chusmerío, para equilibrar un espacio donde muchas mujeres juntas siempre traen problemas. A la vez, reconocen que los curriculum vitae de las docentes son mucho mejores que los de sus pares varones, que se capacitan más y que son más respetuosas y ordenadas en su trabajo. Todo indica que las chicas, a pesar de la casa y los hijos, sacamos tiempo de donde no tenemos para cumplir.
Estamos haciendo un esfuerzo enorme, hagámoslo valer. Podemos cambiar esta dinámica y lo tenemos que hacer para ayer.
Mientras escribimos estas líneas, tenemos muy en claro que nos acusarán de generalizar, de ser portadoras de prejuicios verdes, de not all men en la escuela.
Por supuesto que la nota generaliza, por supuesto que hay compañeros que escapan a estos rasgos. Pero los treinta y seis años de antigüedad que sumamos juntas y el paso por casi todos los niveles del sistema (primario, secundario y superior) nos otorga cierto margen de reflexión para verter aquí nuestro encono y nuestra preocupación, que esperamos sirva para desnaturalizar ciertas prácticas y representaciones que no estarían sumando a la igualdad de género en el espacio escolar.
Nos gusta pensar que esta nota es una invitación especial que les hacemos a nuestras compañeras docentes para pasar al frente y tomar protagonismo aun a sabiendas de que los señalamientos serán mucho más fuertes hacia nosotras. Para tomar la palabra y enfrentar el ridículo y la violencia. Para ocupar espacios y aguantar las críticas por abandónicas o fálicas. Aunque a veces el diálogo encuentre un techo y haya que empujar a los codazos.
Publicada el 12 de abril de 2022.
Si te gusta lo que hacemos en Gloria y Loor podés apoyarnos asociándote a la Cooperadora de GyL.