Somos siete docentes en una terraza

Fotografía: Gabriel Orge (“Presente: retratos de la educación argentina”)

Las cosas no están saliendo como desearíamos, reflexiona Belén Albarello acerca de lo que esperamos que les estudiantes aprendan. ¿Y entonces?

Somos siete docentes en una terraza, alrededor de una mesa festiva: en minutos será el cumple de F., que siempre cumple en vacaciones, pero este año no, porque este año se ve que tenemos que romper algún récord de presencia inútil, profundamente inútil, en las escuelas.

Somos siete maestras y maestros de primaria, casi todes del mismo distrito, casi todes del mismo profesorado, casi todes de esa camada de docentes híper escolarizades e híper politizades, somos exageradamente docentes y entonces es obvio que vamos a hablar de Borzone y de Kaufman, de esa guerra prolongada entre enfoques alfabetizadores, de las repercusiones de una conferencia que salió por YouTube y que la misma red de las escuelas bloqueaba. Estamos de acuerdo en que se está inventando la pólvora, sabemos que la disputa es por otras cuestiones, todes adscribimos al enfoque comunicativo que, entendemos, está más amigado con la psicogénesis que con la consciencia fonológica.

-Y sin embargo…- objeta J. Lo hace despacio, prudente. –Están llegando cada vez más a segundo ciclo sin estar alfabetizades.

Tiró la bomba y se lo agradecemos. Lo dijo. Es el “sin embargo” que nos molesta a muches, la incomodidad del animarse a admitir que las cosas no nos están saliendo como queremos. Es más: no están saliendo como deberían, como se supone que iban a salir. Es insoportable tener que reconocer que compartimos algo del diagnóstico que hacen las peores personas dentro del ámbito educativo, que tenemos que darle parte de razón a gente cuyo único interés es acomodarse en alguna lista electoral o buscar un cargo fantasma en un ministerio. Les siete nos animamos a pronunciar la palabra maldita: fracaso. Así que vamos, vamos a hablar del fracaso. Pero antes te invito a vos, lector, lectora, a que me leas desde la mejor de las intenciones. No hay más espacio en las escuelas para la mala leche oportunista, no tenemos más tiempo para seguir en una competencia de egos ni de politiquería de pésima calidad. Voy a hablar del fracaso y para eso necesito pensar que me vas a intentar entender antes de querer explicarme de qué va la cosa, antes de querer solucionarme la vida, antes de elaborar cualquier tipo de juicio apresurado. ¿Arrancamos?

El fracaso del constructivismo

“Fracaso” es una palabra que vuelve una y otra vez en el mundo educativo. Está el fracaso individual que en algún momento implicó repetir el grado, el fracaso comunitario cuando hay violencia dentro de las escuelas, el fracaso del sistema cuando excluye y no le da empleades a Toyota. No hay estudiante del profesorado que se haya recibido sin escribir algún trabajo sobre el fracaso. La misma ministra porteña tildó de fracaso nuestro paso inconcluso por otros recorridos académicos que terminaron llevándonos a las aulas (es decir, un rotundo exitazo). Hay fracasos para todos los gustos, porque un fracaso es algo que prometía y al final terminó no dando los resultados esperados. En una escuela que recibe las más disímiles y ridículas expectativas, el fracaso está asegurado. Hoy algunes sienten que está muy bien hablar de fracaso del constructivismo, el que venía a salvar a las blancas palomitas del formateo reproductor al estilo The Wall, el que nos juró que no sólo iban a aprender sino que iban a aprender más y mejor, y que hoy nos entrega chicos y chicas que terminan la primaria con escrituras de lo más rudimentarias y un conocimiento superficial de algunas nociones matemáticas. Yo comparto, muy a mi pesar, este diagnóstico. 

-La mitad de les pibes vive bajo la línea de pobreza. No podemos discutir de enfoques si no discutimos eso.

Frenemos. Alejandra Pryluka, en esta nota, le da la media vuelta a la llave para parar el motor: ¿es cierto que esto es atribuible al constructivismo? Yo me animo a agregar otras dos preguntas: ¿es cierto? Y de serlo, ¿cómo lo saben? Porque lo que la experiencia de transitar escuelas nos indica es que las formas de enseñar que podríamos llamar constructivistas no son ni por asomo las mayoritarias en las aulas, por lo que es muy arriesgado decir que “con la metodología de ahora” (un “ahora” que en CABA ya lleva más de veinte años) no se aprende. ¿Cómo medir algo que sucede de forma tan excepcional? ¿Cómo saben que la culpa la tiene el constructivismo que es el Godot de la pedagogía?

Yo no soy muy ducha en alfabetización, así que no me adentro en esos menesteres, pero sí puedo dar fe de que en la enseñanza de la Matemática el enfoque constructivista real, el que se aplica en la inmensa mayoría de las aulas, se reduce a la descomposición polinómica con otros nombres y la división francesa. ¿Podemos decir que les chiques no saben dividir por culpa del constructivismo si muy pocas veces trabajaron con ese enfoque? ¿Y qué decimos de les adultes que no saben dividir y aprendieron de la otra forma? ¿Quién está relevando estas experiencias y sus resultados? ¿Están teniendo en cuenta que lo que propone el Diseño Curricular es una entelequia en la inmensa mayoría de las escuelas?

Y sin embargo.

El sin embargo vuelve a molestar. Pareciera como que esquivamos la pregunta, como si cintureáramos un problema caliente, como si las infancias no fueran urgentes, hoy, en un presente imperioso. Algo no funciona. Entonces, exageradamente docentes como somos, pensamos, discutimos, soñamos poder encontrar respuestas mientras comemos una porción de torta de cumpleaños. El gran fracaso del constructivismo, aventuro mientras apuro una copa de vino, es que nunca logró implementarse del todo. No sabemos bien por qué, quizá porque es más difícil trabajar desde esa complejidad, quizá porque requiere de muches más docentes o, como decían M. y G., de mayor capacitación. ¿Cuánto más nos tenemos que capacitar? ¿No estamos cargando las tintas siempre sobre lo mismo?

Avanza la noche, ya estamos para ir cerrando. Mañana hay que estar temprano en la escuela, otra vez estúpidamente inútiles. Alguien dice que, al fin y al cabo, en Cuba se alfabetizó a un país a pura repetición de palabras. Alguien le contesta que, bueno, quizá las condiciones materiales eran diferentes. Y, entonces, E. da en la tecla:

-La mitad de les pibes vive bajo la línea de pobreza. No podemos discutir de enfoques si no discutimos eso.

Levantamos la mesa y nos vamos. No encontramos más respuestas. Quizá sea porque en una época pedíamos que en la gestión de los ministerios hubiera gente con título docente y ahora parece que somos las señoritas maestras quienes debemos poder hacernos cargo de la macroeconomía. Entretanto, las discusiones, cada vez más ajenas, cada vez menos reales, cada vez más alejadas de nuestra tarea de ponerle palabras y números a una realidad que se vuelve día a día un poco más hostil.

Publicada el 18 de febrero de 2022.


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Belén Albarello

A los tres años entró a la escuela y todavía no ha conseguido irse. Abrevó en todos los niveles educativos hasta que se enamoró del guardapolvo blanco que, como el vino y el tango, te esperan. Quería ser docente porque educar es combatir y vivió para comprobarlo. Hincha del Rojo pero más de la Selección. El humor es su espada, su pluma y su palabra.

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