Cap. 2: De Margarita a Margot

Cap. 2: De Margarita a Margot

DE MARGARITA A MARGOT PERO SIN PERDER LA SALUD MENTAL EN EL INTENTO Muy buenas tardes, espero que estés disfrutando de tu descanso laboral en una reposera ubicada en algún lugar bonito de tu casa o de otro sitio… y, si estás trabajando, deseo de todo corazón que encuentres un lindo momento para relajarte un poco en este tórrido verano. Aquí desde Gloria y Loor le seguimos poniendo el pecho a la reflexión educativa, aunque más no sea para complicarle el argumento a los que cuentan que los docentes somos todos unos vagos y que encima tenemos tres meses de vacaciones (¿!) 
En nuestra entrega anterior anduvimos diciendo cosas sobre la necesidad de tener un espíritu mandón para no perderse tanto en la maraña de situaciones y complicaciones que implica abrazar un cargo de gestión. Hay que reconocer una verdad un tanto vergonzante: la mayoría de nosotros accedimos a un cargo directivo sin saber muy bien qué íbamos a tener que hacer. Claro, si antes fuiste Vicedirector y luego pasaste a ser Director esto que acabo de decir no tiene demasiado sentido. Yo estoy refiriendo al primer cargo directivo de tu vida.  Tenés que saber que lo primero que recibe un Director que accede a su puesto es un manojo de llaves para abrir puertas, puertas de cuya existencia no tenías la menor idea en más de un caso. Esta frase podría encerrar tremenda metáfora pero les juro que no, es la realidad más concreta que vive un Director apenas llega a su lugar. “Tomá este llavero y que Dios te ayude”, así es más o menos la cosa. Por supuesto que quien se está yendo te explica de qué es cada llave porque todos somos buenas personas, pero a veces ese Director que acaba de jubilarse tiene más ganas desaparecer del sistema educativo que de seguir instruyéndote a vos, y no lo culpo para nada.
Otra cosa que nadie te dice es que cuando entrás a la Dirección perdés algún/algunos/varios amigos. Esto no es algo que puede pasarte, esto es algo que definitivamente va a pasarte porque tiene que ver con tu transición de docente a Director. Independientemente de que (como sucede en el nivel secundario) vos sigas teniendo algunas horas de clase, la impronta del cambio es muy grande porque afecta a tu identidad principal, a lo que le dedicarás más horas de tiempo y de cabeza.  Esta transición no es fácil ni rápida, puede durar entre uno y dos años, y trae aparejados muchos bemoles que vamos a discutir a continuación.
Instrucción Nro 2: De Margarita a Margot pero sin perder la salud mental en el intento
En mi casa se cantaba tango. Mi madre, mi abuela y mi tía tenían bonitas voces; mi padre (fanático recitador de Héctor Gagliardi) las escuchaba con placer. Es por esto que me sé de memoria varias letras, aunque en mi cabecita infantil una de las que más me llamaba la atención siempre fue Margot.  La historia de la joven de barrio, cuya madre es sacrificada lavandera, a quien seducen tanto los brillos del lujo de restaurantes famosos, vestidos caros y hombres trajeados, que termina cambiando su nombre original “Margarita” por el afrancesado, glamoroso y sofisticado Margot. 


La mejor versión de Margot es, sin dudas, la de Julio Sosa, a.k.a. El Varón del Tango. Disfrutala acá .
Después, cuando crecí, supe que hay muchas canciones que cuentan historias de gente que cambió tanto su manera de ser que de golpe se volvió irreconocible.  Todas estas letras poseen la misma estructura: personas que alguna vez fueron sencillas, espontáneas, humildes y que por esos azares de la vida acumulan dinero, contactos y/o poder y terminan cayendo en el pecado de la soberbia, el desinterés por el otro, la ambición desmedida. Del otro lado se ubica un observador neutral y sufrido, con sus valores morales intactos, alguien incapaz de venderse por un puñado de deshonestos denarios, que extiende el dedo admonitorio.  Estos textos se nutren del arquetipo del garca que ascendió, desprecia su pasado y transitando la calle mientras maneja flor de autazo cuando le contás tus problemas te tira “hablá con mi secretaria que un turnito te va a dar”, tal como dice el protagonista de la genial milonga Los de arriba y los de abajo, de la cantautora contemporánea Zulma Ontivero.  
El tema es que si juntás energía como para postularte para un cargo directivo es muy probable que te sientas señalado por este dedito que te acusará de “haber cambiado” más de una vez.  Pero resulta que, si no cambiás, y no un poquito, sino bastante, jamás vas a ser un buen Director o una buena Directora. 
“Pero, ¿cómo que tengo que cambiar mucho? ¿Querrás decir que cambie pero sin modificar mi esencia, verdad?”  Por favor, ahorrémonos estas derivas místicas sobre temáticas dolorosamente terrícolas. Un poco de ciencias sociales no viene mal en estos momentos, así que no está de más recordar que la identidad es una construcción, no una esencia inalterable, intangible e inmodificable que nos soplan en el alma desde las alturas. Vas a tener que cambiar porque si no lo hicieras serías un necio, una persona que no alcanza a comprender la magnitud de las responsabilidades que han caído sobre tus hombros. Vas a tener que cambiar porque ya no se trata de que este curso en particular aprenda un poco mejor la función cuadrática: ahora tenés que pensar en una escuela y todo lo que ella contiene como constituyente de las incumbencias de tu rol. Es por esto que desconfío profundamente de ese colega que afirma alegremente “yo no cambié cuando me hice Director, yo sigo siendo el mismo que cuando entré a mi primera clase”. Si esto es realmente es así, y no se trata de una frase hecha lanzada en conversación de café para acomodarse al cliché, o sos un poco inconsciente o estás demasiado desprendido de tus obligaciones (por decirlo elegantemente). 

Respecto de este cambio, algunos y algunas están más preparados en términos de experiencia profesional para transitarlo que otros y otras. Más allá de las capacitaciones sobre gestión directiva que hayas podido realizar, la gestión escolar tiene mucho de oficio práctico y las mencionadas capacitaciones suelen ser renuentes a abordar tal costado del asunto. Por ejemplo, la Dirección implica cultivar un aspecto generalista del trabajo en educación, y maestras de jardín y de primaria tienen una formación de origen mucho más compatible con esta mirada que los profesores de escuela secundaria, que estudiamos para enseñar una disciplina específica y acotada. A esto se suma el hecho de que maestras y maestros de inicial y primaria tienen más contactos con las familias y con profesionales externos, mientras que en la secundaria este trabajo generalmente lo hacen otros, como preceptoras y preceptores. Así las cosas, si sos docente de secundaria probablemente la transición sea un poco más lenta y/o dolorosa, porque aprender a mirar más allá de la enseñanza de la química, que ha sido tu oficio durante diez, quince, veinte años, es un proceso que no se va a dar automáticamente, sino que tendrás que cultivarlo a contrapelo de tu formación inicial.Pero volvamos a la transición, a ese tiempo durísimo que te tocará vivir. 

Algunos descubrimientos que realizarás serán particularmente crueles. Por ejemplo, perderás algunos amigos. Sí: habrá gente de tu entorno más cercano que por distintos motivos permanentemente te echará en cara que cambiaste, que ya no sos igual.  Pasa que, como dijimos, vos no podés ser igual, ni con los compañeros y compañeras ni con los alumnos y alumnas. Veamos un ejemplo sencillo: reunirse a comer con compañeros es posible y muy deseable para un Director, pero tenés que saber que cada comentario que realices será interpretado desde tu función, y si decidiste expresar “en confianza” algo un poco despectivo sobre alguien del colegio… será la Dirección quien lo esté expresando. Y sí: lamento informarte que no existe ningún mecanismo que permita separar a “la persona” de este rol. 

Es decir, podemos charlar largamente sobre el empírico hecho de que los directores y directoras también somos personas, pero la verdad es que cada palabra o acto que realices será interpretado como si estuvieras sentado en el sillón de tu oficina y no en la fiesta de cumpleaños de un amigo. Es por esto que deberás aprender a que no es necesario que estés opinando todo el tiempo sobre todos los temas, por más que así te lo demanden. Y frente a la duda sobre qué decir o qué hacer, difícilmente la cautela sea una mala opción.  Como decía Carlito Brigante (Al Pacino) en una de mis películas favoritas: “La calle siempre está mirando” (Carlito’s way, dir. Brian De Palma, 1993).Algunos amigos docentes comprenderán esta realidad, y no te estarán exigiendo que te comportes “como siempre”, e incluso te cuidarán de la maledicencia o de las malas decisiones. Pero otros no serán así, y es bueno que estés preparado para esto. 

Una cuestión central para atravesar este proceso con la salud mental medianamente intacta es cultivar una mente abierta. En efecto, así como se terminarán algunas amistades vas a encontrar nuevos amigos en compañeros con los que tal vez no compartías demasiado con anterioridad, incluso gente que definitivamente te caía mal.  Las circunstancias cambian y existen algunos que estamos más preparados para amoldarnos a los cambios que otros. Es importante que sepas que aquí las adscripciones ideológicas y partidarias no jugarán absolutamente ningún rol: sencillamente existen personas que están más predispuestas a comprender tu situación que otras, y algunas quedarán más adheridas a los arquetipos organizadores del pensamiento que venimos describiendo con las letras de las canciones.

En efecto, esos arquetipos son muy poderosos, y el del garca ascendido y olvidado de los verdaderos valores de la vida está muy instalado en la cultura popular argentina porque forma parte de nuestro inconsciente colectivo. Recordemos también que es muy tentador el placer inmediato que provoca el uso del dedo admonitorio desde supuestos sitios de superioridad moral. Así es que preparate: te dirán que te olvidaste de “quién eras” y, si tenés la suerte de cambiar el coche, algunos miembros de la comunidad educativa expresarán sus sospechas asumiendo que te enriqueciste ilícitamente.(Debo confesar que me estoy riendo sola mientras escribo estas últimas líneas, los directores no sólo no tenemos oportunidad alguna de enriquecernos con nuestros postergados salarios, sino que en innumerables ocasiones y en absoluto silencio ponemos plata de nuestros bolsillos para que puedan funcionar algunas cosas).

Siguiendo con el temita de la transición, es probable que sientas que debés hacer algunos cambios en tu manera de vestir, lo cual es perfectamente esperable: tal vez no estés cómodo usando tus jeans rotos en ambas rodillas cuando tengas que conversar con un padre acerca de las dificultades para cumplir los Acuerdos Escolares de Convivencia que tiene su niño. Por supuesto, esta cuestión estará totalmente asociada al perfil de escuela en la que estés trabajando, pero es importante que sepas que si realizás algunos cambios en tu estilo de vestir algunos también podrán verlo como intentos de sobresalir asociados a tus injustificados “humos”. No prestes atención a ninguno de estos comentarios, si alguien te pregunta de frente por qué decidiste sacarte justo ahora los mechones multicolores de tu cabellera podés narrar con calma que ya no te sentías feliz con ellos, y no mucho más. Nadie tiene por qué meterse con vos si decidiste hacer cambios en tu aspecto personal porque profesionalmente te pareció necesario, ni tenés por qué brindar explicaciones innecesarias de cada rubro de tu accionar. Algunos viejos amigos también pueden molestarse porque no estás disponible todo el tiempo en la Dirección para atenderlos. Es probable que tengan ganas de pasar por tu escritorio cada vez que algo sucede para comentar cosas, para tomar un mate, para darte un beso (estas dos últimas prácticas presuponen un escenario pospandémico feliz, dejame soñar un rato). Y es muy probable que muchas veces vos no puedas atenderlos justo en el momento en que demandan tu atención: muy especialmente durante el periodo que dure tu transición estarás tan ocupado tratando de entender para qué sirve cada llave (real y metafórica) y también intentando que no se te queme la escuela (retomando el meme de Los Simpson que pusimos al principio), que no siempre estarás disponible. He aquí un muy bello momento para derribar otro mito, el de la “Dirección De Puertas Abiertas”. Y no, no siempre podemos tener la puerta abierta para atender todas las demandas. Además, es importante fortalecer a los otros trabajadores que nos rodean como personas que pueden solucionar cosas: de ninguna manera el Director puede convertirse en la primera línea de combate porque entonces profundizamos más la precarización y jamás estaremos en condiciones de juntar tiempo para meter mano a cambios relevantes que precisa nuestra escuela.  Una mamá enojada por la mala nota de Geografía debe aprender que en primer lugar tiene que pedir cita con el profesor de Geografía, si el Director la recibe antes de que esto suceda sólo desautorizará al docente y convertirá el problema en una instancia de chusmerío. En cambio, si habla con el profesor, en una amplia mayoría de los casos las situaciones se resolverán con el diálogo directo.  Y, si no ha sido así, por supuesto que le darás cita a la madre en cuestión para escuchar sus inquietudes, aunque te recomiendo que esta cita nunca sea inmediata: recibir gente enojadísima sólo aumenta las posibilidades de que primen las irracionalidades y se instalen climas de violencia. Veinticuatro horas de espera pueden tranquilizar un poco los ánimos (bajar la espuma) y lograr que ese encuentro sea más productivo que una instancia de escucha de cataratas de insultos. 

Sobrevuela estas líneas un fantasma terrible que hay que evocar: el fantasma de la soledad del poder. La soledad del poder existe si vos te quedás abrazado a tu almohada llorando por los amigos que perdiste, si no te vinculás con otros Directores y Directoras, si decidís darle la espalda a compañeros y compañeras que te tienden una mano pero no votan a la misma gente que vos o tienen posiciones distintas sobre el aborto legal.  Si te la pasás añorando la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser, ahí sí experimentarás una triste y agobiante soledad. Pero si seguís los consejos que te di más arriba, capaz que hasta empezás a disfrutar de la movida. Ubiquémonos ahora en ese momento en que ya terminaste tu transición, ya sabés usar el manojo de llaves que te dejaron y ya dejaste de sentir que todas las mañanas te disfrazás de Directora porque ya sos la Directora. ¿Qué hacer ahora? ¿Cuál debería ser, además de sobrevivir, mi primera meta pedagógica en este sitio? Muy simple, deberás tomar consciencia de que La Libertad De Cátedra Son Los Padres y actuar en consecuencia.

Pero esto ya es materia para nuestra Tercera Instrucción y quedará para la próxima entrega.

Un beso grande y nos estamos leyendo en febrero.  Vipi.-
Viviana Postay@vipiresca

Viviana Postay Dirección editorial Cordobesa nacida y criada. La gloriosa Universidad Nacional de Córdoba le dio tres títulos: Profesora y Licenciada en Historia y Magister en Investigación Educativa. Durante más de once años fue miembro del equipo de conducción en una escuela secundaria de más de ochocientos alumnos y cien docentes, primero como vicedirectora y luego como directora. Forma maestros en un Instituto de Formación Docente del interior de la provincia de Córdoba. Es Especialista en Gestión Educativa y Doctoranda en Ciencias Sociales por Flacso Argentina. Es mamá orgullosa de una hija docente. Lo que más le gusta en la vida es leer y jugar con sus perritas. En Twitter es @vipiresca.

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