Derechos+Deberes=Fifty/Fifty

Instrucciones para sobrevivir en la gestión escolar por Vipiresca

Muy buenas tardes, queridos amigos y amigas de Gloria y Loor, aquí estamos delineando la máxima de junio, mes que viene recargadísimo de obligaciones reales, absurdas e inventadas, mes de rendiciones de cuentas y presentaciones agobiantes con extensas cantidades de documentación cuyo impacto real a la hora de mejorar la educación es, cuanto menos, dudoso.

Hace unos días la gente de Tramar Ed  me invitó a participar de un encuentro con colegas directores y docentes, donde analizamos por qué es tan difícil acordar sobre educación en las escuelas. Mientras yo exponía mi parecer, enojada por las situaciones que a los docentes nos viene tocando vivir en este contexto de pandemia tardía, me acordé de golpe de una célebre publicidad de los años noventa, en la que una madre de clase alta imprecaba a su elegante mayordomo con una frase que hizo historia: “¡Jaime! El niño tiene sed, y no hay naranjas”. Entonces el mayordomo preparaba un vaso del famoso jugo en polvo y, luego de explicar al público telespectador las bondades del producto, le daba un vaso al niño. El niño apuraba el contenido rápidamente y decía, prepotente y altanero, “¡quiero más!”  El mayordomo cumplía y le deba otro vaso, a la vez que murmuraba lo suficientemente alto para que el espectador pudiera escucharlo, “¡no se lo merece!. Importante es decir que estos pedidos de cubrir la sed del niño aparecían en los momentos más imposibles: cuando la familia estaba en medio de un naufragio, en una isla llena de caníbales, adentro de las pirámides egipcias… en fin, en cualquier escenario que volviera aún más complicada la resolución del pedido.

Aquí les vengo a blanquear, al compás de este ñusleter, que más de una vez me siento así en mi trabajo cotidiano al interactuar con los chicos y chicas que me toca educar, muy particularmente después de la pandemia. No, no están leyendo a una directora que se considera defensora de meritocracias y afines, sino más bien a una educadora de mediana edad que desgrana sus asombros doloridos frente a padres y sociedad que se comportan como la señora de la mentada publicidad exigiendo que la escuela invente jugos en polvo que, a manera de soluciones mágicas e imposibles, suplan la carencia de naranjas. ¿Se descubre tardíamente un abuso intrafamiliar?  Será porque la escuela no lo detectó a tiempo. ¿Niños hostigan a otros niños? Es porque la Directora no hace nada con el bullying pues no le interesa. ¿Los jóvenes se gastan todo el sueldo en estupideces y tienen cero capacidad de ahorro? Es culpa de la falta de Educación Financiera en las instituciones. Y así todo, en un loop incesante donde una sociedad cada vez más tiránica exige a los docentes que presentemos válidas respuestas a problemas sociales que nos exceden en el marco de los escenarios pandémicos más insólitos, en los que nadie sabe cómo cuernos proceder, pero sobre los que docentes y directores parece que tenemos que tener la posta para producir naranjas sin naranjas.

Mis queridos lectores, tonto sería asumir que los niños, las niñas y los adolescentes que hoy pueblan nuestras escuelas nada tienen que ver con este sentido común tan extendido sobre escuelas, maestros y profesores, así que ha llegado la hora de meternos un poco más profundamente con este sujeto de aprendizaje, con las naranjas y con el naufragio.

Instrucción Nro. 7: Para educar, sostengamos un fifty-fifty en derechos y deberes.

En los tórridos años noventa, de la mano de la Ley Federal de Educación, uno de los cursos más famosos que los docentes teníamos que hacer (al menos en la provincia de Córdoba), se llamaba Sujeto del Aprendizaje. En este curso los maestros accedíamos a saberes sobre quiénes eran nuestros estudiantes, sus motivaciones, perfiles cognitivos según la edad, nuevas culturas juveniles y yerbas semejantes. Recuerdo que en la primera clase la profesora arrancó por cuestionar el viejo adagio que reza: los niños deben ser vistos pero no oídos. Y yo pienso ahora, mientras escribo estas líneas, ¡VAYA SI HOY VEMOS Y OÍMOS A LOS NIÑOS!  Toda una sociedad ha colocado a la niñez y a la juventud como el deber ser al que los adultos tenemos que aspirar, ya sea vía depilación láser definitiva, tratamientos para mantenernos delgados y con las carnes prietas, espíritus con frescura alegre y espontánea o sinceridad irresponsable: lo peor sería que nos califiquen de vieja amargada, viejo meado o directamente viejo choto.  Los adultos circulamos por los pasillos de las escuelas sospechados un poco de todo: saque afuera su niño interior, manténgase joven “cueste lo que cueste”. Hay que decirlo: los chicos y las chicas que hoy son nuestros alumnos en los niveles obligatorios del sistema se han criado sabiendo que sus estéticas, sus éticas y sus poéticas representan un deber ser al que los mayores tenemos que aspirar. Hasta las actitudes altruistas de los chicos forman de una moral mediatizada donde un niño de nueve años que juntó dinero (¡a la manera del influencer Santiago Maratea!) para comprar anteojos a su compañerito más humilde, es entronizado por una prensa desbordante que cuando lo entrevista le dice “ya sabemos que sos alguien muy ocupado” , a la vez que una importante especialista en educación nos ordena a los adultos seguir el ejemplo de Joaquín porque ahí está la esperanza. 

La hipótesis que voy a sostener aquí es que en esta pandemia tardía se han terminado de unir de forma poco feliz dos lógicas en la construcción de subjetividades de niños, niñas y adolescentes, y que es esa unión la que hay que desarmar, interpelar, cuestionar y, a la postre, destrozar.  Se trata, por un lado, de la perspectiva de derechos propia de una sociedad democrática que se pretende inclusiva. Y, por otro lado, la perversa lógica del consumidor hija de esta cruel sociedad de mercado, donde el alumno es un cliente y la educación es un servicio que se paga con la nuestra. 

Vamos por partes.

En un principio fue la Dictadura. Centros de Estudiantes prohibidos, juventud sospechada de subversión, militancias aniquiladas con violencia, celadores midiendo con la regla el largo de las polleras de las chicas y del pelo de los varones, los nenes con los nenes y las nenas con las nenas. La primavera democrática trajo consigo alegrías intensas, los centros de estudiantes se reactivaron, en las escuelas nos propusimos que niños y jóvenes se expresaran en libertad, que se incluyeran proyectos que respondieran a sus intereses, que la palabra de los chicos fuera escuchada.  Surgieron múltiples escritos de académicos y expertos que volvieron del exilio interno o externo, textos marcados por la necesidad de dejar atrás estas prácticas obsoletas. Andando las décadas, se propusieron muchas modificaciones a la manera de entender la escuela que colocaban el diálogo en centro de la cuestión: empezamos a hablar de la convivencia escolar criticando con fiereza los conceptos rectores de orden y obediencia, militamos el cuestionamiento a los “reglamentos” de disciplina y propusimos su reemplazo por los colectivamente construidos “acuerdos escolares de convivencia”.

A no confundirse, queridos lectores y lectoras, a mí todo esto me parece muy bien. El problema es que, como dicen los ingleses, junto con el agua del baño hemos tirado al bebé. Algunos, con ironía, suelen decir contra la Dictadura estábamos mejor. Es que había otras claridades, el enemigo estaba bien definido.  Pongamos por caso el temita de la “obediencia”. Desobedecer, en épocas de la dictadura, era resistir al autoritarismo. Desobedecer era dejarse crecer la barba, usar minifaldas, salir a militar por un mundo mejor y más justo. Pero, ¿podemos, en escenarios contemporáneos, pensar escuelas donde se produzca la enseñanza y el aprendizaje dejando de lado a la obediencia? “La obediencia no es un fin en sí mismo sino un medio para lograr otros fines”, me dirán algunos con un dedito levantado lleno de frases hechas que no sirven para nada. Sí, muy lindo, pero tanto asociar obediencia con autoritarismo nos ha llevado a escenarios donde no usar barbijo es visto como una muestra de fundamentadísima rebeldía política, mientras el resto nos tenemos que fumar virus que van y que vienen por culpa de los desobedientes. En el contexto contemporáneo de desautorización simbólica y material de los docentes y los directivos, estar predicando todo el tiempo en contra de la obediencia en las instituciones escolares es profundamente desestabilizador.  

Sucede lo mismo con el concepto de adultocentrismo que es tan utilizado en los materiales de investigadores, expertos y afines. La verdad es que yo discuto bastante que la normativa escolar sea, al día de hoy, adultocéntrica. Hemos otorgado voz y voto a estudiantes y sus familias en la construcción de los Acuerdos Escolares de Convivencia, y no damos ni un paso sin escuchar descargos de los alumnos y alumnas. Ni corregir un ejercicio podemos sin tener en cuenta la opinión del estudiante. Yo no digo que esté mal, sólo digo que hay procesos que ralentizan un poco el cotidiano escolar y tal vez sea necesario repensarlos un poco, volviendo a considerar si realmente le corresponde a los chicos y a las chicas la responsabilidad enorme de tomar decisiones que afectan a la vida de un compañero como un cambio de turno o de escuela, si tal vez no somos los adultos los que nos estamos corriendo del rol que nos corresponde la abstención pedagógica de la que hablaba Philippe Merieu. O si, yendo un poco más allá, no disfrazamos de buenas prácticas a ficciones tales como la presunta co-escritura de pautas de convivencia que se realizan a veces en jardines de infantes, donde los niños le dictan a la maestra normas que todos sabemos que no están en condiciones de construir pero que después quedan muy hermosas en el papel y justifican “la participación de los chicos”.

Yo pienso, honestamente, que el diseño de las normas generales de una institución es responsabilidad central de los adultos, porque es una actividad que forma parte de nuestra función de cuidado de los más pequeños. Y sostengo, además, que el lugar privilegiado para la participación estudiantil son los Centros de Estudiantes y que toda otra participación a nivel normas debe subsumirse en ese marco. A veces, cumplir con los protocolos que exigen las puestas en marcha de los Consejos de Convivencia los directores elegimos “a dedo” a algún alumno para que participe en estas instancias, o generamos situaciones de “elección” ad hoc que no tienen demasiado sentido, como puede verse en la aún vigente película Entre los muros. Sin embargo, todo cobra otro sentido cuando es el Centro de Estudiantes el encargado de tomar estas decisiones, la participación política se ve garantizada, roles y funciones están claros y el potencial de resistencia, crítica y diálogo con la autoridad es más constructivo y menos ficcional.

Entre los muros (2008) es una película francesa del director Laurent Cantet. En un aula con profundas diversidades étnicas y culturales, un profesor de secundaria se esfuerza por enseñar los rudimentos básicos de la lengua francesa. Dificultades de convivencia e interlocución entre pares y entre adultos y estudiantes se ponen de manifiesto a lo largo de la película, así como ciertos sinsentidos escolares que trascienden la buena voluntad de los docentes. Las posibilidades y límites de la participación de estudiantes en consejos de convivencia se presenta de manera desangelada a partir de la toma de decisión compleja sobre un caso que afecta a un compañero.

Pero volvamos al tema del quiénes son nuestros alumnos y alumnas. Un 2020 de encierro total y un 2021 de confusa bimodalidad dejaron bastante claro que niños, niñas y adolescentes valoran profundamente su escuela, sus maestros y profesores, sus aprendizajes, sus compañeros. Por más que a muchas mentes brillantes de Ted Talks  les guste hablar de pibes que atraviesan las escuelas como zombies, los que estamos día a día en las instituciones sabemos bien que para los chicos el espacio escolar sigue siendo el sitio privilegiado donde pueden explorar saberes y vínculos alejados de su entorno familiar (es decir, crecer) siendo contenidos, cuidados y amorosamente orientados. Estos chicos y chicas poseen notorias huellas en su salud mental, porque el encierro, el desarraigo de la escuela presencial, las experiencias de enfermedad y muerte cercanas los han golpeado, y estos golpes se manifiestan de manera distinta en las aulas. 

Veamos algunos ejemplos. En ocasión de participar hace unas semanas en un concurso directivo para el Nivel Inicial, una postulante nos contaba que un niño de sala de cinco estaba pidiendo a la maestra que le den “el boleto”: se trataba de una tarjetita de invitación a cumpleaños, pero el nene no entendía porque a esa edad todavía no había ido a ningún cumpleaños. Por eso es importante recordar que, por su edad, es como si estos chicos hubieran vivido mucho más tiempo que nosotros en pandemia, primero por una simple cuestión porcentual (dos años para un nene de diez no es lo mismo que dos años para vos, que tenés cuarenta) y por otra parte por el decidido impacto que el aislamiento ha tenido en el desarrollo del lenguaje y de pautas de intercambio social que sólo se aprenden con los pares y en contacto con el mundo exterior. En un niño pequeño, experiencias sencillas y profundamente educativas como distinguir que un producto es “caro” o “barato”, lo cual forma parte de algo tan estándar como acompañar al mercado a mamá o a papá, se han visto severamente cercenadas. Por lo tanto, cada vez que tengamos que interactuar con estos chicos y chicas, tenemos que tener en cuenta estas especificidades para evitar partir de supuestos de que saben ciertas cosas o poseen ciertos hábitos que en realidad no estarían teniendo.  

Retomando nuestra hipótesis inicial, aquella que decía que se había producido, en las subjetividades de nuestros estudiantes, una unión entre identidades de “consumidor” e identidades asociadas a la ampliación de derechos, quiero recordar  las líneas finales de la entrevista que Gloria y Loor le hizo a Mara Brawer, destacada impulsora de la Ley de Educación Sexual Integral. Allí ella desliza una crítica provocadora a las formas que adquieren los “derechos individualísimos” en las escuelas,  mi derecho,  esta cosa que yo quiero, lo que yo siento, lo que yo necesito.  Es notorio que gran parte de las oposiciones entre familia y escuela en el contexto de la pandemia tuvieran que ver con el derecho al acto de colación o a la fiesta de egresados, a costa de todo y de todos. Estábamos en medio de una pandemia y sus restricciones pero el niño tiene sed, y no hay naranjas, fijáte cómo lo resolvés o ya veremos qué medidas tomamos. 

La maestra de jardín a la que aludíamos más arriba nos decía, también, que los chicos llegan al jardín sin tener lo mínimo, es decir, sin tener el SÍ y el NO de sus padres.  Por otra parte, hoy vemos muchos egresados de secundaria opinar quejosamente en redes sociales  que la escuela no atendió a su particularísimo y privadísimo interés en cierto campo del conocimiento específico, yo quería formarme como cantante lírico pero en Música nunca pude desarrollar mi proyecto, que era mi derecho Mientras tanto,  “la seño no es divertida”,  dice la niña de primaria a su papá porque tiene muy claro que la sociedad debe garantizarle su derecho individual a la diversión incesante y a la excitación neuronal permanente.

Por esto es que creo que nuestra tarea principal en estos momentos, como directores y directoras, es fomentar un clima institucional donde se vuelvan a poner en escena los deberes además de los derechos de los estudiantesMe parece que las jóvenes generaciones tienen muy en claro sus derechos, pero muy poco sus deberes, y que es ahí donde los educadores debemos tensionar conceptos.  Más aún considerando que estos derechos son concebidos mayoritariamente desde un punto de vista individual con relevantes dosis de egocentrismo y narcisismo, lo cual nos genera concretas responsabilidades a la hora de intervenir

Tal vez estas reflexiones tengan que ver con el pensamiento situado, es decir, con el tipo de escuela que gestiono, como suele decirme mi colega Manuel Becerra. Pero yo tengo la teoría de que todo empieza por algún lado y se expande como reguero de pólvora si no frenamos a tiempo ciertas prácticas y ciertos sentidos.  La educación como servicio era un concepto gerencial propio de las privadas, pero hoy padres y madres de escuela pública llenan los whatsapp imprecando a directores y docentes porque “a vos te pagan con mis impuestos y no estás haciendo nada”. Niños de primarias estatales se enojan cuando sus maestras les piden que levanten papeles que tiraron en el aula porque “para eso está la que limpia”. Conductas consumistas asociadas a los egresos estaban sólo en las secundarias, pero hoy los jardines arman “merienditas de egresados” y los buzos de la promo con sus presentaciones cada vez más onerosas son parte también de las escuelas primarias. Empresas de catering y de vestuario preparan muestras en galerías o en salas de teatros para que los futuros egresados y egresadas paseen eligiendo en qué gastar los (generalmente) escasísimos dineros de sus familias.  ¿Cuánto faltará para que “mi derecho” al ritual peligroso llamado Último primer día desembarque en otros niveles obligatorios del sistema? (Mención aparte merece la inclusión de estos rituales en la política pública, como es un tema que me enoja muchísimo y no me quiero arruinar el feriado lo dejaré para otro día).

La escuela será una tecnología del siglo XVII, pero sigue siendo extremadamente poderosa para producir significados sociales.  En este sentido y atendiendo a todo lo anterior, recomiendo a Directoras y Directores que cuando interactúen con niños, niñas y adolescentes tengan en cuenta los siguientes tips:

  • Cada vez que tus alumnos aludan a sus derechos, recordales sus deberes. Los deberes del estudiante están en la legislación, así que no te estás inventando nada. Por ejemplo, estudiar es una de sus obligaciones: te vamos a ayudar y a dar oportunidades, sí, pero tenés que estudiar (recomiendo dejar claro cuáles y cuántas son las oportunidades para rehacer un trabajo, focalizando lo finito de las mismas para desarrollar responsabilidad).  La asistencia es otra obligación: faltar a clase cada dos por tres sin motivos y luego pretender que la escuela, incluidos los compañeros, te expliquen todo de nuevo, es egoísta y no tiene por qué suceder. 
  • Si hacen algo bueno, reconocelo pero sin exagerar. Quiero decir que tampoco hay que festejar los comportamientos normales como si fuesen extraordinarios. Si vino un escritor a conversar con los chicos de sexto grado y todos escucharon atentamente y participaron ordenados, deciles lo bien que estuvo pero subrayá que es lo que debe ser. Y de ninguna manera cambies en negociaciones espúreas una buena conducta por otra mala, al estilo de “como nos portamos bien hoy mañana dejanos hacer tal cosa” (traducción: dejanos portarnos mal).
  • Antes de que sucedan los hechos, tenés que tener claros los protocolos de actuación frente a ciertas situaciones conflictivas (bullying, consumo de drogas, armas en la escuela…). Si no los tenés claros, revisá la documentación con tu Supervisora, pedí asesoramiento y, a partir de ahí, construí protocolos situados con docentes y equipo de orientación psicopedagógico. 
  • Hay cosas que parecen tontas, y no lo son porque construyen el cotidiano escolar. Una de ellas es la limpieza del colegio. No sirve acordar con los chicos “haremos tal festejo y después limpiamos” porque no hay por qué ensuciar. Si vamos a tirar basura en el piso, algo no está bien en la propuesta original.
  • Cualquier concesión excepcional siempre trae cola, y esa cola será tan larga como cuantos alumnos tengas en tu escuela. Es decir, si a este curso se le permitió estar en el patio en la hora Educación Artística pintando bajo el sol, todos los chicos y las chicas de la escuela te pedirán lo mismo. ¿Acaso tenés las disponibilidades de espacio para conceder tal cosa? Lo que hoy parece algo “de uno solo”, muy rápidamente se transforma en un “derecho de todos”.
  • Fortalecé conceptos clave con los estudiantes, palabras organizadoras que desestructuren conductas históricas. Por ejemplo, en secundaria, no hay “hora libre”, hay “horas sin profesor”, donde se trabaja de otros modos, con los equipos de orientación, con los preceptores, etc.
  • En situaciones de alumnos que hostigan sistemáticamente a sus compañeros, primero pensá en los que están siendo hostigados, aunque existen mil motivos para considerar las particularidades de vida difícil que está teniendo el hostigador. Trabajarás con esas especificidades, pero primero se protege al hostigado y después charlamos.  
  • Comunicá a padres y madres todas las intervenciones que se realicen con alumnos en situaciones que se salgan un poco de lo estándar, para evitar el efecto (muchas veces mentiroso pero no por eso menos dañino) de “yo no estaba enterado”. 
  • Si tres chicos molestan sistemáticamente en un aula e impiden dar la clase, no caigas en estrategias de evitación sobre este problema. Es un deber de los alumnos permitir que la clase pueda llevarse adelante, observando mínimos marcos de respeto y de silencio. Otorgá instrucciones claras a tu personal para interactuar con los chicos y las chicas que se portan mal, porque hay que saber retar. “Lo que hiciste hoy está mal por tal y cual motivo” es muy distinto a “sos insoportable” pero también es diferente a “te quiero mucho pero sos tan travieso y pícaro”.  No minimices lo sucedido porque “todos los chicos son traviesos” ni conviertas la situación en un rasgo de la personalidad del estudiante. A la hora de retar, la cara seria y las palabras justas, si no, el mensaje se torna confuso.
  • Fomentá la construcción de empatía de los chicos y chicas con los adultos, y no sólo al revés. Niños, niñas y adolescentes tienen que entender que la pandemia no sólo les pasó a ellos, sino también a sus maestros y profesores. A veces el sencillo hecho de expresar en un aula “hoy estoy mal porque mi hija está enferma” es muy importante a la hora de desmontar tiranías egocéntricas propias de esta época.
  • Si bien la salud mental es un problema real en niños, niñas y adolescentes en estos momentos, escapale a la patologización permanente. No, no todo episodio de frustración, angustia o nervios es un ataque de pánico o un trastorno de ansiedad, por más que los chicos y las chicas así los definan amparados por tiktokers que tiran infames postas identificatorias. De entrada y por precaución, siempre evitá utilizar estos términos porque palabras usadas alegremente construyen realidades peligrosas e inconducentes.
  • Recordá a los chicos y a las chicas que los docentes tienen distintos estilos y personalidades y que esta diversidad es muy buena, tanto como la diversidad de ellos mismos en las aulas. Las quejas porque la seño Fulana es distinta de la seño Mengana que nos gusta más es parte también de la misma cosmovisión consumista. No, esto no es una cuestión de decidir entre dos cadenas de comida rápida: maestros y profesores están educando cada uno desde su manera de ser, y que uno de ellos te parezca más simpático que el otro no es motivo para que la Dirección intervenga.

Mis queridos compañeros y compañeras, no se imaginan la cantidad de cosillas que quería trabajar con ustedes en esta séptima máxima y que han quedado afuera por una cuestión de extensión… no vayas a creer, querido lector, que pienso que he agotado absolutamente ningún tema con estas líneas… tomalas como un inicio para discutir quiénes son hoy nuestros alumnos y de qué manera podemos interactuar con ellos sin perecer en el intento. 

Mientras tanto vos cuidate, priorizate y querete… no vaya a ser que a fuerza de andar exprimiendo naranjas en escenarios inverosímiles termines exprimido vos. 

Abrazo gigante y hasta la próxima,

Vipi.-

P.D

Si te gusta lo que hacemos

en Gloria y Loor podés suscribirte a todos nuestros newsletters desde la web.

Además, podés apoyarnos asociándote a la Cooperadora de GyL aportando mensualmente a nuestro sostenimiento. Cada suscriptor/a/e se lleva un mate para presumir en sala de maestrxs.

Enviado el 18 de junio de 2022.

Viviana Postay@vipiresca

Viviana Postay Dirección editorial Cordobesa nacida y criada. La gloriosa Universidad Nacional de Córdoba le dio tres títulos: Profesora y Licenciada en Historia y Magister en Investigación Educativa. Durante más de once años fue miembro del equipo de conducción en una escuela secundaria de más de ochocientos alumnos y cien docentes, primero como vicedirectora y luego como directora. Forma maestros en un Instituto de Formación Docente del interior de la provincia de Córdoba. Es Especialista en Gestión Educativa y Doctoranda en Ciencias Sociales por Flacso Argentina. Es mamá orgullosa de una hija docente. Lo que más le gusta en la vida es leer y jugar con sus perritas. En Twitter es @vipiresca.

Notas relacionadas