Cap. 3:  Es lo único que te pido

Diciembre 2021

Hay un cancionero de guardapolvo blanco y sonrisa con ventanas, y está acá.
 

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 Todes se tapan las orejas en el mismo movimiento, como si formara parte de la coreografía que venían practicando.

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El micrófono, como siempre, acopla. De alguna manera sí es parte de la coreografía del número para el acto de fin de año. Es el chillido histérico de los equipos de sonido que indica que une está en una escuela. ¿Hay micrófonos que acoplen en otras partes? ¿Por qué los únicos micrófonos indómitos e irreparables existen en las escuelas? ¿Qué maldición impide que se tome la palabra de a une, ordenadamente, con la tranquilidad de que el discurso va a llegar cálidamente, sin estridencias, a todes les presentes? ¿Por qué la voz de una maestra tiene tantas trabas para ser amplificada?

Por suerte, La Facunda tuvo tres sesiones de fonoaudiología cuando le encontraron las cuerdas vocales como un rosario de nódulos: toma aire, infla la panza, empuja desde el diafragma, coloca la voz en el occipucio y desde ahí trona, con la fuerza de una deidad iracunda SE QUEDAN QUIETOS YA, YA, QUIETOS Y EN SILENCIO, ES LO Ú-NI-CO QUE LES PIDO.
 Fito empieza a cantar, suave, desde un parlante que no le hace justicia. Su voz, a la que afortunadamente alguien, en algún momento, le acercó un micrófono no escolar, hace la magia. Todo quinto grado deja de moverse frenéticamente y comienzan a desplazarse por el escenario con la gracilidad de quien está bajo los efectos del flautista de Hamelin. La Facunda comprende que el error fue suyo: pensó que no querían escucharla, que ya no la soportan más, pero en realidad pasaba que las coreografías no son textos instructivos. La música, sola, le da sentido a esa ronda que La Facunda imaginó viajando en el colectivo con los auriculares, el falsete del Flaco levanta solo por los aires las cintas que aprendieron a usar en Educación Física, es recién en el estallido contenido y dulce del estribillo cuando les pibes naturalmente empiezan a saltar y entremezclarse, muertos de la risa, devolviéndole a la Facunda algo de esa alegría que el 2021 le amarreteó.La canción termina, pero no importa. Ya se transformó el aire del lugar.El silencio que le siguió no fue silencioso, fue de un bullicio feliz, una exhalación colectiva de tantas tensiones acumuladas en un ciclo lectivo para el olvido. Ya no era el griterío maníaco que se asemeja tanto al colapso de un micrófono, sino voces armonizadas como en una canción vieja que funciona como eterno retorno a esa escuela que enamora. Era ruido a diciembre en el patio del cole.

-Ay, no, chicas, ¡es una barbaridad!
Las chicas más prolijas del grado (siempre son chicas, curioso, ¿no?) se esmeran en la difícil tarea de hacer sonrisas y corazones a una escala que para sus cuerpecitos les resulta gigante. Los disfraces que otrora se les pedían a las familias, ahora se hacen en la escuela, así como la coreografía, la escenografía y la ingeniería del sonido. Las nenas tienen una librería desplegada en medio del patio y, en el más caótico de los sistemas de producción en serie, están logrando hacer unos adefesios saturados de brillantina y papel glasé. No son hermosos, pero los hicieron ellas. Quizá un acto escolar no tenga que ser una producción de Broadway. Mery, la seño de tercero, no está muy de acuerdo. “Che, Facu, ¿viste lo que están haciendo las nenas? La verdad es que, pobrecitas, le ponen onda, pero es un desperdicio de cartulina y cinta scotch, ¡todo eso va a la basura después!”. La Facunda no llega a replicar que toda esa papelería ya era basura, restos de láminas con las consecuencias de la primera revolución industrial y conclusiones de tablas de proporcionalidad. “Además, un poquito demodé el tema, ¿no? Es como si fuera un acto de 1998. Hagamos algo más piola, dale, yo te ayudo”. La Facunda sabe que Mery tiene razón, es un acto muy parecido al que hizo ella misma en quinto grado, con las mismas desprolijidades, estridencias y desperdicio de papelitos celofanes. No entiende del todo por qué está mal, pero es muy diciembre y ya no puede seguir discutiendo. “Que sea rápido, es lo único que te pido”, responde, resignada. Minutos más tarde, es Lali la que suena por el parlante y Mery la que viste a les pibes con telas y tules y arpilleras que tiene en su armario para que canten que son una historia real, la historia real de Lali Espósito. La Facunda se queda a un costado, afanada en hacer una escenografía de materiales nobles como el corcho y la madera, pintada a mano, con la habilidad plástica de alguien que nunca poseyó una tijera de formitas. Nada de lo que están usando es basura, nada cuenta la historia de un grado, nada dice por acá anduvimos y esto mostramos. Todo es nuevo pero tiene que parecer que no lo es, todo es la historia real de Lali Espósito.
Mery Montessori es la reina de los actos escolares. Las malas lenguas dirán que es porque ama mostrarse, hay quien la ha acusado de marketinera. Bueno, que las hay, las hay. Pero nada de todo eso invalida que Mery consigue que cada acto, cada clase abierta, cartelera o muestra sean pequeñas obras maestras de la creatividad y el diseño. Y vende. Muy bien vende. Las familias compran los productos de cada uno de sus proyectos como si fueran una innovación espectacular-increíble-último grito de la pedagogía. Sienten así una fascinación por las cosas que hacen sus hijes en tercer grado con esa seño, que no son ni muy excepcionales ni revolucionarias, sino producciones normales de tercer grado en manos de una maestra que sabe escuchar qué necesitan ver les mapapis para reafirmar la sospecha de que sus hijes son genios en potencia. Mery aprovecha ese encantamiento para acercar a las familias a la escuela, esa tarea ingrata e imposible que se le impone a las maestras como si fuera posible remar individualmente contra un sistema armado para todo lo contrario. Mery lo logra. Las presidentas de la cooperadora siempre son mamis de su grado, los que van a pintar las aulas en verano son siempre papis de su grado, tercero rompe todos los récords de ventas de rifas o tortas o lo que sea que el magro presupuesto escolar necesite para no entrar en default. También es Mery la única que puede calmar a las fieras cuando hay un paro y las criaturas se quedan a la deriva del cuidado adulto. Otras maestras la suelen ver como una vendida que hace todo “para el afuera” y cuestionan la autenticidad de sus propuestas: en el fondo, Mery no niega que está reciclando ideas más viejas que el agujero del mate, pero con un fin noble. No concibe la idea de una escuela desprendida de su entorno, una isla en la que todos los miembros de la comunidad se disputan andá a saber qué en cada batalla. Mery ansía tender puentes, quizá con un poco de condescendencia, quizá con alguna engañifa, quizá exagerando un poco; pero puentes, puentes que permitan encontrarse, dialogar y abroquelarse las tantas veces que es necesario. Necesita que les adultes dejen de competir y trata, siempre trata, de que cooperen.Pobre Mery, se equivocó de profesión.
La ovación de pie tal vez también se hubiera dado con el acto original, pero no cabe duda de que el número que armó Mery es mil veces más vistoso, canchero y vanguardista. La Facunda agradece los laureles que le corresponden a esa otra maestra que también es coreógrafa, vestuarista, escenógrafa y, por sobre todas las cosas, el departamento de marketing de la escuela. Se terminó otro año y llegan las vacaciones, en palabras de Lali, “lo que tanto buscamos vivir”. El diciembre escolar con sus micrófonos dañados, su cancionero típico, sus disfraces y estrépitos tiene un correlato en el diciembre de las calles porteñas, el diciembre tan folclóricamente argentino, un diciembre de veinte años después de ese otro diciembre. La Facunda busca dónde para el colectivo desviado por la manifestación que ruge, frente a un montón de ex niños disfrazados de tortugas, que las balas que tiraron van a volver. La Facunda se sonríe, como en 1998, como cada vez que empiezan los acordes de un clásico que promete que afuera se irán la pena y el dolor.
Llegamos a fin de año, querides bárbaros y bárbaras. No es menor.Respiremos el alivio de haber sobrevivido a esta locura con un restito de alegría, un restito de paciencia, un restito del inmenso amor que sentimos por esta profesión equivocada.Que el 2022 nos encuentre unidos o civilizados.
Belén Albarello

A los tres años entró a la escuela y todavía no ha conseguido irse. Abrevó en todos los niveles educativos hasta que se enamoró del guardapolvo blanco que, como el vino y el tango, te esperan. Quería ser docente porque educar es combatir y vivió para comprobarlo. Hincha del Rojo pero más de la Selección. El humor es su espada, su pluma y su palabra.

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