A docentes, conducción, familias y estudiantes de la Marechal,que hicieron de la trece un hogar,ese al que esta humilde suplente recuerda con tanto, tanto amor. La sala de docentes está sumida en un silencio tenso apenas interrumpido por un sollozo contenido. La pesadumbre del clima húmedo y desagradablemente cálido combina a la perfección con el […]
A docentes, conducción, familias y estudiantes de la Marechal, que hicieron de la trece un hogar, ese al que esta humilde suplente recuerda con tanto, tanto amor. |
La sala de docentes está sumida en un silencio tenso apenas interrumpido por un sollozo contenido. La pesadumbre del clima húmedo y desagradablemente cálido combina a la perfección con el desánimo que provocan sólo pocas cosas en la profesión. Las actas de mamis y papis disconformes son una de ellas. Las actas llegan como una topadora a la escuela y ni siquiera esas maestras que se la dan de estar más allá de todo pueden hacerles frente con la misma en alto. Las actas judicializan el vínculo entre docentes y el resto de la comunidad, ponen a la maestra en un banquillo de acusados del que nunca podrá levantarse; las actas gozan de una extraña popularidad en grupos de Whatsapp de adultos y adultas que consideran que lo más provechoso para sus retoños es pasar cuatro horas al día en una zona de guerra. Es extraño que el último recurso sea tan recurrentemente el más utilizado. -No puedo creerlo- logra balbucear, sorbiendo mocos, La Suplente. El acta no fue sólo para ella, pero sí fue de ella el acto del 24 de marzo que generó una reacción en cadena absolutamente desmedida, un despropósito de burocracias y vías jerárquicas para simplemente manifestar que no están de acuerdo con lo que la ley les pide a las maestras que enseñen. No es culpa de La Suplente que, confiada en un consenso popular que es sólo un espejismo, se animó a hacer un número alrededor de EL número, ese número que parece condensar el odio que las políticas de memoria y los juicios apenas disimulan hace cuarenta años. SON 30.000 Bastó que apareciera ese número para que las mamis y los papis se organizaran, calculadora en mano, para desmentir una cantidad incognoscible por la misma clandestinidad que la gestó y la encubre hasta la actualidad. Para decir la verdad, fueron más papis que mamis, aunque sean las mamis las que mayormente participan en la escuela, las que se acercan cuando las maestras citan, las que acompañan en las salidas didácticas; a pesar de que las infancias crecen entre polleras, el acta fue motorizada principalmente por esos papis fantasmas que se acuerdan de aparecer sólo cuando sienten que a sus hijos los están desviando de la senda derechita que les corresponde por apellido paterno. En el acta las mamis y los papis o, mejor dicho, los papis y algunas mamis sostienen que los desaparecidos nunca fueron 30.000, que son muchos menos, aunque en ningún momento se molestan en aclarar que serían igualmente aberrante las violaciones a los más básicos derechos humanos si fueran unos miles menos. Deducen a partir de este número que La Suplente, la vigorosa y vital Suplente, es una adoctrinadora. La misma chica que a duras penas puede lograr que los chiquitos dejen de tirar escupitajos por la ventana a los transeúntes que tienen la desdicha de pasar por debajo del aula de segundo, esa misma chica es de alguna manera misteriosa una suerte de hechicera de mentes infantiles a las cuales les puede fácilmente implantar el ánimo exaltado de la revolución armada por el socialismo. -No puedo creerlo- repite Juan, que tuvo a ese grupo el año anterior y con él no tuvieron ningún problema. ¿Será porque lo vieron hombre, serio, sobrio, en fin: viejo? -Nadie puede creerlo- brama Paulita, que ya está poniendo en autos a su sindicato mientras el Ruso hace lo propio con el suyo. -¿No sería bueno que hables con ellos, Mery? Vos que tenés buen tacto con las familias- intercede Jacinta. -Bajo ningún concepto. ¿Qué se supone que tenemos que hacer? ¿Responder con diálogo y sonrisita a tremenda difamación, a esta violencia, a semejante… -Barbaridad- completa La Facunda. Terrible, injusta, indignante y profundamente increíble barbaridad. La sala vuelve a la quietud. La Suplente, mientras tanto, hipa su incredulidad, que es tan, pero tan distinta a la incredulidad ante la víctima, ante las mamás y abuelas que también son víctimas, ante un número que intenta pero no logra expresar la dimensión de la herida que conscientemente nos siguen perpetrando a todos y cada uno de los habitantes de este suelo. |
La Suplente es una maestra como todas. Es decir: todas fuimos La Suplente. Algunas seguimos siéndolo. ¿Su nombre? Puede ser cualquiera. La Suplente tiene su identidad atada a su situación de revista. La Suplente es forzosamente versátil y adaptable, ella consigue pasar de Ciencias Naturales en séptimo a Matemática de tercero, tiene una carpeta llena de planificaciones de los temas más disímiles del diseño curricular y todavía cree que hay actividades que pueden empezarse y terminarse en cuarenta minutos. La Suplente no es de aquí ni de allá, no logra hacer suyo ningún espacio antes de cesar; la Suplente es, por definición, una sombra provisoria y desdibujada hasta que alguien más corpóreo ocupe ese lugar o sea ella, a base de cursos reales o pagos, la que vaya ganando corporalidad. Ninguna de las escuelas es su escuela, ni ninguno de los chicos son sus chicos, un vocabulario que denota pertenencia y estabilidad. La Suplente es un torbellino de energía que ve la escuela con ojos de residente más que de docente, es quien hace todo al pie de la letra con los bríos admirables que sólo puede tener alguien con poco paso por la maquinaria aplasta-almas del sistema. La Suplente puede llegar a ser la mejor maestra de la escuela, pero todes saben que junto con mayor experiencia, mejor dominio de la profesión y un olfato más agudizado, también vienen la decepción, el cansancio, la inevitable negociación entre las expectativas y la realidad. La Suplente es también para el resto el recordatorio doloroso de la cantidad de ideales desechados en el camino, de los objetivos olvidados, en definitiva, del paso del tiempo. La Suplente, símbolo del “aún” y el “todavía” está convencida de que eligió la mejor profesión del mundo. Ojalá, ojalá que ella no se haya equivocado. Pero démosle tiempo. |
La Facunda suspira acongojada cuando sale al recreo. Después de la novedad del acta, tuvo que pasarse toda una hora explicándole a unos alumnitos venezolanos que el golpe del ‘76 no puede compararse a la situación actual de Venezuela, aunque todo el mundo use la palabra dictadura indistintamente para unos y otros. Algunas veces el trabajo en la escuela se le hace muy cuesta arriba, pero esta vuelta es algo distinto, es algo angustiante y doloroso, como un calambre en alguna parte de adentro, una parálisis en algún punto fundamental. Por acto reflejo abre Twitter y ahí se encuentra a su superior, la flamante ministra de educación, diciendo que todo ese trabajo entre maestras, autoridades, leyes, alumnes, mamis y papis es “impedir el debate en el aula e impartir una única mirada”. La Facunda no sabe si quiere llorar o si quiere gritar, no entiende si tiene que renunciar o ahora, más que nunca, resistir en su puesto -político, politiquísimo- de maestra de escuela pública; lo único que sí sabe es que mientras la ministra siga sosteniendo esas posturas, cualquier mami y cualquier papi se va a sentir en justo derecho para hostigar y perseguir a la maestra de sus pichones. Y la barbarie, la más bárbara de las barbaries, es olvidar que lo que estamos contando son cuerpos horrorizados, vejados, borrados, tirados desde las alturas a un anónimo mar. Cuerpos recordados por las maestras de este país. |