Cap. 2: Todas las anteriores

Noviembre 2021

Fines de noviembre. En cuanto el grado queda en manos de una maestra curricular, cualquiera de ellas, la Facunda va más volando que corriendo a una sala de maestros donde la pandemia ya terminó y es permanente el 100% de aforo. Ni en la City cuando caen las acciones y sube el riesgo país se vive un clima de tensión, adrenalina y riesgo a las coronarias como adentro de ese cuartucho de durlock, en el que hay una silla de cada pueblo y más mates a medio cebar que bocas. Es noviembre y el único tiempo es el pretérito.

Registros. Certificados de séptimo. Informes, individuales y grupales. La foto “grupal”, un truco de photoshop para simular un distanciamiento que sólo sigue existiendo en la buena voluntad de algún sanitarista. Boletines. El regalito de fin de año. La autoevaluación, el concepto, la firma del cuaderno de actuación. Todo antes de una fecha que aún se desconoce y, de forma inédita, con les chiques en las aulas.

Los papeles que la germofobia no pudo desterrar de la burocracia vuelan dentro de la sala de maestros. Una le dicta notas desde una planilla a otra que llena el mismo formulario pero en mia, o miescuela, o alguna de esas micromolestias digitales que inventaron para simular una innovación que sólo existe en la fantasía de algún votante desprevenido.

El reloj apremia, hay que hacer mil cosas en pequeñísimas cuotas de cuarenta minutos y cada segundo con conexión a internet es una alegre anomalía que hay que abrazar como a un milagro. La Facunda tiene un inconveniente extra y es que no llegó a evaluar. Pensó que contaba con más tiempo, y quizá sea así, pero frente a la incertidumbre de no tener un calendario oficial, decidió ir por el camino más sencillo: cortar la secuencia de geometría, tomar una pruebita, corregirla, dar un trabajo recuperatorio, corregirlo, notificar a las familias a cada paso, promediar esa nota con el trabajo en clase y la carpeta. Ahora que lo piensa, no es tan sencillo, pero es lo menos complicado. Suspira con resignación y se dispone a recortar las fotocopias con la precisión milimétrica de quien metió demasiadas copias por hoja.
“¿Qué es esta barbaridad?”, escucha a sus espaldas y sabe (no sospecha: sabe) que se mandó alguna, incluso antes de darse vuelta.

Juan Piaget sacude frente a su rostro una de sus pruebas. “¿Un multiple choice? No les vas a tomar esto, ¿no?”. La Facunda sabe que tiene que guardar silencio porque sí, sabe que se las mandó. El frenesí de la sala de maestros se detiene y todes se disponen a escuchar disimuladamente a Juan quien, ahora con voz meliflua y armándose de paciencia, se dispone a explicarle a la Facunda cómo hacer su trabajo.
“No, negrita, así no. A ver, pensemos juntos: ¿vos qué estás buscando con esta prueba? ¿Que revisen lo que saben? ¿Que te lo comuniquen? ¿Ver qué tendrías que haber hecho diferente? ¿O tener algo para justificar la nota que les va en el boletín, algo que se corrija rápido?”. La Facunda se hace chiquita en la silla de escritorio desvencijada. “Todas las anteriores”, piensa, sin entender del todo por qué se siente culpable.

Las reacciones del resto de sus compañeras no se hacen esperar. Un poco molestas por el paternalismo de Juan, compasivas frente a la desazón de la Facunda y aprovechando la oportunidad de demostrar cuán buenas maestras son, comienzan a darle ideas no solicitadas, como en una competencia solapada, ofreciendo una galería de formatos extravagantes para simular una evaluación no traumática ni invasiva que sólo existe dentro de la charla de alguna pedagoga que no tiene que cerrar boletines antes de diciembre.

Una dice que evalúa pidiéndoles que diseñen un experimento. Otra, con un juego de roles. En algún caso, la evaluación es corregir un texto con información que tienen en la carpeta. Por supuesto, no faltan los productos de los proyectos, que toman mil formas distintas, como un caleidoscopio en el cual cada mínima expresión de les pibes es susceptible de evaluación en proceso, continua, perpetua, confusa, indistinguible de cualquier otro trabajo áulico. No importa demasiado si la Facunda dice que en este caso la prueba es Geometría: se puede evaluar con el juego de las figuras, o en una actividad de copiado, o con una adivinanza de figuras. ¿Cuál es la excusa para ser tan, pero tan tradicional? ¿No ves que un multiple choice es rígido, tiene una sola respuesta posible, no da lugar a los procedimientos y encima es difícil de responder?

¿No ves que es una barbaridad?
La Facunda sabe que no está bien, que hay mejores maneras de evaluar, que está en este simple acto estropeando todos los años de profesorado en los cuales le explicaron enfáticamente que no hay que ser tradicional. Lo que la Facunda no entiende, pero tampoco se anima a decir en voz alta, es cuál es el problema de tomar una prueba escrita e individual cada tanto. Y sí, puede ser que les pibes se asusten, puede ser que lo vivan con nervios, que se pongan tristes, que piensen que les fue mejor de lo que les fue, que digan que les fue mal y al final se saquen un sobresaliente, puede ser que se copien, que falten sin justificativo, que no terminen antes del recreo, que desapruebe todo el grado. Sí, puede pasar. Pero la Facunda se pregunta si no es posible a veces ser un poco más flexible con el deber ser, permitirse hacer algo conveniente aunque no perfecto, habitar lo posible y, por una vez, descansar de la persecución de lo ideal. Trata de recordar cuándo fue la última vez que tomó una prueba como las de antes y se da cuenta de que fue una pausa evaluativa propuesta por capacitadores, que sí pueden tomar pruebas. ¿Será que ya nunca más se podrá pedirles que memoricen? ¿No existe más la comprobación de lectura? ¿La lección oral?

Al divino botón se pregunta esto la Facunda, si total ya dio vuelta las fotocopias para que copiaran figuras en la faz que quedó lisa, con escuadra y regla graduada.
Juan Piaget es el maestro de primer grado. Es una rareza: en primer grado, les pibites necesitan de mucha paciencia y dulzura, así que resulta obvio que tienen que tener una maestra, mujer, de esas que aman a los niños y se ponen hebillitas de vaquitas de San Antonio para salir con sus novios. Que esté Juan en primer grado sólo se explica por la pandemia, porque son chiquites que no hicieron preescolar y que, por lo tanto, están en un estado precivilizado, sin alfabetización, sin autonomía, sin una canción que haga que mágicamente dejen de treparse a las cortinas y se sienten a escuchar un cuento. Este primerito lo que necesita es encuadre, hábitos, contratos de convivencia y otros eufemismos para la disciplina férrea que les impone Juan a lo Arnold Schwarzenegger en “Un detective en el jardín”. 

A Juan le tocan siempre los grados difíciles, pero él cuenta con una ventaja. Es un erudito, un tipo que aunque hace añares que titularizó, nunca dejó de estudiar. Lo parco y secote que es no permite adivinar a simple vista su fascinación por les niñes y cómo le maravillan las mentes infantiles. Su lema es intentar pensar como piensan los chicos, y es quizá quien mejor lo consigue. Él sí puede tomar pruebas, aunque las llama “tomas de escritura” y discute permanentemente consigo mismo si conviene o no corregirlas. El resto de las maestras le tienen una admiración recelosa, esa mezcla de reconocimiento con la sensación de estar tratando con un sapo de otro pozo, alguien que no es del todo maestro. Y un poco de envidia, porque es el único que consigue tener a todo el grado alfabetizado sin importar cuán sumido en el caos estuviera.

En la escuela se susurra que Juan no se habla con las hijas y que es un solitario, un obsesionado con el conocimiento. Algo de eso es cierto: a Juan, más que hacer, le gusta pensar, preguntarse, ensayar respuestas. Juan sería un gran aporte a la educación si contara dentro de la docencia con los recursos o el tiempo para investigar. Pobre Juan, se equivocó de profesión.
A la noche, la Facunda apura un vaso de cerveza mientras intenta que la condensación de la humedad en el vidrio frío no le moje las pruebas que se tuvo que llevar para corregir. Entre el agotamiento, el calor, los mosquitos y el transportador (¿O compás? Ya no le funciona el área de Broca) siente que no da más. De fondo, la tele muestra un programa de preguntas y respuestas, donde los participantes tienen que elegir la opción correcta entre cuatro posibles. Todos se matan de la risa mientras el presentador los burla de errores, nadie parece traumarse ni sufrir en demasía. El bully con micrófono ataca de nuevo: ¿Qué les pasa, no fueron a la escuela ustedes?

La Facunda suspira, apaga la tele, y se pone a ver videos viejos de Cha Cha Cha.

Acaba de decidir que todas las pruebas tienen un muy bien.
Belén Albarello

A los tres años entró a la escuela y todavía no ha conseguido irse. Abrevó en todos los niveles educativos hasta que se enamoró del guardapolvo blanco que, como el vino y el tango, te esperan. Quería ser docente porque educar es combatir y vivió para comprobarlo. Hincha del Rojo pero más de la Selección. El humor es su espada, su pluma y su palabra.

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