De subversivos a adoctrinadores: la educación pública como motor de la democracia

Revista “Así”, 1969

El ataque simbólico de Milei a la educación pública esconde un objetivo mucho más ambicioso y estructural: cortar todo camino de integración social y de desarrollo soberano. Como en la última dictadura militar.

En Alemania no se realizan actos escolares donde se haga homenaje a alguna personalidad histórica, como tenemos nosotros desde hace décadas -o un siglo- las efemérides del Día de la Bandera, el 17 de agosto o el Día del Maestro. Esos días, entre pompas albicelestes y canciones patrias, les rendimos homenaje a dos protagonistas de la emancipación argentina, y al Padre del Aula que con su pétrea cara de desprecio piensa en los niños de Ushuaia a La Quiaca. 

En Países Bajos es raro ver banderas nacionales en las escuelas, como acá tenemos en cada dirección y mástil más o menos humilde, con el portador o portadora anual de la Bandera de Ceremonias, talismán pulcrísimo y cuidado con la vida de las conducciones escolares. 

¿Qué son estos rituales que hemos naturalizado hasta confundir con la institución en sí misma, sino ejercicios de un adoctrinamiento patrio que marca los trabajos y los días de la escuela? A nadie se le ocurre pensar que “están mal”. A muy poca gente se le ocurre pensar de dónde salieron y por qué son tan característicos de la educación argentina. Son parte de nuestra identidad, las damos por esencia y músculo de nuestras biografías escolares.

En la enorme mayoría de las escuelas públicas argentinas a nadie se le ocurriría rezar padrenuestros como parte de la rutina diaria, o tener docentes que anden recorriendo las aulas ofreciendo confesión y absolución de pecados a los alumnos. Tampoco que haya una bajada de línea acerca de cuál es el modelo de familia “ideal” o si la masturbación es un pecado bíblico. Sin embargo, una parte importante de la educación privada argentina está bajo la tutela de la Iglesia Católica, y en muchos de sus establecimientos se imparte catequesis como contenido: lo bueno y lo malo según Jesús, que murió en la cruz por nosotros. Sin embargo, a no mucha gente se le ocurre que las escuelas confesionales sean centros de aberrante adoctrinamiento religioso, e incluso a quienes así lo piensan tampoco hacen de ello una campaña permanente: la educación confesional es un dato dado de nuestro sistema educativo.

Esta introducción tenía como objeto presentar un par de casos evidentes de prácticas ideológicas y culturales -potentísimas, por cierto- por las que nadie se escandaliza y que tenemos tan incorporadas que hemos dejado de verlas, como una moldura o una mancha de humedad ancestral. Lo que sí se discute en estos días acerca del “adoctrinamiento” pasa por otro lado.

Vamos a ver cómo es el reino del revés

En 1977 el ministerio de educación de la última dictadura militar repartió un folleto en las escuelas llamado “Subversión en el ámbito educativo (Conozcamos a nuestro enemigo)”. Aunque utiliza un lenguaje táctico-militar que, en tono descriptivo, se parece mucho a una recopilación de informes de inteligencia, define la “Subversión” en su página 15, con un nivel muy amplio de generalidad acerca de quién puede identificarse como “subversivo”. Más adelante, menciona que el uso de bibliografía “tendenciosa” y charlas informales son “la estrategia preferida de los subversivos” para ampliar su red en el ámbito educativo. La definición de “subversión”, claro, se refiere a un intento de destruir un orden que los redactores dejan bastante claro: lo que ellos interpretan como la identidad nacional, las tradiciones de “nuestro pueblo”, la moral cristiana, los “valores familiares”. En definitiva, el statu quo cultural de la época. De manera que cualquier crítica u objeción sostenida a ese marco ideológico era catalogado como “subversivo” por el gobierno. Se menciona en el cuadernillo que el Proceso de Reorganización Nacional estaba combatiendo la subversión en ese momento, en el marco de una supuesta guerra que se apuran en definir de manera bastante original. Hoy sabemos qué significaba ese “combate”: un plan sistemático de secuestros, torturas, violaciones, negación de la identidad y desaparición de cuerpos con alrededor de 800 centros clandestinos de detención repartidos por todo el país.

Rara, la guerra.

Hace unas semanas, prevenidos por situaciones que se produjeron y se siguen produciendo en las escuelas y universidades de Estados Unidos, Brasil y España, entre otros países, escribimos con Inés Dussel un texto introductorio a una serie de criterios para pensar la autopreservación docente en estos tiempos. A principios de mes fuimos testigos de un nuevo anuncio rimbombante del gobierno de Milei: se enviará al Congreso Nacional un proyecto para modificar la Ley de Educación Nacional con el objetivo de “penar el adoctrinamiento”, y la puesta a disposición de un canal para recibir denuncias. Y desde hace varias semanas las universidades nacionales han anunciado que los fondos dispuestos por el gobierno nacional para su funcionamiento no cubren lo mínimo: en términos reales, según Chequeado, la caída es de casi el 70%. Comenzaron a circular imágenes de apagones, asambleas en diversas facultades de todo el país, anuncios de funcionamiento mínimo en áreas sensibilísimas como los hospitales universitarios. A esto se le suman los recortes en ciencia y técnica, en síntesis, un gobierno que apunta a horadar una de sus más poderosas maquinarias de ascenso social -la educación superior gratuita-, orgullo de nuestra historia, y una de las principales estrategias de soberanía -el desarrollo científico-. Milei está abocado a cortar todas los caminos que en Argentina pueden llevar a una sociedad más integrada y a una Nación más autónoma, para convertirla en poco más que una republiqueta bananera dedicada al más elemental extractivismo primario y a tener bases militares de la OTAN. La distracción, claro, es volver sobre el “adoctrinamiento”: el castigo, según los libertarios, a la educación pública no tiene que ver con una estrategia de determinados sectores del capital concentrado argentino y transnacional, sino con una penitencia moral que deben cumplir por ser “focos de adoctrinamiento marxista” o “centros de lavado de cerebros”. De la misma manera que el terrorismo de Estado de la última dictadura era un medio, y no un fin, para resetear el modo de acumulación argentino y romper el tejido social.

Un gobierno con el accionar político completamente empantanado -enfrentado con los gobernadores y con el Congreso Nacional, tensionando fuertemente con su aliado el PRO-, con datos económicos catastróficos, entregando soberanía de forma humillante y con un brote de dengue completamente descontrolado y sin ninguna acción gubernamental, sólo puede hacer de lo narrativo y lo simbólico su campo de batalla. El anuncio sobre la mesa de ayuda para niños adoctrinados se hizo el jueves 4 de abril, en el marco de un paro docente nacional convocado por CTERA, que no casualmente coincidió con un nuevo aniversario del asesinato del maestro neuquino Carlos Fuentealba en manos del Estado (¿Estará de acuerdo el silente Secretario de Educación de la Nación, Carlos Torrendell, con esta medida?).

Sin embargo, claro, más allá de intentar tapar la materialidad ruinosa de sus medidas con anuncios petardistas, lo cierto es que es una piedra más en la ya corriente desconfianza y sospecha hacia docentes que no explícitamente no comulguen con el dogma libertario en el poder. Porque la palabra “adoctrinamiento” circula mucho estos días en las aulas y en las reuniones con las familias, más en el marco de efemérides sensibles como el 24 de marzo o el Día del Veterano y los Caídos en la Guerra de Malvinas. Videos, escraches, todo suma a crear un escenario de terror que tenga como fin la autocensura docente y la renuncia al derecho a enseñar consagrado en el artículo 14 de nuestra Constitución Nacional.

Yo estoy al derecho, dado vuelta estás vos

Porque, ¿quién define qué es el adoctrinamiento? En la dictadura el gobierno definía quién era el subversivo. Identificar a un enemigo desde el Estado para combatirlo, pero asignarle características difusas, muy subjetivas, opinables, parece tener un subtexto: todo aquel que no comulgue con el dogma. Anunciar sanciones -o la persecución- a un enemigo difuso pero cuya característica más clara es la crítica del dogma gubernamental es exactamente lo contrario a la libertad: es un gesto de totalitarismo. 

El cuadernillo de la dictadura, sin embargo, parecía ser claro en qué era lo que supuestamente atacaba esa “subversión”. ¿Qué es lo que ataca este supuesto “adoctrinamiento”? ¿La “libertad”, entendida como la sumisión ideológica al dogma mileísta? ¿El modelo bizarro de una masculinidad no sólo violenta, sino grotescamente obsesionada con mandíbulas rectas, un torso vigoréxico y el análisis de las bolsas de comercio a los 12 años? ¿El “derecho a educarse”, como dijo el vocero presidencial? ¿Por qué lo haría? ¿Por qué el acto del 9 de julio y la separación física entre varones y mujeres en las escuelas judías ortodoxas no lo hace y una crítica al gobierno sí? Tampoco sabemos. A diferencia de la dictadura, que le dedicó tiempo y una prosa prolija a la redacción del cuadernillo, el mileísmo es pura bravuconada y balbuceo.

Actualización doctrinaria en tiempos de streaming

Tal vez, como hipótesis, lo que está haciendo Milei es intentar monopolizar la formación política de las nuevas generaciones. Sabe que la educación pública es un espacio donde la democracia -entendiendo por esto la confrontación no violenta de puntos de vista diferentes, para arribar a los consensos posibles y convivir bajo ellos- es posible, pero fundamentalmente donde circulan muchas ideas, sobre todo en las materias de Ciencias Sociales y Humanidades. Ideas que tensionan con las ideas de casa y más todavía con las del gobierno nacional. Ideas originales, fundamentadas, elaboradas a lo largo de décadas o siglos por colectivos de intelectuales galácticamente más inteligentes que estos trolls. En una arena de argumentos, el mileísmo pierde, y lo sabe. Sólo puede ganar en el terreno que mejor maneja: las plataformas sociodigitales, ahí donde está su fortaleza y también su debilidad (ya que creen que la dinámica política empieza y termina en ese éxito).

El terreno de los libertarios es el espacio virtual donde tanto tiempo pasamos todos, para hacer de él su propio sistema educativo con lógicas mercantiles -algorítmicas-, que lleven -como sucede de manera alarmante- a chicos de 8, 9 años a demandar libros de Economía y Finanzas en las bibliotecas escolares, en vez de dragones, vampiros o viajes espaciales. Cabe preguntarse: ¿Los padres de esos chicos le tienen más miedo a una profesora feminista que a su hijo consumiendo tik toks de traders -estafadores piramidales- que prometen ganar decenas de miles de dólares por semana? ¿Cómo se fue conformando este pánico moral y descuidando tan bestialmente el tiempo libre de las infancias? Llegamos a una esquizofrenia tal que nos parece razonable una pubertad haciendo apuestas on line -en la Champions League o en la Bolsa de Comercio de Shanghai, da igual-, pero es inadmisible compartirles a los alumnos una elemental y evidente crítica al capitalismo. Donde Mochon y Becker desplazaron a Elsa Bornemann del estante de la literatura infanto juvenil.

Milei quiere derrotar a la escuela y a la universidad pública como escenario de formación cívica. La formación cívica es inescindible de la político-partidaria, pues las ideas políticas, en este planeta, son encarnadas por partidos políticos. No se puede enseñar Historia, Geografía, Filosofía, Literatura ni Formación Ciudadana sin nombrar a Milei, a Macri, a Cristina, a la dictadura, a Alfonsín, a Perón. No se puede problematizar el desarrollo de investigaciones en ciencias duras sin pensar en soberanía y proyectos de país. No hay formación cívica sin ética de cómo queremos y cómo no queremos convivir. Y lo más intolerable para Milei: no hay formación cívica sin encuentro entre diferentes, sin reconocimiento de que puede haber disenso pero sin embargo un marco de respeto y aprecio. Eso pasa en la escuela, pasa en las universidades públicas, pero no en las redes.

Más allá de escenas cuestionables -como la que se dio en 2021 en una escuela de La Matanza, cuestionable no sólo por el tono (y de ninguna manera el contenido), sino fundamentalmente por la filmación clandestina destinada a la viralización y escrache-, Milei busca barrer con todo motor de democracia. Y la educación pública argentina, con todos sus problemas, vicios, pantanos y deudas, ha sido desde 1983, y seguirá siendo a pesar de él, un motor de democracia. 

El próximo martes se prevé una masiva movilización en defensa de la educación pública, con foco en las universidades pero mucho más plural a la que, como pocas veces en la historia argentina, también se sumará el movimiento obrero organizado de la mano de la CGT, las CTA y la UTEP. Estudiantes y trabajadores aceitando ese motor de democracia a la argentina: encontrándonos en las calles, ese ritual tan eterno como los laureles que supimos conseguir.

Manuel J. Becerra@CheMendele

Nació con Videla y sin poder, como dice Charly, en 1979. Hizo toda su educación obligatoria en Escuelas Normales, lo que le dejó una marca indeleble de sarmientismo culposo con el que no sabe bien qué hacer. Tal vez por eso es Profesor y Magíster en Historia, enseña hace más de 10 años en secundaria, formación docente y universidad pública. Publica cada tanto obsesiones y caprichos sobre política educativa, pedagogía y didáctica en el blog fuelapluma.com, y a veces en distintos medios de comunicación y portales electrónicos. No demuele hoteles.

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