Durante los últimos días se abrió una feroz polémica mediática cuando la vicepresidenta publicó en sus redes sociales fragmentos de la novela "Cometierra", de Dolores Reyes. La política educativa de la provincia de Buenos Aires fue atacada y puso más tensión sobre lo que sucede en las aulas.
-Al trabajar sobre temáticas vinculadas al cuerpo, hablé sobre diversidad sexogenérica, género y preferencias sexuales. A los pocos días fui llamado por la Dirección bajo el argumento de que habían recibido quejas por parte de los padres de familia, porque en mi clase había tocado temas inapropiados que no estaban en el programa y que si no me limitaba a lo que se pretendía, habría una sanción.
Las palabras pertenecen a M., profesor de Biología con 12 años de experiencia en escuelas medias de la Provincia de Buenos Aires. Los contenidos que trabajó figuran en el programa que presentó a comienzos del ciclo lectivo a las autoridades escolares y además son parte de los Diseños Curriculares para las escuelas medias que estipula el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires. El profesor eligió renunciar porque la violencia y presión hacia él se hicieron inaguantables en la institución en la que trabajaba. El testimonio de M. no es nuevo y no será el último.
En el año 2022, Juan Nicolás Esquibel, docente de la Escuela Normal Superior Sarmiento de la provincia de San Juan, fue noticia porque en una de sus clases leyó una versión adaptada de Canelones de Hernán Casciari, un cuento que aborda lo que parece ser un simple juego de bromas telefónicas hecho por adolescentes y que reflexiona sobre la sensibilidad, la empatía y los límites hacia nosotros mismos y hacia otros. Después de la clase, los estudiantes de Esquivel -interesados por la temática y por lo que habían leído en clase-, buscaron el cuento completo. Madres y padres al enterarse lo leyeron y registraron que había palabras que consideraban “material indebido” para las aulas. El Ministerio de Educación de la provincia no tomó nota de cómo generar interés por la literatura en estudiantes, mucho menos felicitó al docente por lograr que los estudiantes quisieran leer el cuento completo luego de lo trabajado en el aula; muy por el contrario, el Ministerio apartó a ese docente de su cargo.
En la provincia de Neuquén, padres y madres del Colegio Pablo VI, manifestaron en el 2022 su disgusto por una docente que trabajó con la novela Cometierra de Dolores Reyes porque en esta hay una escena sexual descripta con muchos detalles y eso configuraba en sí mismo “material indebido” para las aulas, según ellos. Lo que estos adultos omitieron -o por desconocimiento, o por no haber leído la novela- es que en Cometierra se narran temas vinculados a los femicidios, a las violencias y a las primeras relaciones sexoafectivas. Lo que estos adultos además desconocen es que son temas que propone la ley de Educación Sexual Integral, la número 26150 sancionada en el año 2006.
Las aulas argentinas son, desde siempre, espacios de una sutil pero intensa batalla entre lo que la norma pública establece y las sospechas de una sociedad cada vez más presente que pretende incidir en los contenidos escolares, es decir, establecer “qué sí y qué no” en las escuelas. Estos días se reavivó un viejo debate ya que la Vicepresidenta Victoria Villarruel publicó en sus cuentas de redes sociales un mensaje contra el Plan de Lecturas Bonaerenses por considerar que incluye libros “degradantes e inmorales”. La colección incluye 108 obras para nivel secundario y 122 para nivel superior, adquiridas por el Gobierno provincial para incluir en las bibliotecas escolares y darle continuidad a la ley de Educación Sexual Integral. Llegarán a 2350 escuelas secundarias, 443 escuelas secundarias técnicas, 195 institutos de formación docente y técnica, 600 bibliotecas municipales y populares, 135 centros de investigación e información educativa y 517 escuelas y centros secundarios de adultos. Esta selección busca abordar temas de género, identidad y relaciones interpersonales, complementando la formación de los estudiantes. Algunos de los títulos que incluye dicha colección son: Cometierra de Dolores Reyes, Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara; Las primas, de Aurora Venturini y Piedra papel o tijera, de Inés Garland. Al leer cuidadosamente el Plan de Lecturas Bonaerenses en cuestión, hay sugerencias de qué temas trabajar con esas novelas y si requiere o no acompañamiento docente. Sólo como ejemplo, para el libro de Gabriela Cabezón Cámara -mencionado unas líneas arriba- recomienda “acompañamiento y mediación de un lector adulto para su abordaje”. Detrás de cada una de las elecciones hay un fundamento pedagógico que responde a los lineamientos que figuran en las normas públicas que rigen al sistema educativo. Algo que, quienes critican este plan, omiten o, simplemente, desconocen.
Son palabras
Iván es profesor de Lengua y Literatura en escuelas medias de la Ciudad de Buenos Aires y desde hace varios años que trabaja en 4to y 5to año con la novela Cometierra y Las aventuras de la China Iron, respectivamente. Iván considera que “el género fantástico amplía la visión de la realidad. Con la literatura podés jugar con un verosímil de la realidad: vos tomás temas que suceden en la vida cotidiana y a partir de ahí lo anudás a la visión como ‘yo narrativo’ que elijas. Entonces, una persona que come tierra a priori se ahoga o necesita tomar un vaso de agua. En este caso, la persona que come tierra puede estar en contacto con lo que le sucedió a una persona que estuvo sobre esa tierra también. Eso es expandir los límites de lo real y de lo posible”. Además, enfatiza que es parte del diseño curricular, de las normativas vigentes y que la novela plantea un tema que es trascendental en la adolescencia: cómo se descubren los abusos del mundo adulto sobre el mundo infantil.
Este año tuvo que trabajar en el aula la utilización de palabras como “pija”, que aparece en el libro. Iván explica que los estudiantes no asocian que el lenguaje que uno utiliza en la vida cotidiana es asimilable a la escuela, aunque escuela y literatura son dos dimensiones que se conectan: “leer la palabra ‘pija’ en un libro es llamativo, es comprensible, pero nosotros en clase nos preguntamos cómo estamos leyendo esto que decimos millones de veces pero que rara vez leemos en un libro”.
Hace dos años Iván se reunió con el padre de un estudiante que consideraba que obligaba a leer a su hijo pornografía y le tuvo que explicar que estaban hablando de seis hojas de 140 que ni siquiera son el núcleo de la historia que propone Dolores Reyes en Cometierra. Lo que este padre omitió es que la elección de esa novela por parte del profesor está pensada para trabajarse en el contexto escolar y que dado que vivimos en un mundo de tabúes, es algo sumamente positivo que la escuela no los reproduzca. Iván cuenta, además, que trabajando con el cuento El amor de Martín Kohan creía que sus estudiantes al leerlo en voz alta se pondrían incómodos, por lo que decidió tomar él la palabra, “sobre todo para abrir la puerta al hecho de que son palabras”. El padre del alumno, finalmente, fue aceptando la arbitrariedad y la existencia de estas y si bien fue desgastante para el profesor, no deja de considerar necesaria la tarea de vincularse estrechamente con la comunidad escolar y dialogar.
Lo que sí, lo que no
Los límites para trabajar temas y problemas en las aulas argentinas son de orden pedagógico y están reglamentados por los Diseños Curriculares. Para quienes trabajamos y recorremos las aulas habitualmente sabemos qué son, aunque no vale mal recordarlo: son la norma pública que regula la enseñanza y el aprendizaje en las escuelas. Es un marco de referencia para los y las docentes, un puntapié para trabajar con los estudiantes en las aulas y que son desarrollados de forma autónoma por cada jurisdicción en nuestro país a partir de los lineamientos que establece el Consejo Federal de Educación. Es por eso que, frente a algunas presiones de la comunidad, la escuela no puede ni debe renunciar a ciertos principios o lineamientos educativos. ¿Cuántas veces sucede que nuestros estudiantes -inspirados por lo que pasó en el aula- buscan otras lecturas que complementen lo visto como sucedió con los estudiantes del docente sanjuanino? ¿Cuántas veces sucede –como contó Dolores Reyes que le sucedió en una visita a San Martín de los Andes- que pregunten “¿y ahora qué podemos leer?”. A contramano de lo que creen muchos adultos, los estudiantes desarrollan una mirada activa y receptiva hacia lo que se trabaja en el aula. Es un proceso en el que se espera que el adolescente construya su propia mirada. El adultocentrismo, tan arraigado en nuestra cultura, asume que los estudiantes no pueden narrarse ni pensarse por sí mismos, que deben ser interpretados por otros. ¿No será este el modo en que los adultos simplifican la realidad de los estudiantes, omitiendo matices, complejidades y, fundamentalmente, desconociendo el día a día en una escuela?
¿Qué hay de nuevo, viejo?
Hay un viejo fantasma que siempre recorre las escuelas argentinas: el del adoctrinamiento. Paradójicamente quienes lo denuncian son quienes pretenden establecer alcances y límites en las escuelas, lo que sí y lo que no. Omiten, olvidan o directamente no conocen cómo funciona una escuela y lo que es peor: sostienen, implícitamente, que los y las estudiantes son dóciles,
pasivos, que no cuestionan, que no preguntan. No se trata de considerar que los estudiantes sean meros “productos” de la intervención del adulto educador, sino de guiarlos en su desarrollo autónomo. Si eso es posible, teniendo en cuenta los múltiples matices, complejidades y dificultades escolares, es difícil decirlo. Pero ese es el desafío.
“Degradantes e inmorales”, “material indebido”, “basta de sexualizar a nuestros chicos”, “con los chicos no”, son algunas de las consignas que hace ya muchos años circulan en el vocabulario de quienes son parte de una reacción conservadora que hoy está más presente que nunca. No es obra de la casualidad que muchas de las críticas de estos sujetos al Plan de Lecturas Bonaerense sean a contenidos que promueve la ESI. Es importante recordar la existencia de la ley 26061 que garantiza el ejercicio y disfrute de los derechos de niños, niñas y adolescentes reconocidos en leyes nacionales y tratados internacionales. La Educación Sexual Integral es ley desde el año 2006 y dado que es una ley, no es posible evitar que un docente -amparado en esta- pretenda trabajar sus contenidos. Conviene, entonces, familiarizarse con los lineamientos de dicha ley así como la enorme cantidad de materiales producidos a lo largo de casi dos décadas para que sepan que quienes trabajan dicho contenido son profesionales formados con rigor científico. La ESI incluye contenidos como el respeto por la diversidad, la construcción de vínculos saludables, la prevención de la violencia y el cuidado del cuerpo y la salud. Además, aborda temas como la identidad de género, la orientación sexual y los derechos sexuales y reproductivos, buscando promover el desarrollo integral de niños, niñas y adolescentes en un marco de igualdad y respeto. El desafío sigue siendo abordar nuevos problemas pedagógicos -como los citados antes- en este mundo actual y que han cobrado relevancia social y educativa por varias razones. La primera es que el paradigma normativo para concebir la niñez y adolescencia, así como la protección de sus derechos ha cambiado, como hemos mencionado. La segunda: están vinculados a temas de relevancia en la agenda pública que socialmente aún no han sido saldados, ni tienen respuestas únicas. Qué mejor lugar, entonces, que la escuela para pensarlos.
Esta lucha por definir qué se enseña en las aulas revela una tensión profunda entre el derecho a una educación libre e integral y las presiones de sectores que intentan imponer su mirada sobre lo que se considera apropiado. Esta dinámica no solo limita la posibilidad de que estudiantes exploren temas significativos para sus vidas, sino que también subestima su capacidad crítica y su interés sobre realidades complejas. La escuela, respaldada por los Diseños Curriculares y la normativa vigente, así como por los conocimientos científicos, tiene el compromiso de ofrecer una educación inclusiva, integral y contextualizada. Los casos expuestos nos recuerdan que el aula es un espacio abierto al debate y al aprendizaje. Ahí, nuestros estudiantes deben acceder a contenidos que les permitan mirar la realidad que los rodea y, por qué no, interpretarla. Si las resistencias -que hubo y habrá- están amparadas en prejuicios y falacias, conviene apartarlas. En cambio, si están sustentadas en una auténtica preocupación e interés por la formación de los estudiantes conviene trabajarlas e incorporarlas en un debate serio porque la esencia de la escuela radica ahí: “construir un espacio colectivo en el que la palabra circula y el diálogo permite una reflexión en comunidad”, sostuvo M., el profesor de Biología que citamos al inicio, quien sigue invirtiendo tiempo de su vida al trabajo en las escuelas.
Publicada el 17 de noviembre de 2024
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