Editorial Octubre
Creemos que es necesario abrir el debate de manera franca. Por eso publicamos estas líneas en respuesta a un conjunto de postulados desarrollados por Guillermina Tiramonti en la nota de opinión de Clarín del pasado 29 de septiembre y en dos anteriores en el diario La Nación (aquí disponible una entrevista de septiembre y otra nota de agosto). En ellas prima la misma lógica: instalar la idea de que lo que pasa en las aulas argentinas es un “simulacro”.
Es justo decir que coincidimos con algunos diagnósticos que realiza la autora. Sin embargo, resulta evidente cuando un posicionamiento tiene más que ver con fortalecer un lugar propio ya “ganado” que en abrir un debate serio, que nos incomode o nos ayude a pensar sobre las cuestiones en juego. La tarea de asumir mejoras en gobiernos que no nos gustan o criticar a los propios por cosas que se hacen mal no es común: tenemos negación al principio mismo de un debate productivo. Si le hablamos a lxs convencidxs e irritamos a lxs ajenxs, el debate se obtura irremediablemente. Este último reflejo es placentero y genera likes, favs y palmaditas en el hombro pero no mucho más. Tampoco es útil impostar “incorrección política”: lo que hoy se presenta con esa fachada es lisa y llanamente no sólo reproducción del status quo, sino la aceleración de sus peores consecuencias. La incorrección política real, hoy por hoy, es proponer un debate franco que intente superar los titulares sensacionalistas, incluso a riesgo de equivocarnos y tener que reformular.
Señalamos entonces un punteo de las ideas de Guillermina Tiramonti seguido de nuestro análisis.
1- La cuarentena ha puesto en evidencia los males que aquejan al sistema educativo y los ha profundizado hasta un extremo que lo coloca en situación de emergencia.
Así es.
2- Hay evidentes problemas en el aprendizaje de la alfabetización, independientemente de la procedencia socioeconómica de lxs estudiantes.
Parcialmente de acuerdo: necesitamos entender por qué se produce este fenómeno preocupante, para lo cual pensamos tres dimensiones a analizar en sus interrelaciones: ¿Cuánto del régimen de trabajo docente, que debe cubrir cada vez más obligaciones, incide sobre esto? ¿Cuánto hay de una disputa técnico-académica sobre las mejores formas de enseñar y sobre los modos en que la enseñanza impacta en la forma en que nuestrxs estudiantes aprenden? ¿Y qué hay de la cultura digital, que abrió un universo particular de lectura y escritura a partir de la masificación de internet? No tenemos más que preguntas sobre este problema, que -compartimos- debe ser atendido en forma urgente. Pero sí hay una certeza categórica: el principio de la respuesta a este problema está en las preguntas que se hacen lxs docentes todos los días en las escuelas del país. Sin docentes analizando críticamente este tema no hay mejora en la alfabetización posible. Sin diálogo entre lxs docentes y los espacios de reflexión académica más los ámbitos de gobierno, tampoco.
3- El sistema reproduce las desigualdades de origen de sus alumnos.
En la sala de maestros se escucha a veces que la escuela es un comedor, que terminamos siendo psicólogxs, que somos una “guardería”. Las teorías de la reproducción en educación han ayudado a pensar críticamente la dimensión institucional, y también hay otras pedagogías que piensan a la escuela como oportunidad. La oportunidad son esos intersticios en los que operamos como posibles líneas de fuga a un destino sombrío y predeterminado. Quienes habitan las aulas saben que la escuela sigue siendo el lugar por excelencia en el que toda la sociedad hace una apuesta. Una apuesta que, incluso, es desaforada. La escuela sigue siendo, con todos sus puntos ciegos, el espacio que aloja lo diverso, incluidas esas desigualdades de origen, e intenta -por todos los medios- brindar oportunidades. Ahora bien, ¿la escuela puede todo? No. ¿Qué más le vamos a exigir a una institución educativa en materia social? Colosal e imposible tarea la de subsanar por sí misma las desigualdades de un sistema excluyente, en un país donde más de la mitad de los niñxs son pobres. ¿Qué parte le toca a la escuela cuando hay crisis? ¿Qué nivel de responsabilidad histórica debe asumir? Por otra parte, ¿la movilidad social, ascendente -y meritocrática- de la escuela pública es sólo una nostalgia del siglo XX? ¿No queda nada de eso? ¿La educación dejó de ser un vehículo posible para salir de la pobreza? En este aspecto, consideramos que Tiramonti acusa de reproductor al sistema educativo y de obsoletos a los contenidos escolares con el propósito de evidenciar que el sistema está mal, que hay que deshacerse de él. Así, borra de un plumazo el debate para poder, posteriormente, presentar sus “novedades” en materia educativa.
4- Todos los chicos pueden aprender, la obligación del sistema y sus instituciones es identificar los modos en que este aprendizaje se efectiviza.
Así es y así se hace. Agregamos: todxs lxs chicxs que comen bien y tienen una casa segura pueden aprender mejor. Esto parece una verdad de perogrullo, pero es fundamental para saber que toda escuela funciona en un contexto -material, salarial, laboral-, que ese contexto atraviesa fuertemente a la escuela y que, si bien la escuela -y sus docentes- tenemos margen de acción dentro de ese contexto, muchas veces los condicionamientos operan fuertemente.
5- Hace falta un debate más claro y franco sobre la relación entre el sistema educativo -el nivel secundario en particular- y el mundo del trabajo.
Es evidente, y ese hueco llena de ruido el artículo 30 de la Ley de Educación Nacional sobre las finalidades de la secundaria. La educación técnica no es la única que debe ocuparse de esta problemática pero finalmente es la más señalada por su especificidad. La “técnica” en Argentina tiene una extensa trayectoria que tuvo su momento de auge durante el peronismo, como bien describen Inés Dussel y Pablo Pineau en “De cuando la clase obrera entró al paraíso”, luego momentos de cuasi desaparición durante la década del ‘90 hasta que, finalmente, se sancionó la Ley de Educación Técnico Profesional en 2005. Cada proyecto de país pone -o quita- a la educación técnica en el candelero porque responde a los objetivos y estructuras de desarrollo económico nacional. En este sentido, sigue siendo una de las discusiones más álgidas y tirantes que tenemos como sociedad. Tal vez la economía popular, social, cooperativa es un campo propicio para pensar una articulación más intensa y honesta entre la economía en términos generales y los paradigmas educativos. Hay allí formas de “emprendedurismo” (ese vacío fetichizado que el macrismo quiere imponer como filosofía educativa) y concepciones de la producción, distribución y riqueza no sólo interesantes por alternativas a las dinámicas más brutales del capitalismo, sino porque en esos circuitos puede estar cifrado, tranquilamente, parte del futuro.
6– Se debe generar una red de alianzas (no incluye a los sindicatos) que permita sostener políticas de cambio.
Darle un protagonismo desmedido a las asociaciones de la sociedad civil con el solo propósito de esmerilar a un actor central como los sindicatos solo puede tener como consecuencia el fracaso estrepitoso de cualquier política educativa.
Volviendo a lo que planteamos más arriba, para una discusión franca y propositiva también debemos reconocer que los sindicatos son quienes más potencia tienen para poner los debates sobre la educación en agenda, y que por otro lado son quienes impulsan hacia arriba los salarios docentes en cada paritaria.
Alejandro Morduchowicz y Mercedes Montaña relevaron, a principios de 2019, que si lxs docentes hubiéramos aceptado pasivamente las ofertas realizadas por los gobiernos durante el periodo 2007-2018 hubiésemos ganado, en ese momento, un 60% menos del sueldo ¿Tiramonti es capaz de afirmar que un docente que gana menos de la mitad de su salario será mejor docente que unx que gana el total?
Quienes, del colectivo docente, estamos sindicalizados muchas veces generamos debates activos al interior de nuestras organizaciones de representación. Tiramonti elige no decir algo que por ser una ex funcionaria, y amplia conocedora del campo educativo, sabe muy bien: ninguna organización es monolítica. El Frente de Todos, Juntos por el Cambio (espacio que integra o integró hasta hace poco), los sindicatos docentes peronistas, trotskistas y macristas (que los hay, por supuesto) tienen líneas y discusiones internas, como también las tiene el consejo directivo de Techint o el complejo militar-industrial estadounidense. Esto es sociología básica de las instituciones: lo sabemos nosotrxs, Tiramonti lo sabe mucho mejor.
Como toda organización, hay tendencias progresivas y conservadoras a su interior y en sus cúpulas.
Negarlo, o tener un discurso piromaníaco insultándolos -y, por extensión, a toda la docencia- no es una propuesta educativa, es vender titulares catastróficos que buscan indignar a la sociedad para instalar un relato. Tiramonti escribe como si nunca hubiese sido funcionaria de Maria Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires, una gestión signada por el recorte presupuestario, el cierre de escuelas y la mismísima tragedia. Con el agregado de una agresión mediática sin precedentes contra Roberto Baradel como política pública sostenida, con un discurso violento y falaz en términos de datos.
7- En la Argentina, la enseñanza pública es un gran simulacro.
Hace pocos días, Inés Dussel publicó aquí mismo en una nota en la que se refería a esta dinámica actual donde el debate educativo es la estridencia por sobre el argumento: “Casi no hay intervenciones que maticen las explicaciones simplistas, que planteen buenas preguntas, que aporten perspectiva histórica y comparada, y sobre todo que conecten con los dilemas y tensiones con los que lidian los docentes y estudiantes argentinos en el día a día de las aulas”. Acordamos con los problemas puntuales que Tiramonti identifica, a la vez que sumamos otros que vemos diariamente en las escuelas en las que somos docentes. No sólo los vemos: intentamos ensayar soluciones posibles dentro del acotado margen de maniobra con el que contamos. En lo que no acordamos es en quiénes cargar las responsabilidades. Intentar instalar en la discusión pública que lo que acontece diariamente en las aulas de nuestro país es un “simulacro” es una falta de respeto a todos los actores del sistema educativo: docentes, familias, directivxs, supervisorxs, autoridades, sindicatos y estudiantxs. La educación actual piensa y repiensa los sujetos culturales que habitan las aulas, la cultura digital problematiza el mundo laboral, social, afectivo; además aborda uno de los principales desafíos institucionales que es poder ir a tono con la contemporaneidad, la cual acelera constantemente.
Al inicio de esta editorial nos preguntábamos si aporta al debate criticar lo ya criticado sin aportar nada nuevo. Quienes firmamos esta editorial creemos que es hora de hacernos nuevas preguntas. Muchas de esas preguntas ya están surgiendo en las aulas, esos espacios en los que también lxs docentes alquimistas ensayan nuevas respuestas. Nada más lejos de un simulacro.
Publicada el 3 de octubre de 2021.
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